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Viernes, 13 de octubre de 2006

TALK SHOW

El túnel del tiempo catódico

 Por Moira Soto

Mientras que Naza Vélez, la invención mediática absoluta (¿qué sabe hacer esta chica de labios inflamados aparte de exhibirse?, ¿habrá que ir a descubrirla en El champán las pone mimosas?), se produce y va de un canal abierto a otro (incluido el público, donde visita a los Korol), y de ahí a uno de cable a contar su compleja problemática existencial —lidiar con Agostini, coquetear con Roviralta, luchar contra la anorexia, preservar a sus hijos Gonzalito y Barbarita del escándalo—, podemos apagar el televisor para repasar lo que sucedía en las pantallas chicas durante los años ’70, gracias a La magia de la televisión argentina, de Jorge Nielsen (Ediciones del Jilguero), recientemente aparecido. En esa década de tanta convulsión política, donde se pasó de los estertores de Livingstone a los dos años de Lanusse y, previa elección, a los fugaces Cámpora y Lastiri, luego a Perón seguido de Isabel para desembocar en el golpe del ‘76 que instaló la nefasta dictadura, ciertamente no había un equivalente de Nazarena Vélez ni en la tele ni en el escenario: apenas el lobizón Nazareno Cruz (1975) en el cine.

El detalle minucioso de la programación año a año que hace Nielsen en la televisión local (privada –salvo el 7– hasta el fin de las licencias en 1974, e intervenida después de un par de años de administración peronista), demuestra que en rubro ficción la oferta era llamativamente amplia y variada, incluso (más allá de los logros en cada caso) con ciertas aspiraciones culturales. Epoca de gloria y rosas para el feraz Migré, quien –entre otras telenovelas exitosas– presentó su pieza suprema, Rolando Rivas, taxista. Dos temporada los martes a las 22 por el 13, un horario en que “el país se paraba”, según reza el lugar común que todavía se repite. Hubo otros autores de tiras y unitarios, mucho, demasiado Abel Santa Cruz, pero también –en los tempranos ’70– Cosa Juzgada por el 11, del grupo de David Stivel (con libros de Gené y Somigliana), Uno de nosotros, semanal de Osvaldo Dragún, por el 9.

Ya almorzaba Mirtha, ya estaban los hermanos Sofovich y el Soldado Chamamé y el celestino Roberto Galán, pero también (en 1971), el público de TV le daba alto rating no sólo a peleas históricas (Joe Frazier-Muhammad Ali) sino a Nureyev bailando en vivo desde el Coliseo (casi tres millones de espectador@s). La ficción no se reducía a tiras y unitarios escritos para la TV sino que, en una época de muchísima menos actividad teatral que la actual, proponía desde el 7 Grandes Relatos, adaptaciones de Arlt, Sabato, Borges. En tanto que en el 9 se mantuvo durante largas temporadas Alta comedia, ciclo que con directores como Alejandro Doria, Martha Reguera, Maria Herminia Avellaneda, se despachaba con versiones de Chejov, Molière, Racine, Pagnol, Cocteau, Gorostiza, Pirandello.

De vuelta en el 7, estaba la opción de Grandes Novelas (Pushkin, Stevenson, Arlt; Marta Lynch), entre cuyos adaptadores figuraban Pablo Palant y Francisco Urondo, y en el mismo canal, una transmisión desde el Colón podía alcanzar 23 puntos. Entretanto, aparte de la citada Alta Comedia, El Mundo del Espectáculo, por el 11, podía incluir la pieza 300 millones de Arlt, y en el mismo canal, Alberto Olmedo interpretaba Enrique Discépolo, 20 años después. También por el 11, en 1974, se vio el especial Yerma, la obra de Lorca actuada por la española Nuria Espert. El 13 no se quedaba atrás y emitía La señorita Julia, de Strindberg, protagonizada por María Luisa Robledo, y durante el ’73, los viernes se podía ver Historias de medio pelo, de Cossa, Halac, Somigliana. Otro especial del 13, El inglés de los güesos (1975), con Ernesto Bianco. En el ciclo La casa, el teatro y usted, se versionaba a Anouilh, Florencio Sánchez, Coward.

Entretanto el 7 proseguía con su empeño de nivelar para arriba con Grandes novelas, Teatro argentino 7, Platea 7, Gran Teatro. Todavía en 1976, cuando ya se hacían sentir la censura y las listas negras, el 11 tenía en su programación Escenario Universal y Gran Teatro sin cortes. La conclusión se cae sola: actualmente con más de 300 espectáculos teatrales en cartel, no sólo no hay en TV abierta ni un programa que informe y analice esta movida, ni mucho menos trasmisiones o grabaciones de obras que se están representando, ni se hacen adaptaciones literarias de ninguna especie. Pero eso sí, la tenemos a Naza omnipresente, quien entre un escandalete, una lágrima, un desafine en lo de Tinelli y un romance con caballos, nos promociona insistentemente El champán las pone mimosas.

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