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Lunes, 6 de noviembre de 2006

BOXEO › LA CATEGORICA DERROTA DE CARLOS BALDOMIR EN LAS VEGAS

Lo desplumaron

Subió a pelear con 73 kilos, siete más de los que había marcado en el pesaje, ante el mejor pugilista del mundo y no tuvo la más mínima chance. Pudo haber sido el último combate del santafesino.

 Por Daniel Guiñazú

Nada escapó a lo previsible. Floyd Mayweather resultó demasiado veloz y demasiado inalcanzable para Carlos Baldomir. Y fue esa diferencia natural lo que terminó dándole a Mayweather, el título welter del Consejo, su quinta corona en cuatro divisiones diferentes, y a Baldomir, un digno cierre para una campaña sorprendente. El santafesino pensaba seguir en la actividad sólo en caso de una victoria. Ahora que llegó el tiempo de derrota, seguramente habrá de retirarse, arrinconado por sus 35 años de edad, sus problemas para ajustar su cuerpo dentro de los 66,678 kilos, y una lesión en el brazo derecho que le impide desarrollar todo su potencial.

Es posible que los arduos esfuerzos que hizo para entrar en categoría hayan limado las energías físicas y hasta mentales del ex campeón del mundo. Lo reconoció en sus primeras declaraciones luego de la pelea: “Me sentí lento y sin fuerzas”. Nunca antes, ni en la noche de la consagración ante Zab Judah en el Madison de Nueva York, ni en la noche de la ratificación frente a Arturo Gatti en Atlantic City, se lo percibió a Baldomir ahogado al final del cuarto round y exhausto de allí en más. No se trató de una mala puesta a punto.

El trabajo que encaró primero en el gimnasio La Brea de Los Angeles y luego en Las Vegas, bajo la conducción de Amílcar Brusa, José Lemos y el profesor Jorge Artuccio, fue serio y profesional, acorde con la importancia de lo que estaba en disputa. Pero quizás haya apuntado más a que Baldomir redujera el excedente de casi 20 kilos con que inició la preparación (su peso de calle es de 85 kilos) que a agigantarle sus reservas de oxígeno para tolerar un combate duro y largo. Todo el esfuerzo se concentró en un único objetivo: dar el peso. Y se consiguió, aunque a un precio muy alto. Baldomir subió fusilado al ring del Mandalay Bay Hotel & Casino de Las Vegas. Y eso le puso en evidencia sus deficiencias de base.

Ni siquiera pudo aplicar aquel viejo lema del boxeo: “El boxeador grande siempre le gana al chico”. El recuerdo de aquella victoria de Monzón ante Mantequilla Nápoles en 1974, al que algunos echaron mano para robustecer sus chances en la previa, quedó simplemente en eso, un recuerdo y punto. Esa vez, el más fuerte vapuleó al más hábil. Ahora sucedió todo lo contrario. Jamás los 73 kilos que Baldomir portaba al momento de la campanada inicial (luego de devorarse un asado suculento y una caja de alfajores santafesinos que le alcanzaron dos periodistas) jugaron a su favor ante un hombre más pequeño, pero muchísimo más rápido. Mayweather concibió y ejecutó a una velocidad infinitamente superior a la de Baldomir. En el mismo lapso en que el estadounidense abría el cuadrilátero con sus piernas ágiles, le daba salida a su izquierda en punta o a su derecha en recto cruzada o en gancho, Baldomir daba el paso al frente y se quedaba tildado y sin saber qué hacer en la media distancia, allí donde Mayweather suele ser intratable. Algunas veces tiró una derecha larga dirigida a la mandíbula del estadounidense. La mejor la pegó en el octavo round. Pero a Mayweather no le hizo mella.

La pelea en sí fue monocorde, unilateral, casi sin picos de emoción. Baldomir nunca pudo encontrarlo a Mayweather para encerrarlo, llevarlo a la medida corta y hacerle sentir allí el rigor de sus manos y el peso de su superior volumen físico. No insistió con el jab de izquierda para abrirse camino, ni con el gancho a los planos bajos, porque Mayweather, a partir de la velocidad de sus piernas, estuvo lo suficientemente cerca como para pegarle con justeza e irse a otra parte, o lo suficientemente lejos como para tornarse inaccesible. Así las cosas, muy pronto, demasiado tal vez, quedaron expuestos todos los defectos de Baldomir y ninguna de sus virtudes. Y la pelea quedó servida en bandeja para Mayweather.

Si el estadounidense hubiera apurado, tal vez hubiera obtenido una victoria más categórica. Pero se conformó con la agilidad de sus piernas, su soltura natural y la impecable factura de su jab de izquierda y su cross de derecha para construir un triunfo sereno, que lo ratificó como el mejor boxeador del momento y lo habilitó para una superpelea en el 2007 ante Oscar de la Hoya, que bien puede significar el retiro de ambos, más allá de cualquier resultado. Las tarjetas de los jurados reforzaron aquella impresión. Chuck Giampa y el británico John Keane le dieron todos los rounds ganados a Mayweather (120-108) y Paul Smith falló 118 a 110 para el nuevo campeón. Líbero dio 120-111 para Mayweather.

Hubiera sido grato verlo irse de otra manera a Baldomir. La derrota estaba en los planes de todos y el triunfo, más que una posibilidad deportiva, era una hazaña o una quimera. Pero hay formas y formas de perder. Y aunque se fue con dignidad, a kilómetros luz de un papelón y sin que nadie tenga nada para reprocharle, la imagen final debió haber sido diferente. Carlos Manuel Baldomir, el Tata, el vendedor de plumeros por las calles de Santa Fe, el viejo guerrero del ring, el que en silencio le ganó a la indiferencia de muchos, el que estuvo casi 8 años sin perder yendo siempre de punto y de visitante, debió haber entregado su corona mundial, dando batalla hasta lo último. Pero no pudo. La lucha contra la balanza lo había dejado sin aliento.

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