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Lunes, 22 de septiembre de 2003

FúTBOL

Un Leopardo en el Camp Nou

Ronaldinho, el dueño de la camiseta Nº 10 que dejó Juan Román Riquelme en el Barcelona ya impuso un estilo en el club catalán. Sus compañeros dicen que “juega como vive”. Para demostrarlo, el brasileño duerme con la pelota bajo la cabeza.

Por Luis Martín
Desde Barcelona

El vicepresidente deportivo del Barcelona, Sandro Rosell, no se anduvo con rodeos: “¿Querés jugar con el Barça?” le soltó a Ronaldinho. El brasileño lo miró, sonrió, retocó la cinta que recoge sus rizados cabellos y le hizo una pregunta, “sólo una”, según recuerda el directivo azulgrana: “¿Quién será el entrenador?”. Le gustó escuchar el nombre de Frank Rijkaard. No preguntó por la ciudad, ni por el dinero que cobraría ni por nada que no tuviera que ver con lo futbolístico. Unicamente quiso saber quién iba a decir cómo tenía que jugar.
Dicen los que lo conocen hace tiempo, y también los que lo han descubierto en la cocina del Camp Nou, que detrás del producto mediático en el que lo ha convertido el proyecto del presidente Joan Laporta, necesitado de un nutritivo ilusionante para la hinchada, y del malabarista que protagonizó la última campaña de Nike, hay un futbolista de verdad. Y el vestuario del Barça tardó muy poco en saberlo: “En la cocina no engañas –reconoce Gerard–, se ve en seguida de qué palo sos”. Con Gerard precisamente y con Xavi tiene una apuesta cruzada desde antes del partido de medianoche ante el Sevilla. Sentado en la mesa, escuchaba su conversación en catalán. A la tercera frase, les dijo: “No entiendo nada, pero me juego una cena a que en seis meses hablo en catalán con ustedes”.
Después se subió al ómnibus, como siempre en la segunda fila y se fue al Camp Nou. Allí anotó un golazo espectacular que sólo está al alcance “de un tipo de su capacidad atlética”, según Paco Seirulo, el preparador físico del equipo. “Es altamente explosivo, como un leopardo. No va detrás de cada pieza que ve. Pero elige tres veces y de cada tres caza una pieza.”
Un detalle que no se le escapó a Pep Guardiola viéndolo desde la tribuna del Camp Nou, como socio que es, en el partido contra Boca y también ante el Sevilla: “Es un jugador genial, pero que no pretende serlo en cada balón que toca”. Será porque, como reconoce Rijkaard, su concepto del fútbol va más allá de tocar la pelota y meter un gol.
“No he hablado mucho con él en privado, pero sí he advertido en las charlas su interés por los conceptos del juego colectivo.” Para el técnico holandés, Ronaldinho, por evidente, sabe que es un jugador capaz de decidir por sí solo “pero tiene muy presente que necesita al equipo para poder hacerlo”.
Será por eso que su participación en el vestuario es tan diferente a la de sus antecesores brasileños en esa misma cocina. Los que han trabajado junto a Romario, Ronaldo, Rivaldo, lo ven muy diferente. Independientemente del concepto que se pueda tener como personas, la diferencia radica en “una cuestión de personalidad”, según Angel Mur, que guarda un buen recuerdo de todos. “Romario era muy solitario, Ronaldo muy joven y tímido. Rivaldo, muy introvertido. Ronaldinho es lo contrario.”
A nadie se le escapó, en este sentido que, terminado el partido de San Mamés, el brasileño felicitó uno por uno a sus compañeros y que tras el empate ante el Sevilla entró gritando en el vestuario, elogiando a sus compañeros por el esfuerzo, contagiando su innato optimismo: “La semana que viene, goleamos”.
Luis Enrique, el capitán, resume: “Ronaldinho juega tal y como vive: es feliz y lo demuestra en todo momento”. Curtido en mil batallas, el asturiano espera ver su reacción “cuando las cosas vayan mal, cuando le den los primeros palos, a él y al equipo” antes de pronunciarse sobre su proyección. Luis Enrique, al igual que Puyol, lo ven llegar cada día al vestuario. No le gusta madrugar como a ellos, pero tampoco alcanza el nivel de Gabri, casi siempre el último en aparecer. Su ritual es sencillo. Se cambia de ropa, busca un balón y juega con él mientras da los buenos días a los que están y a los que llegan: “Debía dormir con la pelota en su cama, siempre está jugando con ella”, anuncia un compañero. El preparador físico lo corrobora: “Nunca antes dialogué con un tipo que tuviera pegado un balón a su oreja izquierda”. De hecho, escucha las charlas en el vestuario sentado en la pelota y la espalda apoyada en el banco de su taquilla, la que fue de Christanval hasta hace poco. Brasuca, como lo llama Quaresma, usando un vocablo portugués despectivo para con los brasileños, suele reírse de lo que guarda en ella: unos calzoncillos que usa sólo para los partidos. No es nada maniático en lo referente a su indumentaria: juega sin ninguna camiseta bajo la oficial, única prenda que se cambia en los descansos, y se entrena con el equipaje que le ofrece el club y botines que va alternando –los viejos, los nuevos– hasta la víspera del partido, cuando se calza los botines plateados, número 41.5, no más de 200 gramos. Su única rareza de crack la esconde bajo los pantalones.

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Con Saviola y Rijkaard, el Leopardo en el Camp Nou.
 
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