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Lunes, 28 de agosto de 2006

CONTRATAPA

La mujer que denunció a la barra brava

 Por Gustavo Veiga

El contraste es notable. Una mujer sola confiesa que tiene miedo, pero actúa como debe ser. Denuncia lo que vio, soporta presiones y sigue adelante. Un grupo de hombres, acaso inmovilizados por un temor parecido, se pregunta: “¿A quién voy a denunciar?” Y evita comprometerse. Ella, Mónica Nizzardo, es una ex vocal y jefa de prensa de Atlanta. El 17 de febrero de 2004 presenció cómo un barrabrava de ese club rompía bienes a martillazos en la sede social: una computadora, un televisor y los vidrios de varias ventanas. Se presentó en la comisaría 29ª y contó lo que vio.

Ellos, dirigentes, cuerpo técnico y jugadores de River, no estaban cuando les arruinaron las gomas de sus automóviles de lujo y parece importarles muy poco si se esclarece el ataque que sufrieron. “No los conozco y nadie me dijo: ‘Hola, soy barrabrava de River’”, confesó Daniel Passarella. Es llamativo, pero se trata del mismo entrenador que la noche del 29 de enero de 1993 se defendió como pudo de Sandokán, líder por entonces de Los Borrachos del Tablón, quien lo había atacado con una navaja. Con un arma semejante, vaya coincidencia, hace una semana le cortaron los neumáticos de su vehículo.

Los resultados que arrojan estas actitudes diferentes van quedando a la vista. Julio César Dib, alias Dippy, el integrante de la barra de Atlanta que irrumpió en la sede de Villa Crespo martillo en mano, irá a juicio oral el 12 de septiembre en la causa por daño que está radicada en el Juzgado Correccional N° 13 a cargo de la doctora Patricia Ghichandut. Lo hizo posible la denuncia de Nizzardo, a quien la madre y el hijo del acusado le pidieron que la retire. Tan valiente como tenaz, esta profesora de música y francés, además de actriz de teatro, no modificó un ápice su postura. Está convencida de que hizo lo correcto.

“No me arrepiento de haber hecho la denuncia, que aislada, no sirve. Porque para que haya un cambio se debe actuar en conjunto y no veo predisposición en la sociedad en general para erradicar la violencia. Lo que debería ser regla es una excepción. Y termino cuestionándome si la inadaptada social no seré yo”, argumenta.

Nizzardo se fastidió cuando vio por televisión las declaraciones del técnico, los jugadores y el presidente de River: “Sentí indignación. Tanto cuando escuché a José María Aguilar decir que los barrabravas eran ‘paracaidistas polacos’, como cuando los periodistas les preguntaron a los futbolistas si iban a hacer la denuncia y uno respondió: ‘De eso no se habló’. Pensé llevarle una carta personalmente a Julio Grondona donde le iba a preguntar si en la AFA aceptan a dirigentes que, habiendo sufrido hechos de violencia, no hacen la denuncia. Pero después desistí, es una pérdida de tiempo y de energías...”.

Eligió en cambio el camino de la denuncia judicial contra Dib, como lo había hecho hace unos años el periodista Fernando Tebele, de la audición partidaria “Atlanta Pasión”, porque aquél lo había amenazado de muerte. Dippy es un hombre alto, de largos 40 años, que hasta quedó en la mira de otro sector de la barra bohemia por los daños que le causó al club. El pasado lunes 21 volvió a hacer de las suyas. Como no se puede acercar mucho a la sede de la calle Humboldt, ingresó por la avenida Dorrego a un complejo de canchas de fútbol reducido que le pertenecen al club. Y habría roto todo el baño de ese lugar que en la década del ’90 regenteaba el consultor económico Miguel Angel Broda, gracias a un contrato leonino que Atlanta anuló en octubre de 2001.

Dib o Dippy está en problemas, a diferencia de aquel personaje de ficción con el que Passarella parodió la presencia de la barra de River en la playa de estacionamiento del Monumental. “¿A quién voy a denunciar? ¿Al hombre invisible?”, se preguntó. En efecto, todo parece indicar que las gomas cortadas de los autos ni siquiera las pagará el seguro y mucho menos se sabrá quiénes fueron los cuchilleros. Porque de las declaraciones tomadas al propio Aguilar, a Héctor Grinberg, el tesorero del club, y al personal de seguridad por la fiscalía de Saavedra a cargo del doctor Marcelo Martínez Burgo, no se desprenden datos relevantes para esclarecer el ataque producido después de la derrota en el clásico con Racing.

Todavía falta que declaren los jugadores y el técnico, aunque también es improbable que aporten elementos concretos sobre la intimidación del estacionamiento. En este caso, como en el de Atlanta, sugieren más pistas los hechos del pasado que los recientes. En el club de Villa Crespo, Dippy gozaba de ciertos favores durante la presidencia de Carlos Moreno: llegó a tener un puesto para venta de choripanes que duró muy poco. De ahí vendría su furia canalizada contra las instalaciones.

En River, la barra se mueve a su antojo, sus líderes son socios, más que conocidos de los dirigentes, se apoderaron de ciertos sectores del club como el gimnasio, la confitería y las parrillas y hasta uno de sus ex jefes trabaja como director técnico en el fútbol infantil: Luis Angel Pereyra, alias Luisito, asociado activo simple cuyo número de carnet es el 125755-9.

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Mónica Nizzardo, la mujer que se atrevió a hacer lo que ni dirigentes ni jugadores de River se animaron.
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