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Lunes, 10 de junio de 2002

FúTBOL › MUNDIAL DE ITALIA 1934

Cuando Suecia le ganó a un equipo argentino amateur

El único antecedente de confrontación contra Suecia dentro de los mundiales es muy especial. El testimonio indirecto de Eduardo Nehín –que jugó esa vez– reconstruye las circunstancias de aquel Mundial de un solo partido.

El único antecedente de enfrentamientos futbolísticos a nivel de Mundial entre la Argentina y Suecia no es nada halagüeño. Remite al torneo de 1934, jugado en Italia, cuando la Argentina envió un equipo de jugadores amateurs que cayó derrotado en su presentación ante los suecos y debió regresar. Las vacaciones en los Mundiales fueron largas, larguísimas: el equipo argentino no volvió a reaparecer sino hasta 1958, precisamente en el Mundial de Suecia.
Uno de los jugadores que tomó parte de aquel encuentro fue el zaguero sanjuanino José Eduardo Nehín. En el libro La Argentina en los Mundiales de Daniel Arcucci y Juan Sasturain, recientemente publicado por la editorial El Ateneo, un sobrino de Nehín, Daniel Navarro, relata la historia de su tío e, implícitamente, la de aquella amarga parada, que aquí se reproduce:
“(...) En el orden nacional, el general Agustín P. Justo iniciaba el segundo año de su mandato, surgido del fraude electoral. Promediaba la Década Infame, y aún faltaba el bochornoso acuerdo Roca-Runcinam, las volcadas de urnas, el prebendismo, los privilegios, el asesinato del senador demoprogresista Bordabehere, y el acto final del drama: el suicidio de Lisandro de la Torre, cansado de remar en soledad contra la corrupción y la inmoralidad pública.
“Aquel fue el contexto en el que José Eduardo Nehín recibió, en su apacible domicilio de calle Reconquista, el telegrama de las autoridades del fútbol argentino. Debía viajar a Buenos Aires para participar del proceso de selección del equipo nacional, que participaría en el segundo Campeonato Mundial de Fútbol que ese año se disputaría en Italia, entre el 27 de mayo y 10 de junio.
“Hijo de un inmigrante libanés (Pedro Nehín, cofundador de la Sociedad Sirio-Libanesa de San Juan) y de una dama sanjuanina (Angela Rojas), José Nehín había llamado la atención de los seleccionadores debido a sus brillantes actuaciones en el seleccionado de la Liga Sanjuanina de Fútbol (subcampeón argentino en 1931) y en su club de origen, Sportivo Desamparados.
“El Turco, como lo llamaban, jugaba de marcador lateral derecho (entonces el ‘half derecho’ de la desaparecida línea media de otros tiempos), pero con una llamativa proclividad para mandarse al ataque y despachar violentos disparos que lo consagraron como un defensor goleador, toda una curiosidad para la época.
“En Sportivo, José jugaba junto a sus hermanos menores Nahún (puntero derecho) y Pablo, el más chico, apodado Pito, centrodelantero dueño de una rara habilidad y potencia goleadora.
“Pito Nehín, con apenas veinte años, fue goleador del torneo argentino de 1931. Sus servicios fueron requeridos primero por Gimnasia y Esgrima, y luego por Estudiantes, en virtud de que cursó en La Plata los estudios que prontamente le hicieron abandonar el fútbol para dedicarse de lleno a su profesión de ingeniero.
“Un selecto grupo de jugadores destacados del interior del país llegó a Buenos Aires. Debieron pasar por el tamiz de diversas y duras pruebas. La última, solía comentar Nehín, fue la que propuso el primer equipo de Racing Club. En esa suerte de test-match, el sanjuanino permaneció en el banco hasta que se decidió su ingreso, debido al fracaso de half derecho de Córdoba.
“Era la gran oportunidad que el capitán de Sportivo Desamparados no habría de dejar escapar. Mantuvo a raya a la poderosa ala izquierda académica compuesta por Ballesteros y el Chueco Enrique García (históricamente conocido como ‘El Poeta de la Zurda’). Y no sólo cumplió con su rol de marcador sino que sacudió la red racinguista con un fuerte remate de larga distancia. No hacía falta más. Nehín fue el seleccionado.
“Debido a su gran personalidad, limpieza en el juego y don de mando dentro de la cancha, fue nominado subcapitán del equipo. “Determinado el plantel, la delegación argentina partió en el ‘Athenia’, que hizo escala en Uruguay y luego en Río de Janeiro antes de hacer el viaje de Pedro Alvarez Cabral... al revés.
“Entretanto, la crítica había gastado tantos kilos de papel como litros de tinta en mostrar su escepticismo frente a este ‘desconocido’ equipo argentino que representaría al país del fútbol, subcampeón del mundo, en Italia. Existía una explicación: en Buenos Aires había quedado la totalidad de los jugadores profesionales, cracks consagrados de River, Boca, San Lorenzo, Racing e Independiente.
“Se quedaron sin viajar figuras como Bernabé Ferreira, Carlos Peucelle o Francisco Varallo, porque sus clubes –River y Boca– habían erogado sumas fabulosas en sus contrataciones. Se prefirió dejarlos en casa y que rindieran para sus equipos, en lugar de enviarlos a la aventura europea que los mantendría por meses lejos de las canchas argentinas y, por lo tanto, sin producir lo que sus costosos pases esperaban de ellos. Era el profesionalismo llevado a su máxima expresión. Actitud que desmitifica aquello de que ‘antes se jugaba por amor a la camiseta’.
“Por consiguiente, la afición y el periodismo especializado prácticamente ignoraron a este equipo que –a pesar de ser aficionado, amateur ciento por ciento, y jugar sólo por amor a la camiseta– al fin y al cabo también era argentino.
“Así lo expresó José Nehín, en una carta que aún hoy conmueve a los sanjuaninos. En la escala de Río de Janeiro, Nehín remitió una misiva ‘(...) a los amigos del diario Tribuna y a la afición sanjuanina... Nosotros, los chacareros, les vamos a demostrar a los profesionales en el torneo de Roma que también somos argentinos...’.
“Antes del partido de Argentina contra Suecia, una defección disciplinaria del capitán Devincenzi determinó que la capitanía del equipo sería ejercida por el sanjuanino José Nehín.
“Un absurdo sistema clasificatorio determinaba que la ronda de octavos de final (a la que Argentina accedió debido a que Chile, su rival en la zona sudamericana, había desertado) se jugaría a un solo partido. Así, la Selección debía definir su suerte en 90 minutos frente a Suecia, en Bolonia. Los suecos constituían un compacto equipo, algunos de sus jugadores militaban en el superprofesional fútbol italiano. La desigualdad era manifiesta, pero Argentina jugó como para desmentir las críticas y el escepticismo de la afición porteña.
“En dos momentos del encuentro, iba ganando el partido (1 a 0, con gol de Belis, y luego 2 a 1, con tanto de Galateo), pero el oficio sueco, su profesionalismo y un par de desaciertos del muy buen arquero de Sarmiento de Chaco, Héctor Freschi, no fueron desaprovechados por los nórdicos, que terminaron ganando 3-2.
“Argentina estuvo cerca, pero no pudo, a pesar de su empeño y de los ‘taponazos’ de Nehín, que le sacó callos en las manos al arquero sueco Ryberg.
“Finalmente, los argentinos no fueron los únicos en volverse a casa tan rápido, porque corrieron igual suerte Estados Unidos, Rumania, Brasil, Holanda, Bélgica, Francia y Egipto.
“Los brasileños sufrieron el mismo efecto ‘profesionalismo’ que los argentinos, ya que concurrieron a Italia con figuras de segundo nivel (perdieron 3-1 con España), salvo Leonidas y Patesko (descollantes en el Mundial de Francia, cuatro años después). Por ejemplo, no jugaron el inigualable Domingos Da Guía, Moisés, Bibí o Waldemar do Brito, que militaban en Boca y San Lorenzo.
“De regreso, no pocos clubes del profesionalismo pretendieron los servicios de Nehín (gracias a los contactos de su hermano Pito), pero el sanjuanino prefirió la vuelta a su tierra natal. Sin embargo, para José Nehín todo había concluido, cuando aún no había cumplido los 30 años.
“De regreso a San Juan, donde fue recibido como un auténtico héroe deportivo, y se transformó en uno de los personajes más populares de laprovincia, el Turco decidió colgar los botines. A pesar de que todavía le quedaban varios minutos para la pitada final, resolvió no vestir más los cortos. Había alcanzado la cota superior, el máximo peldaño al que un futbolista podía aspirar: vestir la casaca nacional, en condición de capitán (cuando entonces la capitanía implicaba mucho más que el mero simbolismo de estos días) y nada menos que en un Mundial (...)”.

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