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Viernes, 22 de marzo de 2002

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La inesperada

 Por Sandra Russo

Nos acaban de contar una historia fabulosa, una historia realmente sin desperdicio: nos han hecho un cuento en el que por supuesto hay sexo, sexo agitado y múltiple, detalles abundantes y puercos, y conocemos a su protagonista. Quedamos en estado de shock, en estado de sitio, casi en estado de coma. ¡No puede ser! ¡Ella no puede ser! ¿Seguro será ella? ¡Pero si ella tomó café conmigo el otro día! ¡Pero si estuvimos charlando sobre el colegio de los chicos! ¡Pero si la vi con el marido el sábado pasado! ¡Pero si nunca falta a las reuniones de padres! ¡Pero si el día que fuimos a su casa estuvo todo perfecto! ¡Pero si el peceto al caramelo le sale bárbaro! ¡Pero si se viste como yo! ¡Pero si va a la misma peluquería que yo! ¡Pero si es parecida a mí! ¿Cómo, cómo es posible que se anime a hacer todo eso?
Aun sin salir del estado de shock, nos la encontramos. ¿En la plaza? ¿En el bar? ¿En el shopping? No nos ve: la corremos para que nos vea y para fingir una casualidad que la obligue a sentarse frente a nosotras y a mirarnos y a mirarla ya con mirada de antropóloga en éxtasis: mientras el café se prolonga sin grandes temas de conversación, estudiamos de qué forma se ha pasado el delineador de ojos sobre los párpados (doble, pastoso), y de qué color usa el rouge (un borravino con carácter). Su blusa blanca, básica, discreta, deja entrever un sostén colorado (ajá). Y su falda, que apenas le deja al descubierto las rodillas, podría perfectamente esconder medias de nylon que no sean can can, como las nuestras, sino siliconadas de ésas que vuelven despampanante a cualquiera que no tenga sobrepeso.
Mientras ella nos cuenta los pormenores de la última asamblea barrial en la que estuvo, nos ponemos nerviosas. ¿Habrá hecho todo lo que nos contaron? ¿Se habrá animado a tanto? ¿Disfruta de esas cosas? ¿Y con qué frecuencia? ¿Qué dirá en la casa? ¿Será verdad? ¿Y cómo es que esta mujer se anima? ¿Y por qué no se priva? ¿Y quién le dio permiso?
La vemos irse, una señora yéndose. Cierta sensación de injusticia se apodera de nosotras, que somos nada más que una señora quedándose.

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