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Lunes, 9 de junio de 2003

OMAR NARVAEZ DESPUES DE SU PELEA MAS IMPORTANTE

Un campeón para disfrutar

Serio, responsable, profesional, inteligente, boxea lindo y bien, no se conforma con lo que tiene y quiere más. No abundan los boxeadores como el chubutense, que noqueó al mexicano Everardo Morales en una noche de Luna Park que reunió 10 mil almas.

Por Daniel Guiñazú

¿Hiciste la mejor pelea de tu vida, la más redonda, la que menos críticas admite?
–Yo creo que sí. La gente esperaba ver qué iba a pasar con Narváez ahora que le habían puesto un mexicano temible. Y no me dejé intimidar. Entré en ganador, reafirmé que soy un auténtico campeón del mundo y te digo más: no sé por qué, pero esta pelea la sentí más y me emocionó más que cuando gané el título.
Está feliz Omar Narváez. Está suelto. Después de la conferencia de prensa, admite hablar mano a mano con los periodistas y las palabras se le escapan de la boca con la misma naturalidad con que un rato antes se le habían escapado las piñas y la inteligencia sobre el ring del Luna Park.
–Yo esperaba una pelea dura a 12 rounds por la trayectoria de Morales. Pensaba que iba a ser muy difícil y me preparé para eso. Cuando le pude conectar las primeras manos, traté de pensar y de calmarme, porque era peligroso ir a rematarlo. Traté de ser inteligente y la pelea se dio tal cual la imaginamos con mi entrenador, Carlos Tello.
El corazón de la pelea late en esta respuesta del campeón mundial OMB de los moscas. Se lo respetaba al “Zihua” Everardo Morales. Por su origen, por los datos que entregaba su récord (9 victorias antes del límite en sus últimos 10 combates) y porque se lo sabía peligroso en la corta distancia. Pero a Narváez nada de eso le pesó: le faltó el respeto con una actuación sin cabos sueltos ni puntos negros. El mejor Narváez de todos hizo vibrar a las 11.000 personas que fueron al Luna, retuvo su corona por tercera vez en once meses y como plus de una noche insuperable, ganó por nocaut técnico en el 5º round, una rareza en una campaña de 15 peleas construida más sobre los cimientos del trabajo y la inteligencia que sobre los de la contundencia y la explosión.
No hay nada que criticarle a Narváez (50,800 kg) porque no hizo nada mal. Nunca se quedó quieto, caminó el ring como los dioses, extendió su derecha con rigor para mantenerlo a raya al mexicano y con la izquierda tirada recta, en gancho o voleada, amasó las diferencias clave. Y no sólo eso: también mostró conducta para sostener su plan de pelea y para no abalanzarse sobre Morales (50,550 kg), las veces que el presunto guerrero azteca pareció ceder ante las ráfagas envenenadas del “Huracán” chubutense. El peso de la derecha de Morales era temible y Narváez no quiso correr riesgos de encontrarse con una que le echara todo a perder.
Es cierto que el mexicano facilitó las cosas con su avance frontal y perpendicular. A Narváez el ring jamás le quedó chico y con la movilidad de su piernas, siempre localizó ángulos nuevos desde donde martirizar a su adversario con la derecha tanteando el terreno y la izquierda viniendo detrás. El chubutense no se conformó con tocar para sumar: pegó con justeza y marró muy poco. Y Morales lo sintió desde el comienzo: sobre el final del primer round, una zurda recta y profunda de Narváez conmovió a Morales y el mexicano volvió a su rincón confundido, tambaleante.
De ahí en más, quedó echada la suerte de la pelea. Narváez pasó a dominar cada centímetro del ring con el andar de sus piernas prodigiosas. Y Morales quedó subordinado a lo que le permitieron hacer, que fue casi nada. Superado en velocidad y variantes por el argentino y harto de recorrer el cuadrilátero buscando a Narváez y no encontrándolo, el retador mexicano se fue consumiendo en su propia imposibilidad para hacer lo que se suponía que tenía que hacer y terminó entregado, listo para perder.
Hubo un anticipo en el 4º round cuando una derecha recta y una izquierda voleada desacomodaron a Morales que llegó a tocar la lona con su guante derecho. Quizás debió haber contado el árbitro estadounidense Bill Connors. Pero Narváez ya estaba lanzado. Y en el 5º definió todo sin prisa pero con clase: con una izquierda corta mandó a la lona a Morales que se levantó como pudo. El mexicano se fue a los tumbos contra las cuerdas que dan a la calle Bouchard y allí recibió que le faltaba: una cerrada descarga que lo devolvió al tapiz con la nariz sangrante y un mensaje dederrota escrito en cada célula de su cuerpo. Quiso evitar la caída aferrándose al árbitro. Pero Connors dio un paso al costado y ni se preocupó en contar: decretó el fin de la pelea y declaró ganador a Narváez mientras de los cuatro costados del Luna se escapaba el inconfundible bramido que sobreviene a las grandes victorias.
Algunos audaces de trasnoche, en la semipenumbra del estadio vacío, afirmaban que había nacido un nuevo ídolo porque no cualquiera lleva 10.000 personas dos veces seguidas al palacio de Corrientes y Bouchard. Es posible que a la luz de estos datos, el pequeño campeón chubutense sea, en estos momentos, el boxeador más convocante del pugilismo argentino. Pero no tiene mucho sentido trabarse en este tipo de polémicas. Idolos fueron Firpo, Justo Suárez, Gatica, Bonavena, Nicolino y habrá que ver si Omar Narváez está en condiciones de recorrer ese camino de la historia. Hoy hay un campeón serio, responsable, profesional, inteligente, que boxea lindo y bien, que no se conforma con lo que tiene y que quiere más (títulos, dinero, gloria). Disfrutémoslo. No abundan los que son como él.

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narvaez exhibe su cinturon de campeon mosca omb.
 
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