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Viernes, 25 de abril de 2003

TALK SHOW

El show de Cho

 Por Moira Soto

No he hablado tanto de mi período si tenemos en cuenta el tiempo que me dura”, retrucó alguna vez la stand up coreano-norteamericana Margaret Cho a quienes le objetaban que dedicara demasiado tiempo a su menstruación en los shows que ofrece en teatros, clubes, ámbitos universitarios. Sucede que Cho, después de una experiencia traumática en la TV hace unos años, decidió no guardarse nada, no respetar temas tabú de ninguna especie, empezando por ella misma, sus miedos, su sexualidad, su tendencia natural a la redondez física. Lo suyo fue una desgracia con mucha suerte, porque si bien ya antes de protagonizar por la CBS “All American Girl”, había descollado como comediante y ganado algunos premios, fue a partir de lo mal que lo pasó en esta serie –cancelada antes de lo previsto– que Margaret se desbocó a piacere, y todavía está sacando partido humorístico del martirio que padeció.
En sus exitosas presentaciones, ella da desopilantes detalles de las pruebas a que fue sometida en ese show televisivo, con demasiada gente opinando sobre su cara, su figura, cuán asiática debía parecer para resultar políticamente correcta: “Primero me cuestionaron mi cara demasiado lisa y circular, después mi cuerpo macizo. Tenemos que hacer algo, dijeron. Y me pusieron un nutricionista que trajo sus minúsculas cajitas con vegetales, y un entrenador que venía a mi casa todos los días... Perdí peso, claro: 15 kilos en dos semanas. Y también me enfermé: mis riñones colapsaron pero mi cara entraba en pantalla. Estaba en mi trailer cuando empecé a orinar sangre. Mi novio de ese momento se impresionó y rompió conmigo...” Cho dice que finalmente la serie quedó aguada y fracasó, pero que ella aprendió un montón, se encontró y se aceptó a sí misma y supo qué dirección tomar en la vida y en el show. Por supuesto, recobró el peso perdido “porque lo primero que perdés en una dieta es masa cerebral. Supe que me estaba volviendo loca cuando una noche, al ver un video de Jesucristo Superstar con el protagonista cargando la cruz, pensé: qué buen ejercicio para brazos y espalda...”
Con esta desfachatez chancea desde hace casi diez años Margaret Cho. Hija de una coreana que desafió las tradiciones negándose a un matrimonio arreglado, la niña Margaret (Moran, en los papeles) se crió en San Francisco, “entre viejos hippies, ex drogadictos, drag queens y chinos de todo tipo. Un panorama confuso pero enriquecedor”. Desde chica supo que tenía talento para hacer reír y a los 16 debutó en el club The Rose & Thistle. Poco después gano un concurso cuyo premio era abrir un show de Jerry Seinfeld. Se mudó a Los Angeles en los tempranos ‘90 y vivió un tiempo con un grupo de jóvenes artistas (“me fui porque no era la más famosa, si la familia Manson hubiese venido, no habría sido yo Sharon Tate, sino apenas una víctima de reparto ¿quién quiere eso?”). El suceso Cho empezó a extenderse, le hacían muchos reportajes, recibió premios más importantes, y entonces ocurrió lo de “All American Girl”. Margaret, de todos modos, no salió tan fácilmente de la frustrante experiencia: buscó consuelo en drogas y alcohol, se hizo adicta por un tiempo. Pero se recuperó y esa etapa también le dio letra para sus monólogos.
Algunos de sus shows –”Notorius C.H.O.”, “I’m the One that I Want” (título también de su muy vendida autobiografía de 1999)– salieron en video y DVD, y al igual que en su actual suceso, “Revolution” (en cuyo afiche aparece su carota de pan casero caracterizada como el Che Guevara), M.C., que también suele rapear, vuelve a hablar de sus temas predilectos subida a altas plataformas: estereotipos sexuales y étnicos, su madre, el sobrepeso, la atención en los hospitales, los chistes de mariquitas malas,la pornografía, los diseñadores de moda, su abuelo, los oprimidos en general...
“Soy una coreana que no estudió violín ni se encamó con Woody Allen”, dispara en “I’m...”, show donde después de contar que actuó en un crucero lesbiano, reclama: “Sólo soy funny, ¿dónde está mi desfile del orgullo gracioso?”. Los críticos más estragados mueren por ella: “Adoro sus cortes de humor cerca del hueso”, anota Michael O’Sullivan del Washington Post, mientras que Stepehn Holdel, del New York Time, declara sin ambages: “Me reí hasta que las lágrimas rodaron por mis mejillas”.

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