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Domingo, 4 de abril de 2004

DEBATE SOBRE LA MEMORIA

El museo del horror

En ESMA. Fenomenología de la desaparición (Prometeo Libros, 2004), Claudio Martyniuk ofrece un relato de lo que sucedía en la tristemente célebre Escuela de Mecánica de la Armada, cuando era un campo clandestino de detención, y, al mismo tiempo, un ensayo fragmentado e inconcluso sobre el sentido de ese espacio para las futuras generaciones de argentinos.

POR DANIEL MUNDO

El pensamiento político del siglo XX no cuajó ningún concepto que diera cuenta de los fenómenos inéditos que los hombres y mujeres experimentaron en esos años. Vivió de las regalías que se desprenden de los sueños decimonónicos. Derecha, izquierda, revolución, huelga general, no ayudan a comprender el nuevo régimen de existencia inaugurado por las sociedades totalitarias, donde se amasa nada más y nada menos que una nueva condición de lo humano. Las prácticas de solidaridad y confianza son reemplazadas por las de sospecha, delación, indiferencia. El compromiso de los ciudadanos ya no es con una comunidad más valiosa que su vida, es con su vida desnuda, despojada de sentido.
El sentido o su busca es suplantado por la satisfacción momentánea que proporciona el consumo de objetos discriminados por estadísticas. Los campos de concentración o desaparición, los centros de detención ilegal de personas, pueden servir de lente a través de los cuales observar el giro existencial que se produjo en nuestra vida. Ellos exponen amplificado lo que suele pasar inadvertido. El último libro de Claudio Martyniuk, ESMA. Fenomenología de la desaparición, intenta dar con la nota que media entre el chirrido brutal que emana del silencio de los desaparecidos, y el ruido ensordecedor que impregna las prácticas cotidianas. Es la banalidad la que sintoniza estos sonidos extremos.
Hacer que los sonidos discordantes de la memoria se conjuguen en un relato, apropiarse del acontecimiento-ESMA, y hacerlo hablar, darle una voz y un ritmo. Ritmo entrecortado, una respiración que falla como un instrumento vetusto cuando la melodía se acelera. Oraciones cortas que se despreocupan del nexo causal que las filiaría en una unidad narrativa. Hilación de imágenes que como en una escritura automática no concluye en ningún paisaje: el paisaje desapareció, y también desaparecieron los restos que lo evocaban o podían convocarlo. Quedan, a lo sumo, recuerdos de él, imágenes inmóviles, sin vida ni sentido, o con un sentido fijo y desteñido. Frente a estos recuerdos inanimados que el duelo no cicatriza aparece la pregunta que acosa a la reflexión desde mediados del siglo pasado: cómo representar la experiencia límite, cómo mostrar la aniquilación en masa o la desaparición. Ésta es la herencia que dejan los campos de desaparición.
Martyniuk la asume, y cumple con la tarea del testigo: romper el embrujo de esa imagen detenida, animarla. Su relato logra encarnar el sentido que supo escuchar en las experiencias de otros, y a la vez lo comparte, lo ofrece a la lectura. Enriquece, de este modo, con su voz singular, la memoria colectiva.
ESMA parece ser un libro anticipatorio. No es que anuncie lo que vendrá (eso sería hacer espiritismo o magia, lo que a veces el pensamiento logra practicar, pero nunca debe proponerse); más bien nos deja vislumbrar de un modo anticipado lo inminente que ya ocurrió y que no termina de acontecer, lo que siempre está por ocurrir pero no llega, y que se espera con calma o ansiedad. Qué formula de lo argentino se tramó en la ESMA, qué cifra se jugó en sus turbias peceras que posibilita que en pocos años se planeó dejar el edificio tal como está, o hacerlo desaparecer, o parcelarlo y distribuirlo, o –finalmente– convertirlo en museo. Qué secreto indescifrable encierran sus tenebrosos pasillos, sus altillos y casinos. Qué pervive, arruinado, de su altivez y prepotencia. Y qué pueden hacer los herederos, los sobrevivientes de distinto género, con lo que ese mausoleo representa y significa.
ESMA es una Escuela de Mecánica, pero antes un Monumento imperturbable que en su estilo neoclásico blanco marino testimonia una práctica cultural bárbara. Es el monumento de lo atroz en la Argentina. Abrazado por avenidas y autopistas, es también una tierra municipal que no suele caminarse, y que el ojo mira no sin pavor. Enclave norte que custodia el río y separa la Capital de la provincia, erguido a pocas cuadras delestadio Monumental de River Plate, el edificio testimonia la impasibilidad de una sociedad que no supo ver lo que gestaba y con qué convivía. En una palabra, a la ESMA, centro de irradiación cuya acción a distancia perdurará por años y décadas, no hay que pensarla como un lugar; habría que imaginarla como un síntoma, y también como un acontecimiento que sólo despierta un ronco ronroneo de dolor y vergüenza. Nadie es ajeno a su eco.
ESMA encarna un momento revolucionario donde cambian las prioridades y las pasiones de la política argentina. La Argentina ingresa en la orquesta de un nuevo orden económico mundial. Lo nacional se inviste con prendas nuevas.
Por qué no imaginar a la ESMA como un camarín donde los actores se maquillan y cambian. O también podría ser representada como una simple puerta: una de sus caras mira hacia adentro (cómo y qué se vivió allí, con la variedad ilimitada de personajes que poblaron su sórdido espacio, desde secuestradores, médicos, clones de Calibán que arrojaban cuerpos vivos al agua, torturados, fanáticos, quebrados, desaparecidos), la otra mira hacia afuera como un espejo: el espejo devuelve sin volumen ni densidad la voluntad de ignorar que atravesó a la mayoría de los argentinos, que reemplazaron con consignas y clichés ideológicos cualquier esfuerzo por desentrañar lo que se estaba viviendo.
El libro de Martyniuk tiene un registro poético, libre correr de la conciencia que fractura los cánones de los relatos tradicionales de ciencias sociales o de historia. Guarda, por ello, el ímpetu de un ensayo de pensamiento inconcluso donde el autor comparte con el lector la dificultad de juzgar en su justa medida lo que se esfuerza por pensar. Lo que hay que pensar. Las certezas que el libro propone, a su vez, son sus propias limitaciones. De ahí que una de las recurrencias que vuelve en sus páginas como una sirena sea la figura de lo banal: el destino del país, en aquellos años, no parecía ser un problema de los argentinos.
ESMA. Fenomenología de la desaparición es como una máquina que pone en funcionamiento un movimiento extraño de la memoria. A la memoria la integran recuerdos y olvidos. Por lo general, un relato de memorias está tejido por los recuerdos de los que se dispone. Martyniuk, en cambio, parece narrarnos los olvidos, como si fueran ellos y no los recuerdos los que traman su historia.

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