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Lunes, 5 de julio de 2010

LA PATRIA TRANSPIRADA

Tristezas a la sombra de una nariz

Por un error técnico, en la edición de ayer de Página/12, la columna en la que Juan Sasturain volcó sus impresiones sobre la eliminación argentina no pudo leerse como era debido. Por esa razón, la reproducimos en Líbero.

 Por Juan Sasturain

Enviado especial a su casa

Antes que nada, la tristeza; y el reconocimiento de los hechos: lo bien que jugaron ellos, todo lo que pusieron los nuestros. En conjunto y comparando uno por uno, fueron más y jugaron mejor. Nada que decir. Además, para Argentina, el aplauso por dejar todo y, si es que eso existe, por saber perder. Nada de patadas, escándalos, quejas. Bien, muy bien. Y Diego, en lo que ha hecho mejor: apoyar a los jugadores, fortalecerlos, bancarlos afectiva y espiritualmente. En eso –sin saber nada de internas y más allá de las aparatosas representaciones para los medios– no hay nada que reprocharse/le. Y escribo en caliente, a una hora de la derrota, sin declaraciones ni gestos últimos para comentar y/o distraer del juego en sí.

Y después hay más tristeza, claro; y el reconocimiento de que pasó algo de lo que temíamos. En pocas y reiteradas palabras: no nos gustaba el planteo táctico, como no nos gustó contra México aunque ganamos. Lo que entonces y ahora definimos como “la sombra de la nariz” –genéricamente: la concepción bilardiana de este juego– se manifestó una vez más en darle la prioridad, a la hora de plantarse en la cancha –a quién elegir para ponerlo dónde y con qué “tareas”– a un supuesto “control del juego” a partir de cubrir espacios, tapar, entorpecer los movimientos del rival, en lugar de pensar en juntarse para jugar con la pelota y que sean los otros los que tengan que recuperarla...

Porque se parte de que hay que tener “recuperadores”, en el (pre)supuesto de que la pelota la tiene el rival y hay que quitársela. Y no es ni debe ser así: tenemos que tenerla nosotros (por historia, por aptitud, por actitud) y que se ocupen los otros de recuperarla. Ese es el punto de partida. Si no, cagamos. Y ayer (entre otras cosas, por eso) cagamos.

Y no tenemos la pelota por dos razones básicas: no “usamos” enganche o jugador pensante equivalente –está fuera de moda, especie en extinción: nunca escuché argumento más estúpido; y no volveremos al tema Román...– y, además, prescindimos de los laterales que juegan y pasan. Es un problema, los costados.

Parafraseando a Brecht, primero desaparecieron los wings y no dijimos nada, porque nos arreglábamos, alguien ocasionalmente se “tiraba a la punta” y desbordaba, algún lateral subía y ponía un centro desde el fondo. Después, desaparecieron los laterales que podían subir, acompañar y llegar al fondo y no dijimos nada porque alguien había inventado los “carrileros” que ayudaban a marcar al (rival) que iba por ahí y servía para que los marcadores de punta cada vez supieran subir menos...

Así, llegó el Mundial de Alemania y ya –después de Juampi Sorín y Zanetti– no había laterales que subieran (empezamos con Coloccini y Burdisso tirados al costado) y después llegó el de Sudáfrica y acá estamos, conscientemente jodidos, con cuatro (4) marcadores centrales en el fondo, como si eso garantizara más marca y seguridad defensiva... Un carajo. De ese desbarajuste, despropósito o como se llame, los perjudicados han sido y son los pobres Jonás, Otamendi o Maxi, inquilinos ocasionales de un terreno ajeno y, encima, minado.

En fin... Sólo cabe hacer la salvedad de que, tal como se plantearon las cosas y con los jugadores que se enfrentaron ayer –línea por línea, hombre por hombre– es probable que un equipo de Argentina como hubiéramos parado muchos –teniendo en cuenta lo que hay–, con Clemente por derecha y Verón o Pastore por Maxi de salida, también se las hubiera visto negras o al menos oscuras con estos alemanes inspirados y rigurosos. Jugaron muy bien. Y cabe señalar, para no caer en necedades excesivas ni canibalismo oportunista, que a los defectos o errores propios hay que sumar –en este caso, superlativas– las virtudes del rival. Saber perder no es sólo aceptar sino también saber entender la derrota.

Nos cabe.

Y una vez más: vamos, Argentina, que ya pasó.

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