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Lunes, 22 de diciembre de 2003

SE CORONO CAMPEON SUDAMERICANO

Locomotora Castro no se rinde y aún sigue soñando

El santacruceño venció a Tommy Aguirre por descalificación, es el nuevo monarca continental de los cruceros y mantiene su ilusión de lograr una chance mundialista.

Por Daniel Guiñazu

Trece años después de haber ganado un título sudamericano como superwelter, Jorge “Locomotora” Castro vuelve a reinar en América del Sur. En la madrugada del domingo, y en un estadio Héctor Etchart de Ferro Carril Oeste llamativamente despoblado (la nueva empresa promotora TRD de Luciano López hizo un mal negocio, apenas compensado por el dinero que aportó la televisión), derrotó por descalificación en el 5º round al cordobés Miguel Angel “Tommy” Aguirre y ajustó el cinturón de campeón sudamericano de los cruceros a las adiposidades de su cintura. Un choque de cabezas partió el entrecejo de Castro, el médico Roberto Buitrón dictaminó que el santacruceño no estaba en condiciones de poder seguir y el árbitro Carlos Roldán responsabilizó a Aguirre del hecho, sacándolo de la pelea.
Aguirre (85,350 kg) complicó a Castro (84,300) con su boxeo zurdo, enrevesado y heterodoxo, alejado casi por completo de lo más elemental de la técnica del boxeo. Se jugó la vida en varios cruces y en más de uno le hizo sentir su fortaleza. Pero Castro (que, como buen boquense, subió al ring pintado de azul y oro, cabello teñido, bata, pantalones y botas al tono) terminó aplicando los golpes más claros, sobre todo por línea interna y a los planos bajos de Aguirre, y haciendo valer su mayor poderío en una categoría en las que sus manos no se sienten como se sentían cuando peleaba como mediano, supermediano y mediopesado. Con casi 85 kilos que fueron más a la hora de subir al ring, Castro regala fuerza y velocidad. Pero tanto se ha apuntado sobre el tema que no vale la pena seguir insistiendo con él. A esta altura, Castro es inmodificable, tómenlo o déjenlo.
Tal vez sí haya llegado el momento de empezar a preguntarse para qué está Castro, a los 36 años y con 137 salidas profesionales sobre las espaldas. ¿Puede esperarse de él la hazaña de un nuevo título del mundo, o lo único que le queda es seguir buscando buenas bolsas hasta que le llegue el instante del retiro inexorable? “Locomotora” es el más optimista de todos. Cree que su tiempo todavía no ha pasado y apunta a lo grande: en el 2004 quiere enfrentarse con el italiano Silvio Branco por la corona de los mediopesados de la Asociación Mundial. La ambición de volver a ser campeón del mundo es lo único que lo mantiene en pie al santacruceño.
Pero sus últimos desempeños fuera de la Argentina desmienten el tamaño de las ilusiones. Este año, Castro perdió por puntos en Australia ante Paul Briggs y en Sudáfrica ante Sebastian Rothmaan, dos primera serie de nivel internacional, pero de ninguna manera superdotados. Y en ambos casos dejó la impresión de que había sacrificado posibilidades deportivas a cambio de algunos miles de dólares y de que había tomado el riesgo de pelear de visitante a sabiendas de que daba ventajas de peso y preparación atlética. Castro parece inconsciente, pero parece, no lo es. Tiene los pies sobre la tierra y sabe mejor que nadie que sus mañas, sus picardías y su corazón le sirven para procurarse victorias en el plano local y continental. Para trascender a nivel mundial, para aspirar a cosas importantes, le falta. Y lo que le falta, Castro no está en condiciones de conseguirlo. No lo estuvo antes cuando su físico estaba fresco y toleraba todo tipo de excesos y desarreglos. No lo está ahora que ya es grande y que sigue viendo al gimnasio y al entrenamiento como dos adversarios que le impiden lo que más le gusta en la vida: hacer lo que le viene en gana.
Por eso, su deseo de ir por el título del mundo de una de las cuatro entidades más importantes del boxeo mundial se parece simplemente a eso, un deseo. Con Castro nunca se sabe y es posible que en algún momento del año que viene, lo que hoy es una utopía, de pronto se convierta en realidad. Pero en el fondo de su alma indómita de peleador, el viejo Castro tiene en claro que sus chances de volver a ser campeón no son muchas y de lo que se trata en verdad es de ir en busca de los dólares que le posibiliten vivir una infancia plena a Quimey y a Nehuén, sus dos hijos menores, y a sus doce hermanos mayores. En los últimos tramos de una carrera memorable, lo razonable sería pretender uno de los títulos de organismos de segundo orden, más accesibles en lo deportivo y un poco menos interesantes (pero no tanto) en lo económico. O concentrar energías en un superchoque doméstico en peso crucero ante Marcelo Domínguez, que podría tener destino directo de Luna Park. Pero Castro no se rinde, va por más y está en su derecho. Es lícito que el superhéroe del boxeo argentino quiera seguir soñando con los ojos abiertos.

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El derechazo de Castro, pintado de azul y oro, impacta en el cuerpo de Aguirre.
 
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