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Viernes, 24 de agosto de 2007

LA VENTA EN LOS OJOS

Años risa

 Por Luciana Peker

—¿Una alegría cotidiana?

—Me encantan las carcajadas de mi mujer, me producen una satisfacción especial —contestó Ricardo Darín en la revista Viva del último domingo.

Yo sé que recortar esa frase, quedarse zambullida en el placer de que a un tipo le guste la risa de su mujer, que disfrute de hacerla reír, que se sienta orgulloso de hacerle el amor de las cosquillas o de que ella —sin él— se ría, estalle, se escape de sí misma —no por nada reírse mucho es morirse, pillarse o cagarse de risa— para gozar —sin el sonrojo de la sonrisita— es cliché. Sé que es parecido a cuando las mujeres dicen que lo primero que les miran a los hombres son las manos y que buscan un hombre con humor. Sé que es cliché y, sin embargo, atisbo que también es audaz. No por nada Roberto Pettinato declaró en título de tapa, hace poquito, que en su casa el humor lo ponía él, como quien dice que si los varones van a compartir mesa, cama, gastos e inteligencia, al menos, la chispa, la risa, el poder de la risa, lo tienen ellos.

No es difícil ver que son pocas las mujeres humoristas —no las que lo son— sino las que llegan a ser reconocidas. No hay seducción más fuerte que la de la mujer que hace reír y, sin embargo, a veces ese imán sin siliconas descoloca. Alguna vez a la actriz —y amiga— Eugenia Guerty le han dicho: “Y... el payasito cansa”, y ella ha sabido decir que ésa era la última vez que la apagaban con el chistido de no tapar al otro con los ecos de sus marejadas de risa, de su abrazo hecho buen rato, de la gracia ante cualquier desgracia.

Parece cliché dejarse seducir por un hombre que ama las carcajadas de su mujer y agitarse por la brisa de esa guturalidad contagiosa que, muchos varones, no pueden bancar que ellas provoquen. Y parece de quejosa proclamar que la risa femenina fue jaqueada por la exigencia del deber ser y de la acusación a la pena capital por el delito de arrugar. “Ay, Marcelo, me vas a tener que pagar un lifting por como me río en este programa”, graficó Moria Casán después de reírse por un chiste en Showmatch. OK, no todas somos Morias y muy pocas medirán el ensanchamiento del surco nasobucal por cada risa. Sin embargo, la exigencia de ser, parecer y no envejecer está ahí, como una lupa sobre los gestos y los excesos.

Por eso, por eso me gusta, la publicidad de Natura que, más allá de seguir con la —bienvenida— tendencia de algunas marcas de cosméticos de reivindicar la belleza natural, reivindica la risa. “¿Por qué contamos la edad en años? ¿Por qué no la contamos en lunas o en soles? O en abrazos que dimos, o en lugares que conocimos. O en sonrisas tal vez. Vos, ¿Cuántas sonrisas tenés?”, pregunta Natura. Me gusta la osadía de la pregunta. Risas, y no arrugas.

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