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Lunes, 16 de enero de 2006

CONTRATAPA

El 23 es Varallo

 Por Pablo Vignone

No hace tantas semanas, en esta misma sección, Juan José Panno recicló pasando en limpio una idea alumbrada por Rodolfo Chisleanschi: la de confiarle el slot nº 23 de la Selección Argentina que tomará parte del Mundial de Alemania nada menos que a Diego Armando Maradona.

A los 45 años, sin ninguna clase de suspensión vigente en su legajo, mucho más delgado, fresco y relajado, la verdadera estrategia detrás del aparentemente desfachatado procedimiento de convocatoria del astro era provocar el siempre tan temido efecto sorpresa.

Citaba por entonces Panno a Chisleanschi: “Maradona es jugador. Nunca va a dejar de serlo. Imaginate que jugamos la final contra Alemania. Faltan diez minutos y se pone a hacer calentamiento. Los alemanes se mueren del susto (...) Pekerman les dice que provoquen faltas en el borde del área. Hacen un foul sobre la derecha del ataque, a medio metro de la entrada al área. Pekerman pide el cambio: sale Ayala y entra Maradona. Chanfle de zurda y cantamos todos: ¡dale campeón... dale campeón...!”.

Pero la plausibilidad del intento quedó hecha añicos tras la última afirmación de Maradona, cuando unos piolas de Excursionistas quisieron ganar siete partidos de fama a costillas suyas: “Tengo 45 años, por lo que no pienso jugar al fútbol ni comprometerme con nadie –explicó claramente–. No creo que sea serio. Cuando me pude divertir yo y divertir a la gente, salí a una cancha y lo hice. Ahora lo hago a mi manera, pero no me voy atrever a faltarle el respeto a la pelota”.

Ante la abrupta amputación del sueño de la dupla, hombres sensibles y sabios, conocedores de las más íntimas fibras del fútbol argentino, de los que lloran lágrimas celestes y blancas, han puesto en marcha a fines de diciembre un estudio de factibilidad para un plan mucho más ambicioso, cuyo efecto sorpresa es, a no dudarlo, tan comparable al que habría provocado Maradona como una bomba de hidrógeno puesta al lado de una cebita.

La idea de estos sabios, que suelen reunirse en el restaurante futbolero por excelencia, La Raya de Ocampo, es audaz, particularmente osada, y por eso tan llamativa. Tan irresistible.

Si no va Maradona, pensaron, lo mejor es que el jugador número 23 sea Francisco “Pancho” Varallo.

Varallo, el Cañoncito, el único sobreviviente del primer Mundial de Fútbol, el de 1930 en Uruguay.

El primer argumento a favor tiene un peso ineludible. A los 94 años, aseguran estos sabios con acceso a los círculos más elevados del poder en el fútbol vernáculo, Varallo está hecho un pibe. Entonces, ¿qué mejor que ponerlo a las órdenes de José Pekerman, un entrenador que trabajó tantos años con los juveniles, que ganó tantos campeonatos con los jóvenes, que conoce a la perfección la mentalidad de los pibes..?

Con los métodos de entrenamiento de la actualidad, que permiten a los futbolistas entrenarse dos o tres horas por día y disponer de la tarde libre, y aún así correr los 90 minutos sin detenerse a pensar un instante, ¿qué no podrá hacer la ciencia para poner a punto a un goleador de raza como Varallo? ¿O alguien piensa –se preguntaron– que un artillero acostumbrado a atemorizar las redes va a olvidar cómo se fabrican los goles? Seguramente que un par de picados en el predio de la AFA en Ezeiza bastarían para devolver al mítico goleador de Gimnasia y Boca su condición goleadora.

Otro elemento que contribuye a la perfección del plan –a no dudarlo, mucho más refinado y elegante que el Plan Maradona– es la cuestión de la experiencia. En momentos en que se debate la propiedad de llevar a Lionel Messi al Mundial a causa de su corta edad y se discute la lógica de una citación a Sergio Agüero, cuando hasta parece una locura provocar un desborde de chicos en la nómina, ¿qué más apropiado que la experiencia que puede aportar Pancho Varallo, no sólo para transmitirle sus vivencias a los más jóvenes sino para explicarles a los ya veteranos del plantel cómo era eso que pregonaba Guillermo Stábile sobre la inconveniencia de ingerir salame como un precepto táctico?

Pero donde el plan se torna maquiavélicamente impecable es el profundo, inconmensurable efecto de estupor –más que de sorpresa– que esta designación es capaz de causar. Los sabios sacaban cuentas y con cada planteo se refregaban más y más las manos.

–¿Se imaginan el desconcierto que puede producirse en los rivales? –se refocilaba uno.

–Los técnicos más estudiosos del mundo, los más capaces, los más detallistas y puntillosos, los obsesivos consuetudinarios, preguntándose qué tan mortífero puede ser Varallo si la Argentina decidió ahorrarlo durante 76 años –se ilusionó otro, de barba negra, la que suele mesarse constantemente pidiendo tranquilidad.

–Van a experimentar temor –asintió gravemente uno de los entendidos– cuando comprendan el tamaño de la amenaza que significa Varallo, al que hemos preservado para esta ocasión, tan importante que ni siquiera Menotti tuvo permitido convocarlo para el Mundial de 1978...

–Ni siquiera se lo dejaron poner a Lorenzo después de perder la práctica contra el equipo de la Cinzano antes del Mundial ’66... –recordó delirante otro memorioso.

–Ni cuando el Polaco Cap y Puchero...

–¡No sigas! –se escuchó un alarido.

–... Armaron el equipo para el primer Mundial de Alemania, ni cuando Bilardo no la pegaba y la Selección perdía con Noruega, ni... –el sabio barbado hizo la pausa para beber un trago de vino tinto–. Si la Argentina ni siquiera lo usó en esos terribles momentos, no tendrán más remedio que afrontar las consecuencias del tremendo poder que encierran esos cinco minutos finales de Varallo, su decisiva intervención.

–Pancho es una bala de plata.

–Y ahora, después del fracaso del Mundial de Corea-Japón, ¡es la ocasión ideal para dispararla!

–¡Lo que van a transpirar Parreira y Klinsmann en cuanto conozcan la lista de buena fe! –gritó otro ya definitivamente entusiasmado con el plan–. Porque ¿quién tiene videos de Varallo para ver cómo juega, con qué pierna le pega, si se desmarca tirándose atrás o a los costados, si juega con la cintura o barre a los zagueros con todo el cuerpo, si va al primer palo o al segundo...?

Nadie.

Nadie sabe aún si Francisco Varallo está sediento de venganza tras haber perdido la final del ’30. Ni si aceptó la propuesta. Ni siquiera si se la han comunicado. Tampoco se sabe, incluso, si José Pekerman viaja a Europa con un problema menos que resolver en su rompecabezas de 23 piezas. Los sabios son fenomenalmente herméticos. Recién hasta que se produzca su nuevo aquelarre, previsto para el próximo 17 de febrero a la misma mesa, no se conocerán más detalles de la implementación del proyecto.

Sí se sabe, en cambio, que un encumbrado dirigente de la casa mayor del fútbol argentino está dispuesto a reunirse en el lugar con algún sabio. ¿Será para poner definitivamente en marcha el Plan Varallo Jugador Número 23?

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