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Viernes, 1 de febrero de 2008

VISTO Y LEíDO

Mentir también es contar

 Por Liliana Viola

Graciela Ballestero
La devoradora
Editorial Municipalidad de Rosario
180 páginas

A la tan advertida insistencia del yo en la literatura argentina de los últimos años bien se le podría agregar otra insistencia: la investigación sobre la memoria. Pero esta vez es el turno de quienes, se suponía, no tenían nada para recordar, los sin voz para el testimonio, excluidos sin hipótesis. Por demasiado jóvenes, por distraídos o por niños, como es el caso de La historia del llanto, de Alan Pauls, los “no comprometidos”, los que no participaron, sin embargo ostentan las marcas de largos días oscuros, esquirlas de una violencia que estaba agazapada aun en las mejores casas de familia. Un esfuerzo doloroso de ver hacia atrás reubica a estos nuevos personajes –cuyos recuerdos hace unos años habrían resultado irrisorios o insultantes ante el horror de otros relatos– en la discusión. Recursos, ambigüedades, alcances y pertinencia de las impresiones íntimas son cuestiones que parecen solventar esta zona de la ficción sobre los años de la dictadura.

En La devoradora, el líquido de la memoria –que es el elixir capaz de recomponer– se destila proustiano en olores, imágenes familiares y sellos de época. Sobre todo el del ambiente adolescente del rock y de sus fans.

Si detrás hay siempre algo macabro y oculto, la autora ha decidido jugarse por un recurso policial: en esta historia hubo un muerto y es posible que la misma mujer que ahora recuerda haya sido la asesina. Con gran habilidad esta primera persona extremadamente reflexiva, trivial a veces, sagaz otras y hasta irónica –sobre todo cuando describe las estrategias de pescador de incautas mojarritas del héroe de rock asesinado– va desplegando el pasado en numerosas capas mientras da pistas sobre el crimen. Y aquí interviene una hipótesis sobre la memoria: las piezas van cambiando de lugar, la interpretación es capaz de mentir. Las víctimas de pronto se convierten en seres deleznables que todos quisiéramos ver muertas.

Una mujer que ha llegado a los 53 años, instada por esa madurez (o la muerte o el hartazgo) y las preguntas insistentes de una nueva pareja que pretende saber su pasado, se impone la reconstrucción de un episodio de su juventud, de un crimen. En este policial, como en algunos cuentos de Poe, sólo importan el culpable y el lector. Confesión y reconstrucción son compartidas pero mediadas por las versiones.

Y más allá de la trama, metáfora de la opresión, donde los nombres no son o no se pueden pronunciar enteros, donde la cacería y los métodos de tortura van articulando las relaciones y donde la reconstrucción apenas se acerca y apenas logra tranquilizar. Una voz perturbada pero segura consigue compañía en su proyecto de devorar todo el pasado que se presenta a su paso.

La devoradora recibió el Primer Premio Municipal de novela Juan Musto 2007 y el jurado que la eligió estuvo integrado por Angélica Gorodischer, Daniel Link y María Cecilia Muruaga.

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