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Lunes, 8 de diciembre de 2003

La gran noche de la Tigresa

De cómo, aliada a un promotor fashion, Marcela Eliana Acuña se transformó en la primera argentina campeona mundial de boxeo, en el Luna Park.

POR DANIEL GUIÑAZU

Cambió la vida, Tigresa, se acabaron los problemas para llegar a fin de mes. A partir de ahora estarás rodeada de otras gentes, otros colores, otros aromas, otros sonidos. La mujer acostumbrada a pelearle al destino, la chica formoseña que a los 7 años se metió en un gimnasio para practicar full-contact, que a los 13 se enamoró de su profesor, 23 años mayor que ella, que a los 14 dejó a su familia para irse a vivir con él y que a los 15 tuvo su primer hijo con él, hoy camina sobre las nubes. “Cumplí mi sueño, peleé en el Luna Park, mis hijos Maxi y Josué llevaron la bandera argentina y soy campeona del mundo, ¿qué más puedo pedir?”, se pregunta Marcela Eliana Acuña, vestida de seda, en su noche más inolvidable, luego de haberle ganado por nocaut técnico al minuto y 42 segundos del 6º round a la panameña Damaris Pinock Ortega, el título mundial supergallo de la Asociación Internacional de Boxeo Femenino, una de las cuatro entidades reconocidas a nivel mundial.
Para ser la Tigresa, la primera campeona del mundo de la historia del boxeo argentino y la primera mujer que peleó en el ring glorioso del Luna, Marcela Acuña dio pasos cortos pero seguros. Empezó mal, perdiendo por puntos ante Christy Martin en 1997 y por nocaut técnico en 5 rounds ante la alemana Lucia Rijker en 1998. Había arrancado su carrera al revés, de arriba a abajo, primero con las más difíciles. Pero las trompadas recibidas y la sangre derramada no la desalentaron. Habituada a luchar, con el espíritu curtido, la Tigresa y su marido y entrenador Ramón Chaparro entendieron que una semilla estaba sembrada. Y se propusieron esperar a que germine.
Su tercer combate, ante la estadounidense Jamilla Lawrence en el estadio de la FAB, fue el primero de boxeo profesional femenino que se realizó en la Argentina. Después, la Tigresa se dedicó a peregrinar por el interior del país, juntando más experiencia que pesos, ante rivales de ocasión. En el 2002 le trajeron a Córdoba a la jamaiquina Alicia Ashley para que consiguiera el título supergallo de Federación Internacional, pero los propios jurados argentinos le dieron por perdida una pelea que había ganado sin duda. Se llenó de bronca, dijo que quería irse “de este país de mierda”, denunció una oscura conspiración en su contra, exigió la revancha y se la dieron.
En junio de este año, la Tigresa volvió a vérselas ante la escurridiza Ashley en Bolívar (provincia de Buenos Aires). Y esa noche estuvo en blanco. Hizo todo mal, perdió por lejos. Cuando volvió a su casa de Wilde, ella y su marido (imposible hablar de uno sin hacer referencia al otro) le rogaron a Cristo y a la Rosa Mística fuerzas para seguir adelante. Después fueron a verlo a Osvaldo Rivero para darle un giro a su carrera. Y Rivero les pidió dos cosas: un contrato por seis años con él y con la empresa Luna Park para manejar su carrera, sus derechos de imagen y un cambio de look: desde ahora, la Tigresa tiene en su rincón fashion a una diseñadora de modas exclusiva, Myriam Núñez, que la asesora sobre peinados y maquillaje, la perfuma como una diosa y la viste como una reina.
La sociedad ya dio sus frutos. Marcela Acuña es campeona del mundo. Ganó a su manera, peleando como una dama: serena, medida, llena de energía. Su derecha en cross y voleada fue un tormento para la panameña Pinock, guapa pero rudimentaria, que se marchó del ring mucho después de lo debido. En el cóctel que ofreció al término de la velada, Rivero, con una copa de champagne en la mano, adelantó el futuro: “El 6 de marzo va a hacer la primera defensa aquí en el Luna, compartiendo la cartelera con Narváez, que irá con el mexicano Melchor Cob Castro”, dijo. Pero fue más lejos el promotor: “Acuérdense esto que les voy a decir. En menos de seis meses, la Tigresa va a estar desfilando al lado de Pampita y Dolores Barreiro”. Mientras una sonrisa pícara se le escapaba a su rostro, a lo lejos, la Tigresa, su esposo y sus hijos, pedían que la noche durara mil días.

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