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Viernes, 28 de enero de 2005

TALK SHOW

La reina que sería stripper

 Por Moira Soto

Aunque la prensa todavía la llama “princesita encantada” (The New York Times, 7/4/11, por ejemplo), ella ya fue reina (de Naboo) en Episodio I: La amenaza fantasma, y abdicó para volverse una senadora preocupada por salvar la República en Episodio II: El ataque de los clones, siempre con rutilante vestuario de Trisha Biggar. Y tal cual estaba previsto desde que firmó contrato con George Lucas antes de cumplir los 20, la grácil Natalie Portman será vista este año en el Episodio III, ahora convirtiéndose en madre de los mellizos Luke Skywalker y Leia Organa. Dice Lucas que nunca pensó en otra para el papel de Padmé Amidala porque a Portman la veía perfecta: joven, fuerte, aristocrática, inocente. Ahora a los 24, la actriz despliega esos atributos en el reciente estreno Closer, donde se la ve asimismo, cuando las circunstancias lo piden, vulnerable y festiva. Pero no fiestera, aunque su personaje –Alice, quizás un nom de guerre, no se sabe hasta el final– es el de una veinteañera norteamericana que se gana la vida en Londres trabajando como stripper. Y contra todo preconcepto, se trata del personaje más decente, íntegro y leal de esta versión cinematográfica de la muy exitosa pieza de Patrick Marber que en Buenos Aires interpretaron Leticia Bredice (descollante en el papel de Alicia), Jorge Marrale, Leonardo Sbaraglia y Susú Pecoraro.
Princesa judía nacida en Jerusalén y criada en los Estados Unidos, al norte de Long Island, Natalie Portman (el apellido es de una abuela) fue una niña prodigio (El perfecto asesino, 1994) que le hizo frente osadamente a Jean Reno y a Gary Oldman. Felizmente, al parecer guiada con sensatez y sin codicia por su padre ginecólogo y su madre artista plástica, desarrolló gradualmente su carrera, aceptando roles secundarios sustanciosos en Fuego contra fuego (1995), Todos dicen te quiero (1996), Marcianos al ataque (1996). Y se negó rotundamente a hacer el protagónico de Lolita (1998) del repostero Adrian Lyne, pero estuvo maravillosa en Cambio de vida (2000), midiéndose dignamente con Susan Sarandon (que la defendió cuando no quiso hacer un desnudo imprevisto en una escena erótica). A los 16 ya había trepado al escenario para interpretar El diario de Ana Frank, con excelente críticas. Y hace un par de años actuó en Broadway con puesta de Mike Nichols en La gaviota, de Chejov. Le fue tan bien y se encariñó tanto con este director que desde entonces se moría por volver a trabajar con él. Deseo que se cumplió, como les suele suceder a las princesas, cuando surgió la posibilidad de estar en la adaptación fílmica de Closer. Pero en el ínterin, esta chica que muchos señalan –por su natural distinción– como la sucesora de Audrey Hepburn tuvo tiempo para algunos escarceos románticos con Moby, Gael García Bernal, Zac Braff (que la dirigió hace poco en el film Garden State). Y también –miren qué organizada y diligente– cursó la carrera de Psicología en Harvard... ¡y se graduó el año pasado!
Natalie es así, qué le vamos a hacer: linda, inteligente, equilibrada, trabajadora, se sigue llevando muy bien con sus padres, está comprometida con causas nobles (como la adjudicación de préstamos a pequeños emprendimientos de mujeres en países en desarrollo), ayudó a juntar fondos para la campaña de Kerry... Y en estos momentos la tenemos en cartel, rindiendo una sensible y arriesgada actuación en Closer, donde –como Hepburn en la primera parte de Mi bella dama– sin borrar del todo esa finura que es su marca de nacimiento, hace creíble y conmovedora a esa chica curtida pero frágil que, como la Cabiria de Fellini, no ha perdido cierto nivel de inocencia e integridad. Como lo prueba en la jugadísima escena en el club, con Clive Owen en el rol del miserable Larry. En estemundo arbitrario, a veces se hace justicia: Natalie Portman se ganó el Globo de Oro y esta semana la candidatearon para el Oscar.

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