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Lunes, 19 de noviembre de 2007

LA EXCENTRICA VIDA DEL EX CAMPEON MUNDIAL EN ISLANDIA

“No se puede decir que sea un hombre común”

 Por Pablo Vignone

Todo el mundo conoce a Bobby Fischer en Reykjavik. Es lógico: la ciudad no es tan grande –apenas 120 mil habitantes– y el ajedrecista no es sólo el personaje más famoso de la isla; también “el más excéntrico”, como reconoce uno de los personajes que lo frecuenta en la ciudad. Todo el mundo asegura habérselo cruzado varias veces por las desoladas calles de la capital de Islandia, y algunos afirman incluso haberlo visto jugar al ajedrez en la calle. En un descanso de la reciente conferencia “Play the Game” sobre deporte y sociedad celebrada en esa ciudad, y en compañía del colega Ezequiel Fernández Moores, de La Nación, este cronista recorrió el distrito en el que vive Fischer para saber cómo vivía antes de su internación.

“Es muy excéntrico –afirma la recepcionista de un hotel cercano a su domicilio–. No puedo decir que sea un hombre común, pero lo que ves es lo que es, y eso en Islandia nos gusta.”

“Yo recuerdo haberlo visto una vez aquí –relata un empleado de una librería que visita–. Fue cuando compró una biografía de Adolf Hitler”, un dato revelador cuando se sabe que, en alguna oportunidad, Fischer negó el Holocausto. Según otras fuentes del local, en general compraba “libros de personalidades alemanas porque quería saber realmente qué pensaban los alemanes, quería entender la mentalidad de esa nación. ¿Libros de ajedrez? Sí, pero en ruso”. El empleado no demora en asegurar que el famoso cliente “odia por igual a los Estados Unidos y a la Unión Soviética”.

La recepcionista asegura que los islandeses saben que Fischer “habla de más. Pero son sus opiniones y las respetamos. Acá (en Reykjavik) cada uno está en lo suyo, se vive con apuro. A Bobby lo reconocemos como lo que es, un genio. Le tenemos un completo respeto y todavía esperamos que vuelva a jugar”. Según un integrante del Comité de Ayuda, Fischer juega “con los amigos al ajedrez que él inventó”, en el que se sortean las posiciones de las piezas de la última línea.

En las paredes de la librería se observa un pequeño poster del Match del Siglo, entre Fischer y el ruso Boris Spassky, celebrado en Reykjavik entre julio y septiembre de 1972. No tiene precio, ni lo tendrá: no se vende. Clavada con chinches hay una entrada –nunca utilizada– para la partida Nº 18 del match, prevista para el 24 de agosto de 1972 y terminada en tablas por repetición de movimientos. “Iba por las noches a la librería, a curiosear. Más de una vez se quedó dormido en una silla –cuentan–. También lee mucho sobre personajes al margen de la ley.”

Antes de su internación, Fischer solía salir a visitar amigos. “Iba a verlos en ómnibus, así recorría todo Reykjavik”, cuenta la recepcionista. “Se baja de un ómnibus y se sube a otro”, relata a Líbero un asistente islandés, subrayando el criterio casi persecutorio de la costumbre. “Por si lo seguían”, desliza.

Los amigos son aquellos que le quedaron desde su estancia de casi tres meses en Reykjavik durante 1972. No son tantos los que permanecen fieles, a causa del carácter paranoico del ajedrecista. “Se enojó conmigo porque le conté a un amigo que él tiene pedido de captura en 478 aeropuertos en todo el mundo”, relata uno de los integrantes de su círculo. “El está enojado con casi todo el mundo, incluso con sus amigos del ‘72”, remata.

Según versiones fidedignas, incluso Saemi Palsson, quien fuera su guardaespaldas durante el match de 1972 hasta transformarse en su mejor amigo en Islandia, uno de los que se movilizó para rescatarlo de una prisión japonesa y llevarlo a vivir a Islandia, está distanciado de Fischer. Según García, el ajedrecista acusó a su ex amigo de ser “agente de la CIA”.

“Lo invitaron a una fiesta, que terminó a raíz de una fuerte discusión que él provocó –cuenta Thorstein, un personaje de la industria del cine islandés, que conoce la Argentina y que accede a hablar en la esquina del domicilio de Fischer–. Un amigo quiso contratarlo para una película sobre ajedrez, Bobby tenía que ser el árbitro del match, poner en funcionamiento el reloj, sólo esa aparición. Nunca contestó.”

“Fischer no da entrevistas”, explica la empleada del comercio que accedió a hablar con Líbero “porque está muy ocupado escribiendo su libro”. Otros aseguran que su principal ocupación –hasta el momento en que fue internado– era “terminar de construir el reloj Fischer”, un mecanismo especial de relojería para facilitar la tarea de los grandes maestros.

“No aparece tanto en los diarios, aunque a veces lo han mostrado como si fuera un político o algo parecido –cuenta la recepcionista–, tipo ‘Bobby estuvo en tal lugar’. En la TV estuvo cuando volvió a Islandia, pero después no.” La última aparición televisiva de Fischer fue en diciembre pasado, cuando se televisó una partida de ajedrez entre dos islandeses de segunda línea, y el ex campeón del mundo llamó por teléfono al estudio para proponer un final más elegante para la partida.

Todo el mundo lo cruza, pero no todos quieren a Fischer en Reykjavik. “Parece un mendigo como se viste, es un maleducado –asegura la dependiente de una panadería cercana–. Viene siempre aquí a pedir cerveza... ¿cómo no entiende que en una panadería no se vende cerveza?” A Diego, un español con más de 30 años de residencia en Reykjavik, tampoco le cae simpático. “Para obtener la ciudadanía aquí debes trabajar como un condenado durante siete años, pagando impuestos. Y este tío llega como si nada y le dan la ciudadanía, mientras amigos míos que han hecho mucho más esfuerzo que él todavía no la consiguen.”

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