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Lunes, 13 de octubre de 2008

A 40 AñOS DE UN MíTICO ACONTECIMIENTO EN EL DEPORTE MUNDIAL

Atletas de guante negro

La prédica de Tommie Smith y John Carlos, medallas de oro y de bronce en los 200 metros de los Juegos de México en 1968, parece más vigente que nunca porque la discriminación contra los deportistas negros no ha cesado y el racismo en los campos deportivos reclama más denuncias y reacciones.

 Por Gustavo Veiga

“Sin negros en los Juegos Olímpicos, sin negros en el servicio militar, ¿dónde hubiera quedado Estados Unidos en ese momento?” (John Carlos, medalla de bronce en México ’68).

La historia también está hecha de gestos simbólicos, y hace cuarenta años los atletas Tommie Smith y John Carlos patentaron uno que hoy tiene enorme vigencia. Levantaron el puño con un guante negro cada uno (emblema del Black Power) y escucharon el himno de Estados Unidos en el podio mirándose sus pies descalzos, con la cabeza gacha. Esa protesta no daba lugar a malentendidos. Estaban asqueados del racismo en su propio país. Y lo dijeron sin palabras en los Juegos Olímpicos de México, el 16 de octubre de 1968, catorce días después de la matanza de estudiantes en Tlatelolco.

Su imagen, esa señal de rebeldía que les costaría sanciones y años de ostracismo, representa en clave actual la lucha de los negros contra la discriminación en el corazón de EE.UU. y mucho más allá de sus fronteras imperiales. Decenas de casos, de gestos más o menos semejantes, siguieron al de los dos velocistas norteamericanos, pero ninguno tiene la fuerza de aquella demostración alentada por la complicidad de Peter Norman, el atleta blanco que salió segundo en la final de los 200 metros, detrás de Smith y por delante de Carlos.

Para comprender mejor el significado del podio más emancipado de la historia olímpica, hay que contextualizar el hecho. Los negros de Estados Unidos todavía peleaban por sus derechos civiles y si se organizaban eran objetivo del Cointelpro, un programa de operaciones de contrainteligencia del FBI que sería descubierto en 1971, tres años después. Hasta el propio Martin Luther King fue investigado por los sabuesos secretos antes de que lo asesinaran en abril del ’68. Cualquier semejanza con la política actual de George Bush no es pura coincidencia: marca una continuidad histórica desde la Guerra Fría y el macartismo hasta el ataque a las Torres Gemelas y las cárceles clandestinas de la CIA en Europa contra cualquier sospechoso de terrorismo. En la década del ’60 eran las Panteras Negras, ahora los fundamentalistas islámicos. Todo con una dosis adicional de segregacionismo.

Un gesto de gran valor

Las vidas de Smith y Carlos no cambiaron por las medallas que ganaron y sí por su valiente demostración política. Eran los candidatos en la prueba de los 200 metros. El primero tenía once records mundiales al aire libre y bajo techo; su compatriota, hijo de madre cubana, conservaba la mejor marca de 19,7 segundos que nunca se oficializó porque la había obtenido con un calzado no autorizado. El Comité Olímpico Internacional, presidido por Avery Brundage, algo intuía de lo que se traían entre manos los dos atletas. En la villa olímpica de México, dos banderas colgaban de las habitaciones de los deportistas contestatarios. Una decía: “Down with Brundage” (“Abajo Brundage”) y la otra “Let us march” (“Déjennos marchar”).

Carlos reconocería con los años que planeaban alguna forma de boicotear los Juegos. Hubo reuniones, incluso con un año de anticipación. Los asistentes formaban parte del Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos, que según sus miembros estaba alejado políticamente de las Panteras Negras, tributarias de Malcolm X. Uno de esos encuentros se realizó en el campamento de Denver –donde la delegación estadounidense se aclimataba a la altura del Distrito Federal– y ahí, según Smith, decidieron hacer la célebre protesta.

De la carrera en la que pasó como una ráfaga a Carlos, después de sentir molestias en el aductor durante la semifinal, aún se conservan las imágenes que pueden verse en YouTube. Pero, en cambio, del gesto con el puño cerrado y en alto de ambos, apenas hay una fotografía exclusiva que tomó John Dominis, de la revista Life. El reportero gráfico advirtió, sólo años después, el significado de esa instantánea. “En aquel momento no entendí en absoluto el aspecto histórico de mi foto: como todos los norteamericanos, creía que los negros que protestaban eran meros agitadores. Hoy comprendo que su gesto tenía gran valor”, confesó.

La mancha de Owens

Como fuere, el impacto que causó la escena fue más perdurable que las sanciones aplicadas a los atletas. Ambos fueron expulsados de por vida del movimiento olímpico a pedido de Brundage, un ex deportista tan norteamericano como ellos, pero conservador y demasiado reaccionario a los cambios que se venían con la entronización del profesionalismo. Tanto Smith y Carlos como el máximo dirigente del COI (lo dirigió entre 1952 y 1972) eran genuinos productos de un país que, por ejemplo, había mantenido ligas de béisbol para blancos y para negros hasta 1947.

A los deportistas castigados también les dieron la espalda muchos compatriotas que nada tenían que ver con el movimiento olímpico. Carlos, que había quedado conmovido por un encuentro donde conoció a Martin Luther King, perdió a su esposa, que se suicidó. Smith consiguió trabajo como entrenador después de varias tribulaciones y recién en 2005 la Universidad de San José State, donde él se había formado, les hizo el primer reconocimiento importante: una estatua que reproduce el gesto de México ’68. Con el puño derecho de Smith en alto y el izquierdo de Carlos, dos podios más abajo.

“Siempre me gustó la idea de que Dios va a la playa y recoge un grano de arena, y toma mi nombre y dice: ‘Vos podés hacer algo. No estás obligado, pero podés’. Estoy satisfecho de haber sido lo suficientemente fuerte y sabio como para tener la visión para hacer lo que yo pensé era lo correcto”, le dijo Carlos a The New York Times en agosto.

A menudo se recuerda a Jesse Owens, ganador de cuatro oros en los Juegos de Berlín del ’36, como el estandarte máximo de la lucha contra el racismo. Su imagen llegando primero a la meta como reverso de la que tenía a Adolf Hitler sentado en el palco del estadio olímpico, es uno de los contrastes más grandes en la historia del deporte. Un atleta negro derrumba el mito de la superioridad racial que esgrimía el nazismo como eje de su política. Pero lo que casi nadie recuerda es que a Owens se le atribuye haber intentado convencer a Smith y Carlos de que depusieran su actitud en la Ciudad de México. Exactamente, 32 años después. El gran medallista de Berlín moriría en 1980 cargando con esta sospecha.

Historias repetidas

Los mentores del Black Power, con todo, superaron las dificultades que implicó aquel gesto corajudo y, como anticipándose a otros, fueron abonando un camino de luchas. Lo que ocurrió con Irving Saladino a principios de este mes, el primer atleta en la historia de Panamá que ganó un oro olímpico, demuestra que el racismo se parece a la hidra de Lerna. Le cortan una cabeza y vuelve a nacer otra.

Campeón en Beijing de salto en alto, el moreno denunció que lo discriminó un efectivo de seguridad privada que custodia el barrio donde vive. “Estaba estacionando el auto y él, Raymundo Valdez, me preguntó con mucho desprecio quién era yo. Luego me llegó una carta a mi apartamento informándome que debía irme. Salí a una diligencia y al regresar me habían desactivado la tarjeta de acceso a la urbanización y no pude entrar”, le dijo a una radio panameña.

Saladino, un héroe deportivo en su país, es uno de los tantos atletas negros que han sufrido discriminación dentro y fuera de los Estados Unidos. Algunos, al igual que Smith y Carlos, soportaron consecuencias parecidas por oponerse al racismo o pronunciarse políticamente. Es el caso de Amado Morales, el puertorriqueño que ganó el oro en lanzamiento de jabalina durante los Juegos Panamericanos de Cali en 1971. Cuando se subió al podio a recibir su medalla, levantó el puño izquierdo en alto en señal de protesta contra el colonialismo que ejerce EE.UU. sobre su país. Por eso sufrió un castigo similar al de los velocistas de México ‘68.

A Muhammad Ali le sacaron su título mundial por negarse a combatir en Vietnam en 1967; Samuel Eto’o, el delantero del Barcelona, se negó en febrero de 2006 a seguir jugando un partido contra el Zaragoza, cuando los hinchas rivales le gritaban insultos racistas; y Faustino Asprilla, el ex delantero de la selección colombiana, llegó a pedir en agosto pasado “ser blanco por un ratico, para ver cómo me veo y si paso desapercibido y nadie me dice nada”. Cuando jugaba en Italia, para el futbolista era moneda corriente recibir ataques raciales. Asprilla salió pintado mitad blanco y mitad negro en la tapa de la revista Cromos de su país. Su gesto, casi cuarenta años después de los puños en alto de México ‘68, refleja que la discriminación no es un mal en desuso.

Desde aquel podio de Smith y Carlos, el deporte también amplifica las rebeliones de los segregados. Todavía debería haber más denuncias. Para que el Comité Olímpico o la FIFA, por citar a dos de las multinacionales más poderosas del planeta, tomen medidas más drásticas y olviden su retórica inocua, cuando no cómplice, de lo que pasa en los escenarios que les permiten facturar millones de dólares.

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John Carlos, en la actualidad, con 63 años y su medalla de bronce.
 
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