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Viernes, 13 de enero de 2006

EN EL CORREO

Dancing queen

De: Daniela
Asunto: la tele de Suecia

Estoy en Estocolmo, Suecia. El frío me mantiene a buen recaudo de la calle, y la televisión es un pasatiempo formidable. Me deja ver lo que los suecos ven en sus casas –para los museos ya habrá tiempo– e incluso podría hasta descular cómo lo miran. Les cuento mi mea culpa luego de ver un programa especial sobre ABBA. En Suecia hablan sobre seguro: no les gusta polemizar, todo lo que es seguro está bien: habrá consenso. Y si no preguntémonos quién inventó el cierre de las braguetas. ¡Sí!, fue un sueco y nada más seguro que eso.

El programa trata sobre el hecho de que el 10 de diciembre de 1975 ABBA reunía en un concierto en Estocolmo más gente que nadie nunca, pero además trata sobre el súbito revival del grupo. No, no se juntan... Madonna sampleó un tema de ellos para cantar otro encima y es un hit, Mammamia, el musical, es la obra de ese género que hoy tiene más espectadores en todo el mundo. Sin embargo, las cuatro personas que eran ese ensamble no dan entrevistas, no han vuelto a ninguna clase de escena.

ABBA es indiscutido. Es un icono nacional. Pues bien, en este programa que veo todos dan su opinión, cuentan sus anécdotas personales en relación con la música del grupo que formó parte de la banda musical de sus vidas. Los testimonios me muestran que todos los suecos son parecidos: aman la paz, evitan conflictos –sobre todo los inútiles– y entonces, cuando les preguntan si les gusta el grupo, NUNCA dicen “sí” o “no”. Ambigüedad y respeto. El mayor anhelo del sueco/a promedio es llegar a ser sueco/a promedio, son humildes y neutros. ¡Se jactan de ser iguales! Las mujeres entrevistadas son varias de entre 30 y 50: muy divertidas contando sus anécdotas. Debajo del nombre de cada una se explica a qué dedica sus días: “Margaretta, directora de orquesta”, “Anne, empleada de limpieza del hospital” y así intercalado con pedacitos de conciertos, historias de la época, repercusión mundial del grupo.

Aparece una mujer que ha pasado los 50 y su hija de treinta improvisando una coreografía setentaochentosa al modo de las dos muchachas ABBA. Una es morocha y la otra rubiecita. Ambas un poquito redondetas, pero se mueven con mucho swing. La mayor cuenta que creció en Brasil (de donde era oriunda su propia madre), que allí fue donde “su cuerpo aprendió a gozar de la música y el baile” y “que espera seriamente haberle transmitido a sus hijos ese mismo placer físico por la música”. La cámara enfoca ahora a la conductora del programa, rodeada de gente mirándolo por un televisor puesto sobre una mesa alta dentro de un bar, la gente ríe, y todos mueven la cabeza como identificándose con las imágenes de madre e hija haciendo ABBA...

Debajo de las figuras de las dos mujeres (en la tele argentina el subtitulado hubiera dicho “mujeres normales –o sea con algo levemente de más– como vos, también se divierten”) lo que se leía era: “Silvia, nuestra Reina y Victoria, hoy por hoy la única mujer heredera de un trono en Europa saben disfrutar de ABBA”. En el bar todos ríen y aplauden la sucesión rápida de las caras que opinaron, Silvia y Victoria, entre ellas, que cierra el programa. ABBA es síntesis del espíritu sueco. ABBA es para cualquiera, en cualquier lugar, ABBA es secular, siempre levemente anticuado, discreto, equilibrado como su nombre y obediente a la ley de Jante, que rige el ánimo sueco desde que el escritor Aksel Sandemose la acuñara: “Nadie es mejor que ningún otro”. En este estado helado, en este Estado de Bienestar a nadie le importa el aspecto del otro, son modestos, discretos y sobrios. Tienen una antipatía intrínseca por el glamour, el derroche y la glorificación personal. Acá es un piropo ser llamado“sencillo” por alguien. Quizá por eso la tele no tiene programas de chimentos –¡extraño a Rial, Polino y Marcela Tauro, sí!–.

Paso a leer el diario de Argentina por Internet... ¡pero, che! Parece que “Cristina viajó en secreto a Miami y pasó por Bel Harbour”. Lo desmienten y entre todo se gastan varias hojas del matutino.

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