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Lunes, 19 de junio de 2006

FúTBOL › DE LOS 65 GOLES MARCADOS EN EL TORNEO, SOLO UNOS POCOS SALIERON DEL LABORATORIO

El Mundial de la pelota (am)parada

Pese a lo publicitado por los amantes de la tecnocracia futbolística, a esta Copa del Mundo no le sobran goles de jugada preparada sino más bien lo contrario. En cambio, los equipos que cuidan la pelota, los que la amparan de los malos tratos, están sacando los mejores resultados.

 Por Juan Jose Panno
Desde Munich

“Este va a ser el Mundial de los goles de pelota parada”, se dijo casi como verdad revelada desde antes del comienzo del torneo. Los abanderados de esta idea auguraban un futuro negro para todos aquellos equipos que no entendieran la importancia del sobrecargado trabajo de elaboración de jugadas de ese tipo en los entrenamientos como casi exclusiva vía para llegar al gol. Sin embargo, hasta ahora, en lo que se lleva disputado de la Copa del Mundo, con 65 goles convertidos hasta ayer, casi no ha habido goles de jugada con pelota detenida.

Para aclarar el concepto convendría precisar, antes que nada, de qué se habla cuando se dice “gol de pelota detenida”. Un remate de tiro libre directo al arco o un penal son goles fácilmente clasificables, pero si en un lanzamiento libre la pelota rebota en la barrera, se desvía y descoloca al arquero, ya habría que hablar de lisa y llana casualidad. Un centro como el que mandó Riquelme al medio del área y provocó el rebote que luego fue capitalizado por Crespo en Argentina-Costa de Marfil es un discutible gol de pelota detenida.

Auténtico gol de éstos es el primero de Ecuador contra Polonia: lateral al medio del área, cabezazo hacia atrás y nuevo cabezazo. Otro ejemplo: el primero de Italia contra Ghana: corner, pase en diagonal hacia atrás y remate cruzado del receptor. Pocos, poquísimos goles de esta clase, pero aun si se sumaran penales, más tiros libres, más remates a la salida de un corner, más aquellos que se prestan a dudas, el número seguiría siendo escaso.

Sin necesidad de recurrir al archivo para repasar todos los goles, la memoria rescata muchos tantos de media distancia y muchísimos de acciones dinámicamente impensadas, como diría Dante Panzeri... El de Kaká contra Croacia, los de los alemanes Lahm y Frings contra Costa Rica, uno de los de Rosicky contra Estados Unidos, el del australiano Cahill contra Japón, el de Gerrard contra Trinidad y Tobago, el de Deco contra Irán, el del marfileño Bakari Kone ante Holanda, son ejemplos aislados de goles de media distancia.

Tampoco hace falta repasar cada partido para buscar goles de jugada con la pelota siempre viva. Todavía están muy frescos los seis de Argentina contra Serbia y Montenegro, el de Saviola contra Costa de Marfil, los dos de Ghana contra República Checa, los dos de Brasil contra Australia...

No hay Mundial de pelota parada: lo que hay es un Mundial de pelota amparada, protegida, cuidada. La mayoría de los equipos parece haber entendido que la mejor manera de que el rival no tenga la pelota es mantenerla en poder propio. Si el balón no se rifa, si no se abusa del pelotazo largo –que por lo general simplifica la tarea de los defensores contrarios–, si no se le pega a cualquier lado para que rebote en un frontón y vuelva, se mejoran las perspectivas propias y se recortan las posibilidades del rival.

El problema de la pelota amparada es la sobreprotección, el excesivo cuidado por no perderla, que hace pensar dos veces antes de intentar una gambeta o un pase finito. La falta de técnica, naturalmente, conspira contra aquellos que podrían proponerse otra cosa diferente cuando llega el momento de acelerar en los tres cuartos de cancha y se opta por el remate o el centro sin demasiada claridad.

No abundan en el Mundial los equipos que se cuelgan del travesaño, pero casi todos están excelentemente preparados para ubicarse por detrás de la línea de la pelota cuando la consigue el adversario. Defensores que suben en avioneta y bajan en avión supersónico, volantes que escalan a la misma velocidad que descienden, delanteros que tapan salidas y achican los espacios del que está enfrente. Se necesita de cracks con mucho talento para quebrar las estructuras de destrucción que todos montan.

El mejor ejemplo de pelota amparada con mentalidad ofensiva es el segundo gol de Argentina contra Serbia y Montenegro. Toque, toque y más toque pausado para ir abriendo nuevos senderos en la ruta hacia el arco contrario, hasta entrar en una autopista que nadie había visto antes y llegar en cuestión de segundos al destino final: la red.

Como contracara, se recuerdan los toqueteos del cuadro de Pekerman en el tramo final de su encuentro contra Costa de Marfil, lateralizando sin proponerse ningún otro objetivo que el de hacer pasar el tiempo, algo así como mover una pieza de ajedrez sin tener en cuenta la jugada siguiente.

Es ridículo renegar de los goles pensados en un pizarrón. Son una alternativa válida, por supuesto. Vale tanto el de Maradona en el ‘86 como el de Zanetti, también contra los ingleses, en el ‘98. Lo peligroso es pensar que los jugadores deben pasar la mayor parte del entrenamiento ensayando jugadas que pasan por la cabeza del técnico.

Lo mejor, para aquellos que tienen con qué, es ampararse en la historia, en las posibilidades técnicas de sus jugadores, en el talento de los que más saben. Ampararse en la pelotita, como lo hizo Argentina el viernes pasado o como lo hizo Ghana contra República Checa. En cuatro palabras: menos sanata, más fútbol.

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