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Viernes, 10 de febrero de 2006

DICCIONARIO DE GRANDES MUJERES QUE LA HISTORIA OLVIDó › LO QUE IMPORTA

Leonor Narda Da Vinci (genio del Renacimiento)

El libro que aporta la respuesta justa para aquella clásica pregunta: “Y, a ver, decime vos, ¿las mujeres lo qué inventaron?”

Sabedora de las exquisitas proporciones de la anatomia humana, Leonarda dejo un catalogo de estilos modelados por la experiencia de la epoca y mas tarde borrados por la maquinaria machista que insiste en hacerle decir a la ciencia que hay detalles que no importan. Gran cocinera, asimismo, servia criadillas al plato que la escasez reemplazo por huevos que pasaron a la posteridad.

Erróneamente conocida como Leonardo Da Vinci, esta belleza renacentista es la inventora de prácticamente todo lo bueno que conocemos en el mundo moderno. Sí, por supuesto, de eso también. Tal fue la proliferación de su genio que ningún hombre halló el modo de usurparle la autoría, como ya hemos consignado que hicieron tantos, por ejemplo los hermanos Lumière con las hermanas Legrand en el caso del cinematógrafo, y el parapsicólogo Book Ay con su colega española. Peor ignominia le tenía reservada la opresión masculina: hacerla pasar por varón a los ojos de la posteridad. Posteridad curiosa como todo turista, que luego de recorrer uno por uno los salones de la Galería de los Realitys, debió exclamar atónita: ¡Uffici! Es que luego de conocer detalles de sus íntimas costumbres –Leonor no dejaba Fauno ni David con cabeza y solía declarar como Moria Cassanova “vine a este mundo para ser penetrada”–, críticos e historiadores de prestigiosas universidades concluyeron que el tan admirado Leonardo si bien era muy macho también era muy gay. Debemos admitir aquí la posibilidad de que tal confusión se viera potenciada por el hecho de que Leonor había nacido en un pueblito próximo a la cuna del renacimiento, la bellísima y coqueta Florencia (de la V). ¿Hasta dónde es capaz de llegar la maquinaria machista? Basta este ejemplo: hace unos años, sintiendo el acoso de investigaciones certeras, el statu quo prefirió popularizar la patética imagen de un Leonardo tortuga ninja antes de ponerse a considerar la hipótesis de su identidad femenina. Pero Leo, como Rebeca, era una mujer inolvidable y por eso basta con releer con esta nueva óptica la biografía del supuesto Leonardo para comprender qué tormentos debió afrontar ella solita, con sus pechos de mármol –sí, también se considera a Leonor Narda precursora de las lolas moras siliconadas que conocemos hoy–.

Es sabido que así como Miguel Angel fue el encargado de pintar el techo de la Capilla Sixtina, a Leonor Narda se le había encomendado ilustrar el piso de la misma. Cuentan que esta exuberante mujer comenzó muy alegre su faena con el entusiasmo que todo art district contagia a los artistas, pero que no tardó mucho en comprobar –apenas se agachó para bocetar supo que no era sólo por su talento que se la había convocado para trabajar en cuatro patas–. Leo inmediatamente hizo un borrón –que aún pueden ver los expertos en historia del arte– y decidida a dedicarse a los retratos, le ofreció hacerle uno a su amiga la Gioconda, quien por esos días, según registra la misma Leo en sus diarios, no dejaba de sonreír ya que acababa de casarse con el exitoso empresario de espectáculos Pepe Louvre con el que tenían planeado abrir un museo en París y romperla.

Leonor llevaba su primer nombre en honor a su tía abuela Leonor Benedetta, de quien había heredado ese acento de mujer que viene de lejos y que mientras habla ejercita la boca para otro menester. Y llevaba su segundo nombre, Narda, sencillamente porque sus padres la habían tirado a matar. Con orgullo lo llevaba nuestra heroína como también con orgullo se pasaba horas en la cocina de su casa inventando exquisiteces de entre las cuales vale destacar “los huevos al plato”, un clásico en todos los programas de cocina de autor que nos regala la televisión por cable, por cierto, otra invención de Leonor Narda. A ella también se le atribuye últimamente la creación de los canales codificados a los que se tiene acceso con el famoso Código Da Vinci. Su pasión por la cocina aparece registrada en su pintura de La última cena, que no representa otra cosa que la despedida de uno de sus programas donde ella, junto con camarógrafos y otros colaboradores, se despide para una próxima temporada. La historia alguna vez dejará oír las voces de sus protagonistas. Por el momento, este diccionario aporta su grano de arena.

El presente texto es un adelanto exclusivo del Diccionario de pronta aparición en español. Traducción del dantesco: Nené Vachiola

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