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Viernes, 21 de abril de 2006

TALK SHOW

 Por Moira Soto

Menstrualmente, según avisa desde la gacetilla, Mónica Gazpio se trepa al escenario y con contados elementos dispara su Humoráculo, presentándose desenfadadamente como actriz pitonisa, pero no del templo de Delfos al servicio de guapo Apolo sino del teatro Gargantúa a disposición del público que concurre a consultarla sobre diversos temas que se deciden por sorteo al final del show. Excepcionalmente, este mes, Gazpio se presentará el cuarto domingo y les dará el gusto –o el disgusto, nunca se sabe con esta humorista que empieza por ser despiadada con ella misma– de referirse a un asunto de extrema complejidad: ser argentino.

Como estos oráculos, al igual que los de la Antigua Grecia, se pronuncian “por primera y única vez”, es decir, cada entrega es debut y despedida porque el próximo ha de ser diferente, la pitonisa Gazpio anuncia algunas de las revelaciones que formulará (y actuará) el próximo 23: las argentinas y los argentinos descendemos de los barcos, es verdad, pero en una de las olas inmigratorias llegaron los hijos de atlantes, habitantes de la Atlántida, una enorme isla del Mediterráneo, sumamente rica, que fue tragada por las aguas. La conclusión brota espontánea: “Por eso siempre los argentinos tienden a hundirse, a veces bajo las inundaciones, a veces los unos a los otros”. En realidad referido básicamente a los porteños y las porteñas, este oráculo no se priva de citar el famoso “crisol de razas”, desde luego de origen europeo, “eufemismo para nombrar lo innombrable”, porque la Historia es contada “a partir del tipo que gritó ‘Tierra’ desde la carabela, nunca desde quienes habitaban este suelo”.

Uno de los karmas locales más pesados es el de ser mujer en la Argentina, dice la pitonisa. Es decir, nacer en un país con nombre femenino, “que relega a las mujeres a los bordes anecdóticos de los manuales de Historia, comparsas que bordan banderas, hijas buenas como Merceditas, madres abnegadas como la de Sarmiento. En este oráculo que no pretende hacer vaticinios sino trazar una panorámica mordaz sobre estilos y hábitos urbanos, la mirada se dirige a sitios de conglomeración variopinta –bares, colectivos– o repasa ritos iniciáticos pesadillescos que demuestran que, al igual que Dios, Kafka es argentino: los trámites en oficinas públicas. En el futuro show de MG no faltarán tampoco las clásicas contradicciones sobre el acá y el allá: triunfar allá para tener un lugar acá, querer que acá sea como allá, venir de allá y contarnos qué pasó acá, no ser de acá ni ser de allá...

En este último paso antes de la desesperación que es el humor –al decir de André Breton–, Mónica Gazpio, respaldada por la producción de Cora Ferro y las suculentas ilustraciones que diseña Ricardo Pereyra para los distintos espectáculos, se ha sublevado en anteriores oportunidades contra la obligación de ser feliz en verano, el trato que reciben los actores en el cine (hecho por estudiantes) y la televisión (sin dejar de ridiculizar los métodos y antojos de los propios intérpretes), la presión de ser permanentemente joven y bella según los cánones impuestos por la cirugía plástica en todas sus manifestaciones, la publicidad, el culto de las modelos.

En el oráculo Belleza, la actriz aparecía caracterizada como una criatura frankensteiniana: costurones por aquí y por allá, grandes tetas postizas, cintas adhesivas sosteniendo los antebrazos y parte de la cara, extensiones, una pesa convertida en rulero sobre la frente, uñas postizas... Recorría el escenario con un andar típico de la pasarela y con una tijera que llevaba en la mano, se cortaba el hilo con que le habían cosido la boca para así poder hablar y despacharse a full sobre los numerosos tratamientos a los que había apelado para hacerse visible en los tiempos que corren. Dispuesta incluso a emular a Fausto y venderle su alma al diablo para mantenerse lozana y esbelta. Obviamente, ni la gym ni la dieta, ni la peluquería le alcanzaron, aunque la ayudaron eficazmente a estresarse. Tampoco sirvieron ni la homeopatía ni la baba de caracol del Llame ya. Sintiéndose cada vez más miserable, llegó al quirófano para quitarse y agregarse (“si hasta la madrastra de Cenicienta obliga a sus hijas en el cuento original a cortarse el dedo gordo para que el pie entre en el zapatito”) y salió convertida en esta extraña que no se reconoce hasta que decide volver a ser la de antes y aceptarse. Entonces, en un insólito strip tease comienza a quitarse rellenos, extensiones, cintas adhesivas que caen a sus pies como grilletes de esclava liberada.

Humoráculo ser argentino,
el domingo 23 a las 20 en
Gargantúa, Jorge Newbery
3563 a $ 10, 4555-5596.

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