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Lunes, 1 de noviembre de 2004

FúTBOL › BRINDISI PUSO UN EQUIPO JUVENIL Y BOCA NO PUDO CON INSTITUTO

El que se recuesta en los chicos termina silbado

El modestísimo Instituto, que jugó más de un tiempo con diez por la expulsión de Jiménez, rescató un valioso punto colgándose del travesaño en la Bombonera. Boca dispuso de varias situaciones de gol, pero no supo concretarlas y terminó cocinando su impotencia en el ollazo. Mereció ganar, aunque no jugó bien.

 Por Ariel Greco

“Pongan huevo/ no rompan las pelotas/ a ver si se dan cuenta/ de que están jugando en Boca...” La canción-amenaza acompañó los tres minutos de descuento que dio Bassi y simbolizó la frustración con que los hinchas de Boca se fueron de la Bombonera luego del 0-0 con Instituto. Claro que el grito se modificó apenas unos segundos después de finalizado el juego: “El domingo/ cueste lo que cueste/ el domingo tenemo’ que ganar”. Una muestra de la mezcla de sentimientos que generó un equipo que por un ratito invitó a pensar en la levantada, pero que terminó mostrando una imagen más apática y desdibujada que en los últimos partidos.
A la apuesta por los juveniles que hizo Brindisi se le planteó el peor panorama. Es que el comienzo de Boca, al menos por dinámica y ganas, resultó alentador. Antes del minuto, Calvo ya había obligado a Caranta a revolcarse. Y a lo largo del primer tiempo contó con varias ocasiones para abrir el marcador. Sin embargo, como el gol no llegó en esos pasajes iniciales, las urgencias fueron ganando terreno hasta generar un clima efervescente que conspiró contra varios de los pibes. Entonces ya no hubo ideas, aparecieron los remates lejanos sin convicción, abundaron los centros sin sentido y las chances frente a Caranta se tornaron cada vez más esporádicas. Así se fue gestando la sensación de impotencia de los hinchas que disparó los cantitos del final.
Es probable que si el mano a mano que Cangele definió al cuerpo de Caranta, la vaselina de Palermo que quedó colgada en el techo del arco, la doble chance dilapidada por Palermo y Ormazábal o el disparo cruzado del debutante Fischer hubiesen ingresado, Boca estaría celebrando una victoria tranquila. Porque en el trámite era mucho más que los cordobeses, ganaba todas las divididas y no pasaba sobresaltos en el fondo. Palermo, como pivot, y Cangele, tirado a la derecha limpiando el camino, eran las claves en las que se apuntalaba el dominio de Boca. Apenas durante un pasaje de ese primer tiempo, Instituto logró emparejar el desarrollo, aunque en ningún momento logró inquietar a Abbondanzieri.
Pero a medida que transcurrían los minutos, quedó claro que aquello se trataba de un espejismo. Ni siquiera la expulsión de Daniel Jiménez se convirtió en un factor determinante en el juego. Maniatados por los nervios, los volantes perdieron movilidad y nunca le dieron opción de pase a sus compañeros. Por eso comenzaron las imprecisiones, aun en toques muy cortitos. Y cuando los nervios se transformaron en desesperación, llegó la ley del único recurso: los centros frontales, previsibles, y encima sin dirección. Para colmo, los dos mejores de la primera mitad ya no estaban en la cancha, o casi. Cangele salió inexplicablemente reemplazado y Palermo quedó maniatado entre los centrales rivales y los dos centrodelanteros bis –Fischer y Boselli– con los que Boca terminó el juego. Ante tanto desorden, lo único bueno para el equipo de Brindisi fue que Instituto nunca se animó a salir a buscar la victoria. Si no, la historia podría haber sido peor.

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