Wadad Halwani bien podría pasar por una militante argentina de los ’70. Tiene 58 años y look occidental, habla pausado y firme, toma notas, discute. Era fácil adivinarle un pasado de cuadro político aun antes de que desapareciera su marido. Lo difícil era imaginarla la penúltima de los quince hijos del señor Mourad y sus tres mujeres. “Todos tenían que obedecerlo, él era el jefe”, resume. Ella fue la única que se rebeló. “Cuando terminé la escuela en Trípoli, quise ir a la universidad en Beirut. Insistí hasta que mi padre me dejó alquilar un cuarto en una pensión de estudiantes.” Mientras cursaba la carrera de geografía, Wadad comenzó a militar en una organización política de izquierda y se enamoró de Adnan Halwani. Para su familia, él era “un extraño”, pero terminaron por aceptarlo, se casaron y tuvieron dos hijos. En 1982, fuerzas de seguridad se presentaron en su casa y se llevaron a Adnan “para un interrogatorio de cinco minutos”. Nunca volvió. Después de unos primeros días de búsqueda solitaria, se le ocurrió dejar un mensaje en la radio convocando a otros familiares que estuvieran en una situación similar. El punto de encuentro era una plaza, y el momento del día, un hueco entre sus horas de profesora y el cuidado de los chicos. Cuando llegó, había cientos de personas. “Todos hablaban entre sí, se contaban a quién tenían desaparecido. Les propuse marchar a la oficina del primer ministro, que nos recibió y lloró al escucharnos. ‘Usted no tiene que llorar’, le dije. ‘Usted tiene que decirnos dónde están nuestros desaparecidos’.” “Dónde están” en árabe se dice “Waynon” y ése es el título de la canción que Wadad se empecinó en enseñarles a sus compañeras latinas durante el laboratorio. Porque ahora, también, cantan.