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Viernes, 10 de octubre de 2003

TALK SHOW

La fidelidad, ja, ja, ja

 Por Moira Soto

La fidelidad es meramente la ausencia de infidelidad o supone una activa resistencia contra la tentación? ¿La infidelidad presume siempre traición, perjurio, perfidia, alevosidad? Desde luego, no estamos hablando de fidelidad a principios, religiones, costumbres o proveedores, sino de la que –según rezan las fórmulas litúrgicas– se deben los esposos, o se prometen los amantes o los novios. Aunque no está de más recordar que se denomina fiel al/la que observa determinada fe; e infiel al/la que no profesa la fe (católica, que como sabemos, se autodenomina “la única verdadera”). Se dice que los varones son más celosos de la infidelidad sexual (que amenaza la continuidad de sus genes), en tanto que a las mujeres lo que realmente las mata es la infidelidad emocional... Pero a esta altura ya se sabe con cierta certeza que la monogamia no es tan natural como se quiso creer, y que los valores de la estabilidad no están inscriptos en los genes. Como anotaba Robert Wright hace pocos años en la revista Time, “la buena noticia es que el ser humano está diseñado para enamorarse, la mala es que no está diseñado para mantenerse enamorado...”
Sin embargo, la infidelidad (sexual) sigue viéndose como una transgresión moralmente condenable: no por nada se usa como sinónimo el verbo engañar, y la palabra adulterio tiene mucho que ver con falsificar, falsear, viciar... Todavía, pese a la descompresión de las costumbres, las palabras infidelidad, infiel, traición, clandestino/a, etc., en el título de una pieza de ficción resultan magnéticas. De hecho, el último suceso del clipero Adrian Lyne (un tipo que ya había explotado el adulterio exitosamente en Atracción fatal y Propuesta indecente) se llamó Infidelidad: los cuernos los aplicaba la magnífica Diane Lane al cabezón Richard Gere, entregándose con frenético ardor a Olivier Martinez. Si echamos un somero vistazo a la programación del cable, advertiremos que hay un amplio menú de traiciones amorosas en lo que queda de octubre: Crímenes y pecados (adúltero hace matar a su amante; MGM el 18 a las 12); La diabla (ama de casa se venga de su marido que la engaña con escritora, The Film Zone, el 25 a las 20.10); Pan y tulipanes (otra ama de casa, ésta infiel en sus vacaciones, Space, el 22 a las 22); Cama para tres (de nuevo ama de casa, en esta oportunidad ligando con una seductora camionera, Cinemax, al 15 a las 2.15); Los puentes de Madison (cuarta ama de casa, que se sustrae a sus deberes y sucumbe ante el fotógrafo Clint Eastwood, TNT, el 14 a las 22); El ocaso de un amor (clásico adulterio inspirado en Graham Greene, HBO Plus, el 19 a las 22) y entre otras muestras de traición a compromisos contraídos, dos que, por decirlo evangélicamente, cometen adulterio en su corazón: la soñadora de La rosa púrpura de El Cairo (I-Sat, ya se proyectó pero vuelve cada tanto) y el protagonista de La edad de la inocencia (TNT, el 26 a las 16.3 y el 27 a las 14.30). No podía faltar otra señora insatisfecha, discípula de Madame Bovary, que se lanza a la aventura con un desconocido y paga con sangre: Angie Dickinson en Vestida para matar (I-Sat, el 15 a las 11.25), amén del clásico literario descafeinadamente adaptado Anna Karenina (Cosmopolitan, el 12 a las 17 y el 23 a las 21).
Entretanto, acaban de ofrecerse en Buenos Aires muy buenas versiones de dos óperas que discurren sobre la infidelidad y la lealtad, mientras sigue en cartel el film EL fondo del mar, que trata sobre una traición imaginaria. En Las bodas de Fígaro, representada en el Margarita Xirgu, casi todo el mundo está al borde de la infidelidad, de seducir o dejarse seducir, cuando no (el propio Fígaro) a un pasito del incesto. Mientrasque en Fidelio, de Beethoven –vista en el Colón– ya desde el título se deschava su contenido pro lealtad matrimonial. Fidelio es Leonora, la intrépida esposa que se traviste para rescatar a su marido, preso político. Y a fe que logra sus fines, aunque por el camino, con su traje de muchacho, enamora sin querer a la hija del carcelero, que no se percata de la voz de soprano de Fidelio-Leonora, quien también confunde por un rato con el disfraz a su propio esposo. Equívocos del travestismo que también ocurren en Las bodas...: el adolescente Cherubino –habitualmente interpretado por una mezzo, en esta versión por un contratenor– es disfrazado de mujer por la condesa y su criada para hacerle pisar el palito al conde falluto... Un engaño por otro.

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