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Viernes, 9 de noviembre de 2007

TALK SHOW

La coartada fundamentalista

Una voz masculina en off recita ciertas normas del vestir de las mujeres “determinadas en el código de las leyes judías”, antes de que comience El tribunal de las mujeres, pieza teatral de Naomi Ragen: una mujer no deberá usar nunca ropa masculina, ni nada ostentoso o llamativo como bordados o lentejuelas; está prohibido el uso de prendas ajustadas o de colores claros, y el rojo es considerado un color licencioso; las niñas a partir de los tres años tienen absolutamente vedado mostrar el cuerpo; los brazos deben cubrirse hasta la palma de la mano, el codo nunca estará visible, por lo que no se permiten las mangas anchas; allí donde el cuello desciende hasta la espalda debe ser tapado y hay que estar en guardia respecto del primer botón de la blusa; el uso de medias es obligatorio aun en la propia casa; el largo del vestido debe cubrir siempre la rodilla, de pie o sentada; la casada debe tapar totalmente su cabellera, sea con un pañuelo o una peluca porque esa forma de modestia es la gloria de la mujer, esposa y madre, y dicha peluca no se puede confundir con su propio pelo... Estas son, palabras más, palabras menos, la mayoría de las normas “recopiladas por la gracia de Dios por estudiantes talmúdicos, bajo la guía y dirección de un presidente del consejo rabínico”, que enumera la citada voz masculina antes de cerrar con un deseo que parecería una humorada en otro contexto: “Que todos tengan una larga y placentera vida”.

Cuando lo habitual es que se hagan críticas a la desigualdad y opresión que recaen sobre las mujeres bajo ciertas tradiciones del fundamentalismo islámico, puede sorprender que en un teatro como el Ben Ami, a través de una obra escrita por una judía contemporánea, se ponga crudamente de manifiesto el trato denigrante que reciben las mujeres judías dentro de algunas congregaciones extremistas (el llanto imparable de muchas espectadoras durante toda la función lleva a inferir que conocen de cerca ese sufrimiento). Acaso la sensibilidad después del Holocausto esté tan acentuada que se teme que cualquier objeción o crítica hacia costumbres judías pueda ser malinterpretada.

La anécdota de El tribunal... tiene lugar en un hogar de Mea Shearim, el barrio ultraortodoxo de Jerusalén. Dos hermanas discuten sobre la conducta de la madre que partió hace dos años dejando a sus doce hijos. La mayor, Bluma, no la ha perdonado y rechaza su anunciado regreso. La menor, Ruth, tiene una actitud comprensiva y cariñosa. A ese ámbito van llegando dos vecinas chismosas, la implacable abuela materna, la equívoca abuela paterna, la propia Hanna que vuelve haciéndole frente a la patrulla (masculina) de la moralidad... La mujer está resuelta a recuperar a sus hijos y, de cara al improvisado tribunal femenino, revelará las razones de su huida. Y si bien esta pieza no reivindica concretamente derechos para las mujeres, la denuncia queda sentada. Un tanto empañada, es cierto, por la aclaración enfática que se hace acerca de que Zehava, la amiga que dio hospitalidad a Hanna, nunca fue su pareja.

El director, dramaturgo y traductor Juan Freund –cuya exitosa obra Bienvenido Sr. Mayer está a punto de estrenarse en Alemania–, responsable de esta puesta en escena, desearía que El tribunal... llegue a un público más amplio que el específicamente judío. “Esta pieza se estrenó en Israel hace cinco años y hasta ahora tuvo más de 300 mil espectadores. Seguro que hubo alguna repercusión en contra, pero en general el apoyo fue muy grande. Este trato inferiorizante hacia la mujer no ocurre sólo en Mea Shearim, por supuesto. Creo que esta pieza intenta ir más allá de un caso particular, y habla de la discriminación y la intolerancia que existen en todas partes. El fundamentalismo ha encontrado una excusa en las grandes religiones: los hombres han interpretado los textos sagrados en su propio beneficio, reservándose todos los privilegios. En Israel existe una legislación sobre los derechos de las mujeres que se supone que es más importante que las reglas religiosas, pero no se ha logrado hacerla cumplir en el espacio de los ultras; aunque no son mayoría, tienen fuerza. La propia Naomi Ragen sufrió hace poco en su persona el maltrato al tomar un colectivo en ese barrio, donde se da por hecho que la mujer debe sentarse en el fondo, como sucedía con los negros en el sur de los Estados Unidos. Ella intencionalmente se instaló en un asiento de adelante y un grupo de hombres –que no la reconocieron– la bajaron y la molieron a palos...”

Para la puesta en escena de El tribunal..., Freund trabajó con un grupo entusiasta de diez actrices –sólo la mitad, judías–, “entre ellas una chica muy católica que habló con una monja a quien le gustó la obra y descubrió vinculaciones con El Libro de Ruth. El proceso de ensayos fue muy grato, todas aportaron generosamente, también recibimos mucho apoyo de distintos lados, incluso de la AMIA. Las funciones son a sala llena y no alcanzan las localidades. Además, felizmente, estamos incorporando a un público joven”.

El tribunal de mujeres, en el Auditorio Jacobo Ben Ami, los sábados a las 21 y los domingos a las 18, a $ 18, socios de la AMIA y jubilados a $ 10, Jean Jaurès 746, 4961-0527.

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