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Lunes, 27 de diciembre de 2010

FúTBOL

La doble cara de Messi

El mejor futbolista argentino, entre claros y oscuros

En gracia con el Barcelona

Por Diego Bonadeo

Sacar a Lionel Messi del contexto futbolístico del Barcelona sería no entender realmente de qué se trata esto que nace vaya uno a saber bien dónde, se profundiza en Holanda con Stefan Kovacs, Rinus Michels y un mucho allí y otro mucho en España con Johan Cruyff, se traslada a La Masía catalana –por lo que se puede ver y disfrutar la más maravillosa usina–escuela de fútbol del mundo– y alcanza esta espléndida realidad con un grupo mayoritariamente “de la casa”, incluido el entrenador Pep Guardiola. Messi juega para el Barça y el Barça juega para Messi, así como sucede con el resto de la cofradía de “jugamos a un toque”. Todos juegan para el equipo y el equipo juega para cada uno de ellos.

En un equipo en el que Puyol se “recibió” de jugador de verdad y en el que las consignas son, entre otras, pelota al pie y a quien tiene la misma camiseta, jugar a un toque, volver a empezar aunque aburra a los ignorantes, recordar –como dice hasta el cansancio Angel Cappa– que “para ser profundo hay que ser ancho”, Messi deslumbra como jugador, como goleador y como responsable fundamental de cambiar el ritmo –que no necesariamente es velocidad– a lo que elaboran los orfebres, en especial Iniesta, Xavi, Busquets, Piqué y a lo que acompaña Pedro y, un poco menos, Villa.

Pero, ¿qué ha hecho Messi en términos contables para producir esta distinción particular? Bueno, 58 goles con la camiseta azulgrana en 2010, casi el 40 por ciento de los que metió el fantástico equipo de Pep Guardiola, repartidos entre la Liga 2009/2010 y la que ahora lidera, la Copa del Rey y las Champions League 2009/2010 y la edición actual. En 19 partidos consiguió más de un gol; en 13 ocasiones anotó por duplicado, en cinco convirtió de a tres y en los cuartos de final de Champions le anotó cuatro tantos en aquel fantástico partido en el Camp Nou ante el Arsenal.

Para quienes piden “huevos”, nadie o muy pocos como Messi, uno de los jugadores más golpeados y menos reclamadores del alto nivel mundial. Además, “huevos” es pedir todo el tiempo la pelota y tenerla como nadie y tomar riesgos.


En deuda con la Selección

Por Daniel Guiñazú

Los españoles no pueden creer lo exitistas que somos los argentinos. No alcanzan a entender cómo con el 2010 deslumbrante que volvió a tener, Lionel Messi no haya barrido con todos los premios de fin de año, como viene sucediendo en Europa. No les entra en la cabeza que el mejor jugador del mundo siga sin poder conquistar el corazón de los hinchas más fervorosos, ni el cerebro de los periodistas más exigentes.

Se preguntan qué es lo que todavía tiene que hacer, qué es lo que debería demostrar, adónde más debería llegar Messi para que la Argentina futbolística se incline definitivamente hacia él. La respuesta es muy sencilla: sin la cobertura afectiva que da el haber jugado en un equipo del país, a Lio le queda por saldar la deuda de ser en el seleccionado nacional el monstruo que es cada vez que se calza sobre el pecho la camiseta azulgrana del Barcelona.

El Mundial de Sudáfrica pudo haber sido la oportunidad del gran reencuentro. Pero no se dio. Muy lejos de la decepción, Messi tampoco resultó el delantero que electriza el partido cada vez que entra en contacto con la pelota. No lo ayudó el equipo, otra vez demasiado dependiente de sus corridas y sus gambetas. Y no lo ayudó Maradona, armándole una estructura que lo sostuviera y potenciara. De la boca para afuera, Diego le prometió respaldo. En los hechos y en la cancha, lo dejó a la intemperie. Tanto que en el 0-4 ante Alemania, para entrar en juego, más de una vez, Lio debió bajar hasta la mitad de la cancha. O más atrás incluso.

Es cierto que la suerte también le dio vuelta la espalda en el Mundial: no pudo hacer un gol en ninguno de los cinco partidos que disputó, si bien pegó dos pelotas en los palos y transformó en figuras a varios de los arqueros que enfrentó. Pero en Sudáfrica, Messi jugó para la Selección sin que la Selección haya jugado para él. Sergio Batista tomó nota del dislate. Y en su nuevo ciclo como DT albiceleste se comprometió a rodearlo para que pueda enamorar aquí como enamora allá.

Con sus goles ante España y Brasil y sus declaraciones, avalándolo a cada momento, Messi parece dispuesto a convertirse en el gran lugarteniente de Batista y en el supremo hacedor del equipo. La Copa América de julio en la Argentina será la ocasión para que así sea. Es hora de que los fulgores del mejor jugador del mundo empiecen a encandilar la exigencia de los hinchas y la desconfianza de los periodistas de este lado del Atlántico.

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