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Lunes, 13 de septiembre de 2004

FúTBOL › VOLVIO Y LA ROMPIO

La tarde mágica del Burro Ortega

Fue el mejor jugador del partido entre Newell’s y Banfield, y aunque su juego no alcanzó para la victoria, promete más.

Por Alejo Diz
Desde Rosario

Es un jugador que siente el fútbol desde el talento. Y cumple con el estereotipo imaginario del futbolista argentino que patentara alguna vez Diego Maradona: se disfruta por el lenguaje de sus pies, es de carácter rebelde, lleva la bandera del potrero y tanto adentro como afuera de la cancha jamás se puede prever su próxima decisión. Y así como un día imaginó que podía rescindir el contrato con el Fenerbahce, dejando Turquía sin siquiera regalar el saludo de despedida, casi dos años después apareció en el parque Independencia defendiendo los colores de Newell’s. Ariel Ortega volvió al fútbol. Y en su regreso no defraudó a nadie.
La grey rojinegra asistió masivamente al parque Independencia. Lo que seducía no era el juego del equipo de Américo Gallego, ni la participación de Mario Jardel, el brasileño que se niega a aceptar su retiro quizá porque los años aún no le dan (tiene 30, la misma edad que el Burrito). La atracción era el encuentro de Ariel Ortega con la pelota. Y si no fuera por la ingratitud de sus compañeros, su regreso hubiese sido más espectacular.
Parece que juega para la tribuna. Pero sus antecedentes lo niegan. Es un aficionado a la jugada imposible, al amague burlón, al pique explosivo. En fin, entiende el fútbol desde su perfil más bohemio. Ayer no dudó en ser consecuente a su juego. En las dos primeras pelotas que tocó lo pararon con infracción. Jugó los 90 minutos sin mostrar un gesto de cansancio. Quienes lo sufren dirán que le falta la chispa distintiva que lo muestra siempre un segundo adelante del resto. Pero no se puede explicar cómo aguantó todo el partido tras estar 19 meses lejos de la actividad.
A los 16 minutos dejó contrariado a Gustavo Bassi. El árbitro no podía distinguir cuándo Ortega era víctima del rival y cuándo le sacaba una falta con astucia de timador. “No te tirás más”, le pidió Bassi con la ingenua ilusión de corregir su conducta. El Burrito lo asintió con la cabeza. Y el árbitro le creyó. Es que, minutos después, Ortega estaba otra vez revolcado sobre el césped. Y el juez pitó con vehemencia de certeza.
Lo que no pudo hacer Ortega es disimular los problemas que tiene el equipo de Gallego para jugar al fútbol. Pero hizo mucho más de lo esperado: le tiró una centro a la cabeza a Scocco, a Capria se la dejó en el pecho dentro del área, a Vella le metió una asistencia excelsa y a los jugadores de Banfield les regaló con entusiasmo su patentado enganche. Empezó jugando de punta y pasó a hacerlo de diez por la intrascendencia de Capria. Pero no pudo dejar a su equipo ganador. Y se fue frustrado, como quien sabe que de su voluntad todo puede ser.

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