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Viernes, 11 de mayo de 2007

CLASIFICADOS

Tragedias cotidianas evitables

 Por Roxana Sandá

Cuál será el estado de las cosas para que un geriátrico publicite su servicio de “comida sana” y subraye que no hay restricción horaria de visitas. Qué caldos se hervirán puertas adentro de estas mal llamadas “residencias”, para que sus promotores resalten como virtud lo que debería ser compromiso natural o por lo menos legal. Cronologías: en 2006, el Gobierno de la Ciudad dispuso el desalojo de 83 establecimientos geriátricos, clausurados por violaciones a las normas sobre seguridad, higiene y funcionamiento. En el Ministerio de Salud bonaerense, por su parte, este año calcularon que por cada sitio habilitado existe uno clandestino. Las desidias más recurrentes se comprueban en la ausencia de una infraestructura que brinde medidas de seguridad reales, pero algunos relevamientos expusieron también el trato inhumano que reciben las adultas mayores alojadas en esas estructuras. Por caso, en los juzgados penales abundan las denuncias por el abandono de persona que cometen cientos de geriátricos sobre ancianas con trastornos psiquiátricos o motrices severos. En el área de Tercera Edad de la Defensoría porteña advierten una falta ostensible de plazas en instituciones públicas, de familiares dispuestos a cuidar o de dinero para contratar los servicios de un cuidador domiciliario o un establecimiento habilitado.

Es una cuestión histórica: las mujeres obligadas a continuar sus vidas en geriátricos se enfrentan con personal de escasa o nula capacitación que dispone de los cuerpos debilitados por la edad, por las enfermedades o por el miedo que genera la relación de poder. Y de las inequidades se desprenden las rutinas de mantenerlas atadas a sus camas, cambiarles los pañales a deshoras, lastimarlas o golpearlas al bañarlas, retarlas si “no hacen caso”, gritarles o insultarlas, ensuciarlas mientras las alimentan o curarles a medias las escaras que provoca la inmovilidad. Desde las legislaturas (municipales o nacionales) no surgen proyectos que arranquen a la vejez de los compartimentos estancos de marginalidad y dependencia. En una de sus últimas entrevistas, la escritora uruguaya Marosa di Giorgio, fallecida en 2004, respondió con un guiño exquisito a propósito de su “tercera edad”: “Las cosas siguen saliendo, vuelven, se van, vuelven. ¿Por qué las voy a desechar?”. Que la gente mayor tenga una vida digna, coinciden los gerontólogos, depende de un tejido social humanitario y de la creatividad y voluntad de los funcionarios públicos a cargo.

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