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Viernes, 22 de julio de 2005

TALK SHOW › TALK SHOW

La mirada insondable

 Por Moira Soto


De las frías aguas oscuras del puerto de Hong Kong a la tibia agua jabonosa de la bañera donde se sumerge enteramente Marc, en las primeras imágenes de La moustache –reciente estreno parisino bastante bien recibido por la crítica–, hay la distancia impalpable que separa –¿une?- seguridad y vacilación, pesadilla y realidad, cordura y locura. Una distancia, una frontera que Marc pasará nada más afeitarse el espeso bigote que al parecer lleva desde hace años. Tanto es así que cuando en el cuarto de baño le insinúa con acento travieso a su esposa Agnès “¿Y si me lo quito?”, ella le responde que siempre amó ese bigote, y se marcha. Todo muy cortés, muy burgués, muy elegante. El tipo se queda solito frente alespejo y se le nota la tentación de acabar con esa guarnición tan masculina. Toma una tijerita, titubea, finalmente se decide y empieza a cortar esos pelos duros, resistentes, mientras resuena el concierto para violín y orquesta de Philip Glass contribuyendo a generar una extraña ansiedad. La sensación de que lo que estamos viendo no es la simple afeitada de un bigote que a fin de cuentas puede volver a crecer en poco tiempo, sino de que algo grave, peligroso, irreversible está sucediendo desde que empiezan los tijeretazos hasta que los pelos se escurren por el desagüe.

Cuando llega Agnès, Marc se está vistiendo y se divierte prolongando el suspenso antes de mostrar su nueva cara desnuda. Sin embargo, al verlo sin bigote ella ni se mosquea, y él, entre desilusionado e intrigado, se contiene. Van a comer a casa de unos amigos que tampoco se dan por enterados. Cuando, harto, Marc explota, todo su entorno niega que alguna vez haya tenido un bigote. Ni siquiera en el trabajo ni en el bar a donde va siempre logra causar el impacto esperado. De este modo, lo que para Marc empezó siendo una especie de diablura para sorprender, quizá para quebrar la rutina o salirse un poquitín del molde, desencadena una angustiante movida de piso. ¿Miente Agnès cuando le dice que jamás tuvo bigote o es Marc quien está perdiendo el sentido de realidad? ¿Por qué sustrae ella el álbum con las fotos de vacaciones donde él sí tiene el bigote de marras? Las preguntas sin respuesta se acumulan. Siempre al filo del abismo, la ausencia del bigote pone en evidencia el aislamiento de marido y mujer, la dependencia de la mirada de los otros para definir la propia identidad, la fragilidad de las cosas de la vida.

La moustache es la versión cinematográfica corregida que de su propia novela hizo Emmanuel Carrère, asimismo autor de El adversario, sobre el trágico affaire Romand, que dio origen a la extraordinaria película de Nicole García, estrenada en nuestro país hace un par de años, donde justamente sobresalía Emmanuelle Devos en el rol de la amante del protagonista. Y si bien es verdad que en La moustache el protagónico es de Vincent Lindon, que realiza un laburo impresionante al dejar leer en su rostro (afeitado), alternadamente, a veces simultáneamente, la ilusión, la decepción, la duda, el fastidio, la desesperación, desafiando a menudo primerísimos planos, no es menos cierto que lo de Devos en un enturbiado segundo plano es de una prodigiosa sutileza. La cámara la ama aunque ella se mantenga aparte sin tratar de seducirla, siempre ambivalente, enigmática, con esa belleza atípica que exhala sensualidad y la mirada soñadora, insondable de sus inmensos ojos verdes.

Favorita de directores como Arnaud Desplechin, ED ha trabajado con varias directoras, además de Nicole García, como Noemí Lvosvsky, Tonnie Marshall, Valeria Bruni-Tedeschi (la gran actriz devenida también directora en 2003, con Il est plus facile pour un chameau...), Agnès Merlet... y ahora mismo, en un año en que estrenó De battre mon coeur s’arrete y La moustache, acaba de filmar Gentille bajo la conducción de Sophie Fillière, con Lambert Wilson y Bulle Ogier.

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