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Viernes, 10 de marzo de 2006

DICCIONARIO DE GRANDES MUJERES QUE LA HISTORIA OLVIDó › EL LIBRO QUE APORTA LA RESPUESTA JUSTA PARA AQUELLA CLáSICA PREGUNTA: “Y, A VER, DECIME VOS, ¿LAS MUJERES LO QUé INVENTARON?”

Isabelita la Católica (auténtica descubridora de América)

Impactante. Un fresco hallado en el estrecho de Ron (Cuba) atestigua la presencia señera y espectacular de Isabelita al mando de las carabelas.

Si el Descubrimiento de América es un hito que no todos se aprestan a festejar, con menos ganas de chacota lo recordaría al día siguiente su gran protagonista, Isabelita la Católica, después de despertarse de su mamúa. Chabelita, como le decían sus amigas, fue la primera persona que chilló en voz alta sobre la redondez de la Tierra y la que metió en la cabeza de su amado Colón la idea de que iba a estar bueno hacerse un viaje de ida. Isabelita la Católica (Puerta de Hierro, Cuna de Plata, 1401- 1524) quedó injustamente atrapada por las puertas corredizas del olvido y en ese estado calamitoso regresa hoy para ser reivindicada por este diccionario. Cuentan que Isabelita, loca por la limpieza, comenzó su carrera como copera, es decir, lavando las copas de las posadas de Castilla, y que pronto llegó a ser una de las mejores lavanderas de la zona, a tal punto que, ante la visión de unos pantalones, no podía sino ceder al reflejo de echarles un polvo de lavar. “¡Cristóbal! –soltaba dos por tres a su querido–. ¡Ti llega a hacer la prueba del blanco el arzobispo Gianola y se arma la podrida! ¡Dame esos calzoncillos que les pego una enjuagada, no están muy católicos que digamos!” (Fue esa legendaria muletilla la que le valió el apodo de “la católica”, aunque la pobre mujer era más agnóstica y achispada que el alegre escritor Carnestolendas Sábato. Y es que la influencia eclesiástica, en pleno ascenso entonces, tenía no poca presencia en la vida cotidiana: de sopetón, por no decir de metiche, el tal Gianola empecinado en ver al mismísimo Satán en cada roña textil tomaba por asalto las casas de mala familia y sometía sus prendas íntimas al escarnio público en plena plaza.) Tan inusitada como aguerrida pasión por la limpieza llevó a Isabelita a reflexionar, primero, sobre la mugre y, luego, por carácter (y albergue) transitorio, sobre la tierra. “Si un granito de tierra es redondo, el resto de la Tierra también lo es”, razonó a viva voz. Lícito es decir que para entonces nuestra heroína encontrábase bajo influencias, y que de la redondez de la Tierra pasó prontamente a la del huevo. Como Colón le porfiaba, ella subió la apuesta: “Acudamos a la Corte”. Y fue allí, en plena Corte, donde a modo de número vivo, lo agarró distraído y se los paró para delicia de los presentes. El éxito fue descomunal. La reina les donó hasta las bombachas. El oportunista de Colón, por una vez ni lerdo ni perezoso, sugirió una propuesta non sancta: “¿Gorda, te pinta un viaje a las Indias?”. “¡Joya!”, trinó ella con su voz de alondra. Pero la malicia de los hombres se empecinó con ella. Primero, el malvado Rey empujó a su consorte a perpetrar una ignominia: la obligó a trocar su noble nombre de cuna, María Estela Martín de Pelón, por el de Isabel, de modo que la fama y la gloria quedaran en la casa real. Lo que siguió fue aún peor: la historia de los hombres tergiversó la gesta. Lo anecdótico, como siempre, se recordó por siglos y siglos: “¡No me atosiguéis!”, dicen que les decía Isabelita más de una vez a los hermanos Pinzón, bandidos que, por suerte para ella, nunca le hicieron caso. Su rastro se perdió en el contacto con los indios.

El presente es un adelanto exclusivo del diccionario de pronta aparición en español.
Adivinación del apurón: Nené Vazziola.

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