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Viernes, 23 de julio de 2004

TALK SHOW

Mendigo de amor

 Por Moira Soto

Una de las películas (injustamente) menos recordada de Chabrol a la hora de citar su obra o de armar ciclos con parte de su extensa filmografía, es El juego del placer (Une partie de plaisir, 1974), atrevido experimento en el que su guionista Paul Gégauff y su ex mujer Danièle reconstruían ante las cámaras instancias de su propia separación. Un film insólito, inclasificable, ni ficción ni documental, que bajo el ojo de entomólogo malicioso del director francés desplegaba los avatares de una ruptura matrimonial en esa etapa final de diálogo de sordos, de torre de Babel de dos, de despellejamiento inconducente. El recuerdo de esa obra atípica de Chabrol aflora ante la visión de la última pieza estrenada (aunque escrita en 2001) de Griselda Gambaro, Pedir demasiado.
No porque la extraordinaria dramaturga se haya inspirado en lo más mínimo en El juego, sino porque ella también ha encontrado una manera harto original para revisar, examinar, comprender, profundizar un asunto tan caminado por la literatura, el cine, el teatro como el proceso de separación de una pareja después de un tiempo de convivencia. En el caso particular descrito por Gambaro, se trata de una ruptura promovida y llevada a cabo por ella, Elena, dejándolo a él, Mario, abismado en el dolor interminable del que no se resigna, no procesa el duelo y se empecina en alentar vanas esperanzas.
Lo genial de Pedir demasiado es el mecanismo teatral empleado para representar esta situación dramática y a la vez ofrecer un acabado retrato de sus personajes, no exento de cierta compasión en el caso de Mario, el perdedor que no se banca el abandono, el desamor, que sigue rumiando su desconsuelo e intenta ardides, manotazos de casi ahogado para conseguir unas migajas que ella honestamente no puede darle. Un personaje masculino lastimero y reconocible que no casualmente fue rechazado por varios actores que no se le animaron, hasta que por suerte fue asumido por Horacio Peña.
Mario y Elena llegan al departamento de él (inexplicablemente ambientado en los ‘60) después de haber cenado y bebido. Ella está un poquito achispada y acepta la copa del estribo. Resulta extraño que se traten de usted. Ella le recuerda que está casada, y él le pregunta si con uno de esos tipos pegajosos que siempre presionan (descripción que le calza al mismo Mario). Se mencionan las fotos de paisajes con agua que a ella le gustaban, dice él; todavía me gustan, dice ella. El habla de suicidio con gas (más tarde, deslizará unos versos de Sylvia Plath: “Morir/ es un arte como cualquier otro/ y yo lo hago excepcionalmente bien”), hasta que estalla, “¡Mi mujer me dejó!”. Ahí empieza a despejarse el misterio aunque él sigue hablando de ella en tercera persona: después de que Elena dejó a Mario, se encuentran cada tanto a pedido de él para hablar de cosas que no les conciernan directamente. De ahí que se traten de usted, para mantener la distancia, aunque al perder el control de los personajes que están actuando, se les escapa el voseo.
Cada uno da su versión de los hechos, su versión de la conducta del otro. Está claro que la decisión de ella es irrevocable y que no puede darle lo que el le mendiga. Por cortesía, por piedad, Elena ha aceptado encontrarse como amigos. Él sigue realimentando su dolor, tan vivo como el día que ella partió sin volver la cabeza, y Mario se golpeó la suya contra las paredes, aulló como el hombre lobo. Ella, después de oír estas confesiones, lo acusa de chantaje.
Alguna crítica se esmeró en puntualizar que esta obra estaba escrita en clave “muy femenina pero no feminista”. A ver si se enteran de una vez por todas: más allá de que Gambaro jamás va a escribir una pieza panfletaria, no tiene ambages en reconocerse feminista, ni en proclamar que escribe como lo que es, una mujer. Pero si algo se desprende de Pedir demasiado, es una enorme comprensión hacia ese personaje masculino en el laberinto de la soledad más irremontable, tal como la vive él: la soledad por amputación, por mutilación.
Pedir demasiado, en el teatro Cervantes, Libertad y Córdoba, jueves y viernes a las 20, sábados a las 20.30, domingos a las 20, a $ 10 (jueves a $ 5).

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