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Viernes, 7 de diciembre de 2007

URBANIDADES

Salirse de madre

 Por Marta Dillon

Cuando el riesgo es estético bien vale la pena caminar a tientas, sin saber si el próximo paso se apoyará sobre tierra firme o se hundirá en el fango. Lo que está en juego se alimenta de ese caminar a oscuras, o mejor, de salirse de la línea marcada en cualquier momento para internarse en una exploración que tal vez nada encuentre pero que bien puede dibujar otro itinerario, o al menos dejar planteada la certeza de que es posible irse de madre. Esa fue la sensación después de la entrega del Premio Nueva Novela que otorgó este diario a Aurora Venturini, una mujer de 85 con dificultades para caminar y hasta para modular las palabras en el micrófono pero no para pensar ni, obviamente, para escribir. Su figura contrastó durante todo su discurso con la palabra “Nueva”, proyectada detrás, y su dicción incómoda con la ansiedad de quienes descubrían ahí que entre tantas obras, la mejor había resultado escrita por esta señora para quien la palabra nueva debe tener un significado singular, aunque más no sea por acumulación. Escucharla fue como caminar por una cornisa, y eso fue tan bueno como no caerse.

Fue una noche de contrastes, la del último martes. Después de que la premiada hiciera gala de su humor ácido y cierta agresividad un tanto impostada, al menos hacia quienes la fotografiaban, llegó el ministro de Economía, Martín Lousteau. Alguien a quien la palabra nueva se le puede aplicar en cada centímetro de su imagen. Los rulos, el aire desgarbado, la sonrisa perfecta... si en las fotos parece joven, personalmente parece un estudiante haciendo una pasantía junto a los hombres que lo escoltaban y que, seguramente, serían sus subordinados. Qué sé yo, no hay grandes revelaciones en esta descripción, salvo que está bueno que de tanto en tanto se desbarate lo conocido, se desarme esa ruta por la que acostumbramos a caminar con paso de elefante.

Y sin embargo por lo conocido se clama como marranos luchando por su teta. Las mujeres tienen que ser así, los varones asá, las buenas víctimas hacen deporte y vida sana, los asesinos tienen antecedentes y son feos y resentidos (Lombroso, como Luca Prodan, not dead) y las asesinas, serán mujeres despechadas o... lesbianas. Imaginen si la lesbiana en cuestión hace boxeo y la llaman Leo. Listo, marche presa. ¡Ah! También le gustaban los celulares a la acusada, dijo el fiscal del caso de la odontóloga asesinada en Núñez, y en la casa de la víctima faltaba el celular. Claro que descolgarse de la terraza de un edificio, entrar por la ventana, matar a una mujer a golpes y cuchillazos para robarle el celular ¿no será mucho?, ¿no será lesbofobia? Bueno, pero eso es algo conocido.

A caminar seguros y seguras. Que nadie se salga del guión. Y el guión decía, al menos hasta hace poco, que los varones toman la iniciativa, que las chicas tienen que decir no, que las adolescentes no son lesbianas aunque les guste besarse en público o en privado. ¡Cómo van a ser lesbianas si se besan en cualquier lado, incluso en las fiestas de fin de curso de las escuelas privadísimas del norte de la ciudad y la provincia de Buenos Aires! Pero, por suerte, quien sea que escribe el guión ha decidido dejar el mapa de lado; las explicaciones para estos saltos de página son angostas como mangas para vacas. Que las chicas están más zarpadas, que los muchachos sencillamente se aprovechan de eso, que padres y madres no ponen límites y que la tele, ay la tele, muestra culos y tetas todo el tiempo. Algo habrá, pero seguro, disculpenmé, que no tiene que ver con que “las chicas” estén zarpadas. Habría que pensar en todo caso qué se les pide, cómo se las (nos) valora, qué pasa cuando alguna desbarata los planes que había para ella y se muestra enamorada de otra mujer, sin depilarse o sin dietas, por poner pocos y obvios ejemplos. El problema no es que estén zarpadas, en todo caso –y no es un problema– es que tal vez prefieran asumir los riesgos y explorar más allá del mapa, más allá de lo conocido, incluso más allá de lo que saben que quieren, aprendiendo a cada paso lo que saben que no quieren.

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