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Domingo, 2 de mayo de 2004

La biblia y el calefón

 Por Julio Nudler

“Soy aquel que cenó/ en sus noches de infortunio/ con pan de plenilunio/ y vino de ilusión”, escribe Armando Juan Tagini en “Perfume de mujer”, tango de 1927 sobre el que planea Rubén Darío con su “Plenilunio”. El poeta modernista nicaragüense es mencionado explícitamente en “La novia ausente” por Enrique Cadícamo cuando memora: “Al raro conjuro de noche y reseda/ temblaban las hojas del parque también/ y tú me pedías que te recitara/ esa sonatina que soñó Rubén” (La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?..., declamará el intérprete) y en otros tangos. El plenilunio también concierne al mexicano Amado Nervo, cuyo poema “El día que me quieras” inspiró ostensiblemente a la homónima pieza de Alfredo Le Pera. El anarquista, poeta y dramaturgo José González Castillo, padre de Cátulo, pobló su tango “Griseta” (del francés grisette, obrerita, muchacha humilde) de personajes literarios: Museta, Mimí, Rodolfo y Schaunard, de Escenas de la vida bohemia (1851) de Henri Murger; Manon y Des Grieux, de Manon Lescaut (1733) de Antoine François Prévost D’Exiles; Margarita Gautier y Armando Duval de La dama de las camelias (1848) de Alejandro Dumas (h).
Y no falta la cocó, por la cocaína, como abundan en tantos otros tangos la morfina y los narcóticos y alcaloides en general. (Referencias como éstas se encuentran en los cinco tomos de Tangos, letras y letristas de José Gobello y Jorge Alberto Bossio.) Una curiosidad es que en los tangos argentinos, Margarita incorpora una hache, ausente en el original francés, como es el caso de “Margarita Gauthier”, letra de Julio Jorge Nelson, seudónimo de Isaac Rosofsky. “Mezcla rara de Museta y de Mimí,/ con caricias de Rodolfo y de Schaunard...”, comienzan aquellas célebres estrofas de “Griseta”, con música del cómico romántico Enrique Delfino. Pierrot y Colombina, personajes de la Comedia Francesa, aparecen en diversos tangos (particularmente en “Pobre Colombina”, de 1927, de Emilio Falero, que cuenta con la antológica versión de Horacio Salgán con Horacio Deval –cuyo verdadero nombre era Adolfo Tudisco– de 1951, y claro está la de Gardel), y obviamente en el muy conocido “Siga el corso”, de Francisco García Jiménez: “Esa Colombina puso en sus ojeras/ humo de la hoguera de su corazón...”. Otros tangos toman al Arlequino, de la Commedia dell’Arte italiana, como hace “Soy un arlequín” de Enrique Santos Discepolo, donde el personaje también denuncia: “Me clavó en la cruz/ tu folletín de Magdalena/ porque creí/ que era Jesús y te salvaba”, con lo que abreva en los Evangelios (puede verse también la amena película de Mel Gibson).
Carlos Atwell Ocantos, autor de tangos tan extraños e irresistibles (no inaguantables) como “Danza maligna” (allí expone cómo al bailar el tango “sentiremos latir los corazones/ bajo el numen de Venus Afrodita”, cuyas representaciones sabido es que se confunden) o “El pendentif”, donde un dije, mientras una muchacha pobre lo contempla arrobada en su escaparate, triste ella por no poder comprarlo, añora pender sobre la blancura de ese escote; dicho Atwell Ocantos, que era abogado y juez de instrucción (ver semblanza en www.todotango.com), adoptó más tarde, tal vez por recato, el seudónimo de Claudio Frollo, personaje de Nuestra Señora de París de Victor Hugo. También hay lugar en el tango para celebridades como el conde de Keyserling, filósofo y publicista (no confundir con publicitario, como hacen los periodistas), fundador en 1920 de la Escuela de la Sabiduría y autor, entre muchas obras, de Südamerikanische Meditationen (1932), mentado en el tango “Mentiras criollas” de Oscar Arona: “No te hagás el Keiserlín,/ que es mejor hacerse el gil,/ ser creyente y no dudar”.

De géneros
Esparcidas estas descompaginadas vaguedades como introducción al pretexto de esta nota, que es la vinculación entre tango y literatura, preciso es admitir que la letra de tango es literatura, buena o mala, con lo cual este artículo pierde quizá su razón de ser. Como sin embargo es demasiado pronto para interrumpirlo, porque sólo lleva cubierto un quinto del espacio asignado, podrían recordarse para dilatarlo algunos alardes literarios de los letristas tangueros, como aquél de Homero Manzi en “Voz de tango”, en cuyos versos no comparecen un solo verbo ni un solo adjetivo, falta que en la versión de Alberto Castillo ni siquiera se advierte: “Farol de esquina,/ ronda y llamada,/ lengue y piropo,/ danza y canción,/ truco y codillo,/ barro y cortada,/ piba y glicina,/ fueye y canción...”. Los dos últimos versos prodigan un remate contrastante e intenso: “Pilchas, silencio,/ quinta edición” (podría discutirse si “quinta” tiene aquí función adjetiva).
Pero se está aún a tiempo de evitar malentendidos: salvo excepciones, la letra de tango no fue escrita para ser leída sino oída en la entonación de un o una cantante, nunca divorciada de la música. En realidad, el mejor letrista es aquél que no resiste ser leído. Es ése el que demuestra ser un auténtico letrista y no un mero poeta. De ahí la genialidad de un Cadícamo. La letra de “Los mareados” conmueve cuando se la escucha cantada, pero suscita indiferencia si se la lee en seco. No es lo mismo pasar por una disquería cuando Gardel o Julio Sosa están cantando aquello de “Che, papusa, oí/ los acordes melodiosos que modula el bandoneón./ Che, papusa, oí/ los latidos angustiosos de tu pobre corazón...”, que leerlo en un Alma que canta, de cuyas páginas no brota la música del oriental Gerardo Hernán Matos Rodríguez. Y es imprescindible la melodía de Roberto Garza para absorber aquella historia que cuenta Bahr: “La cosa fue por Barracas./ La llamaban Soledad./ No hubo muchacha más guapa./ Soledad, la de Barracas/ que me trajo soledad”. Otro tanto podría decirse de las piezas más logradas de Eladia Blázquez: “He sido igual que un barrilete/ al que un mal viento puso fin./ No sé si me falló la fe, la voluntad,/ o acaso fue que me faltó piolín”. No le faltan buenas metáforas a este “Sueño de barrilete”. Por eso, aunque al lector asombre el aserto, la mayor carencia de esta nota no proviene de su arbitrario autor sino de la mudez de todo suplemento. Pero igual hay que seguir adelante.
Quizás alguien juzgue literaria la mohosa escena que traza Miguel Bucino: “Bajo el tedio que borda la lluvia/ con sus rotas agujas de spleen/ te adivino, romántica y rubia,/ sobre el viejo dolor del jardín./ ¿Qué será lo que borre tu asedio,/ quién será que me aleje de ti?,/ si las grises alondras del tedio final/ sin remedio te acercan a mí”. Este tango se llama “Tedio”, como era imaginable. Y del tedio al sosiego: “En el blando lecho que tiende el silencio/ recuestan su grave cansancio las horas,/ y duerme la noche mecida en el viento/ que pasa volcando su carga de aromas...”. Carlos Bahr escribió este “Sosiego en la noche” como pintura de la Argentina pampeana y ganadera.
Pero Alfredo Roldán vuelve al barrio, para desgarrarse en “Tu pálido final”: “Tu cabellera rubia/ caía entre las flores/ pintadas del percal,/ y había en tus ojeras/ la inconfundible huella/ que hablaba de tu mal.../ Fatal,/ el otoño con su trágico/ murmullo de hojarascas/ te envolvió,/ y castigó la tos./ Después todo fue en vano,/ tus ojos se cerraron/ y se apagó tu voz”. Sí: “Sus ojos se cerraron/ y el mundo sigue andando”; “las lágrimas trenzadas/ se niegan a brotar”; “yo sé que ahora vendrán caras extrañas/ con su limosna de alivio a mi tormento”; “escondida en las aguas/ de su mirada buena,/ la muerte agazapada”; “y mientras que en las calles/ con loca algarabía/ el carnaval del mundo /gozaba y se reía...”. ¿Alfredo Le Pera llamaba a estas rimas poesía? ¿Estaría en su derecho?
En la década del cincuenta, mientras comenzaba la lenta agonía del gobierno peronista y se gestaba el golpe militar de la burguesía histórica, no pocos letristas de tango se lanzaban, desbocados, inflamados por brotes de sensualidad, hacia fronteras apenas exploradas, quizá sí por el Homero Expósito que imaginara: “Trenzas,/ seda dulce de tus trenzas,/luna en sombra de tu piel/ y de tu ausencia”, o aquellas “Tristezas de la calle Corrientes”: “¡Qué triste palidez tienen tus luces,/ tus letreros sueñan cruces,/ tus afiches, carcajadas de cartón”. “Y este llanto mío entre mis manos/ y este cielo de verano /que partió”, resignada rabia ante ese “Yuyo verde” del perdón que no puede repatriar a la mujer que partió al país del que ya no se vuelve. Y ante la muerte del amigo, “tu forma de partir/ nos dio la sensación/ de un arco de violín/ clavado en un gorrión”. Y tras “Oyeme”, aquello de que “la noche llenaba de ojeras/ la reja, la hiedra/ y el viejo balcón”... “La reja está dormida de tanto silencio...” “Tus ojos de azúcar quemada/ tenían distancias.” En este “Pedacito de cielo”, Expósito elige decir ojos negros por medio de una metáfora que incluya la dulzura del mirar. Pero también sabe del horror a la promiscuidad: “Porque eres para todos ya/ como un desnudo de vidriera”.
“Cuando cuentes la historia de tu vida,/ de espuma y de neblina, de soles y de barro,/ en tu mar de crepúsculos y noches/ seré una gota pura, sin agua y sin pupilas”, cantaba Sabina Olmos, o bien Héctor Pacheco con Osvaldo Fresedo, en aquellos años, siguiendo la inspiración poética del pianista y compositor Héctor Chupita Stamponi. Y Juan Carlos Lamadrid sostenía: “Nada más que tu paso por el sueño,/ el beso de morir entre la niebla/ y la fuga de amor entre tus manos/ perfumadas de olvido y madrigal...”, en esos versos, con música de Astor Piazzolla, de “Fugitiva”, cantados por María de la Fuente, Edmundo Rivero y Héctor Pacheco.
Toda su creatividad desbordante no parecía bastarle a Enrique Cadícamo, de modo que pellizcó algunas ideas del poeta parisino Paul Géraldy, editado en la Argentina por la desaparecida y tan masiva TOR, con traducción de E.M.S. Danero, pero que el autor de “Garúa” leyó en francés. Un solo poema del vate, “Final”, le inspiró a Cadícamo las letras de “Los mareados”, “Por la vuelta” y “Rubí”, según advirtió entre otros Ricardo Ostuni en su Presencia de la Poesía Culta en las Letras del Tango. Versea Géraldy: “Vete, te dejo, puedes partir... Empero, aguarda aún, aguarda. Llueve. Espera que cese... Desde ahora vas a entrar en mi pasado. Mira, sólo es esto nuestro amor. ¡Cómo llueve! No puedes marcharte con este tiempo...”. Es sabido que “Rubí” comienza con aquel “Ven, no te vayas, ¿qué apuro de ir saliendo?/ Aquí el ambiente es tibio/ y afuera está lloviendo./ Ya te he devuelto/ tus cartas, tus retratos...” (Géraldy: “¿Te he devuelto todo? ¿Has tomado tu retrato, tus cartas?”). Célebres son el “hoy vas a entrar en mi pasado” de “Los mareados”, y el “Afuera es noche y llueve tanto”, etcétera, de “Por la vuelta”. Y, por supuesto, como no hay literatura sin plagio, los pecados del autor de “Pompas” confirman su carácter literario.
Estos retazos son expropiación prudente al lado de los versos de “Y... qué más” (hay una grabación de Charlo de 1937), que consisten en la traducción literal de una canción brasileña. Pero como Cadícamo también componía música, a veces tras el seudónimo Rosendo Luna, cuando esta dupla formada por una sola persona creó el famoso “Tres amigos”, que Alberto Marino consagró con Aníbal Troilo, se apropió para un pasaje (aquél de “Hoy ninguno acude a mi cita./ Ya mi vida toma el desvío./ Hoy la guardia vieja me grita/ ¿quién ha dispersao ese trío?) de varios compases de “¡No!”, un tango poco difundido de Eduardo Arolas, que tiene una interesante versión reciente de la orquesta Contratiempo. Pero no quedó ahí la cuestión, pues luego escribiría Cadícamo una letra para todas las notas de “¡No!”, reconociendo a Arolas como su compositor, y en homenaje precisamente a él, bajo el nombre de “Café de Barracas”, en alusión a Una Noche de Garufa, establecimiento de la calle Montes de Oca donde tocara el compositor de “La cachila”. Hay una grabación de Angel D’Agostino con Tino García. Historia enrevesada si las hay del travieso, genial, prolífico, popular y culto Cadícamo.

Escenas de lectura
Muchos personajes de las letras de tango se aficionaban a la lectura. Héctor Pedro Blomberg concibió que “La viajera perdida” “vestida de blanco, sentada en el puente,/ leía novelas y versos de amor/ o, si no, miraba la espuma que hirviente/ cantaba en la estela del viejo vapor”. Ese libro se convierte en una prenda de recordación: “Aún guardo la vieja novela que un día/ dejaste olvidada sobre mi sillón./ Escrito en la tapa tu nombre, María,/ después una fecha y un puerto, Tolón”. Así, de aquella mujer brumosa le quedará al replegado amante su “sombra lejana, un sueño de Francia y un verso español”. Hay también quien funde su existencia con la literatura: “Se fue contigo de mi novela/ la última risa de la juventud”, lamenta García Jiménez en “Tus besos fueron míos”. Otros héroes del tango incluso escribían poemas, como el “vate arrabalero” que ideó José de Grandis: “En mis noches de lirismo/ por los tristes arrabales/ rimé tiernos madrigales/ que a tu lado deshojé./ Puse vida en cada estrofa,/ mi paz, mi amor y ventura,/ y la inefable ternura/ de tu alma de mujer”. En 1955, Carlos Olmedo grabó con Troilo este “Recordándote”. En cuanto a citas, el tango bucea hasta en el Renacimiento. Así, “Maquillaje” de Expósito, se abre con el recitado de este rezongo de Lupercio Leonardo de Argensola (1559-1613), fundador de la Academia Imitatoria y de la Academia de los Ociosos: “Porque ese cielo azul que todos vemos, ni es cielo, ni es azul. ¡Lástima grande que no sea verdad tanta belleza!”. Roberto Goyeneche con Atilio Stampone, o bien Héctor de Rosas con Piazzolla, cantan luego: “No.../ ni es cielo ni es azul,/ ni es cierto tu candor,/ ni al fin tu juventud./ Tú compras el carmín/ y el pote de rubor/ que tiembla en tus mejillas,/ y ojeras con verdín/ para llenar de amor/ tu máscara de arcilla”.
El poeta Evaristo Carriego es evocado en varios tangos, entre otros por un continuador suyo como fue Manzi, con ese último organito que al encontrar la casa de la vecina muerta, de la vecina aquella que se murió de amor, “allí, molerá tangos para que llore el ciego,/ el ciego inconsolable del verso de Carriego,/ que fuma, fuma y fuma sentado en el umbral”. En “De todo te olvidas” (cabeza de novia), Cadícamo le pregunta a la muchacha triste: “¿Acaso tu pena es la que Carriego/ rimando cuartetas a todos contó?”. Y la célebre costurerita del poeta admirado por Borges emerge como tal o como midinette en otros tangos, como “Caminito del taller”, de Cátulo Castillo: “Una mañana triste te vi por vez primera/ por la desierta calle rozando la pared/ como si el viento helado que barría la acera/ te acelerara el paso, camino del taller.../ Caminito al conchabo, caminito a la muerte,/ tras el fardo de ropa que llevas a coser”.
El tango se vale de herramientas literarias para contar sus argumentos o describir escenas, según sea la escuela del letrista. Un caso saliente es el de Enrique Santos Discepolo en su expresionista “Quien más, quien menos”: “Te vi saltar sobre el mantel/ gritando una canción,/ y obscena y cruel en tu embriaguez,/ ya sin control, mostrar/ muerta de risa al cabaret/ tu desnudez. Bizca de alcohol,/ pisoteando al zapatear/ entre los vidrios tu ilusión./ Reconocerte fue enloquecer./ ¡Caricatura de la novia que adoré!/ Cuando me viste/ me eché a temblar,/ y aún oigo el grito/ que mordiste al desmayar”. Y el González Castillo de “Música de calesita” confiesa: “Quisiera como el cansino/ caballo del carrusel/ dar vueltas a mi destino/ al ruido de un cascabel”. Otro lienzo: “Suena un tango. La luz está sobrando./ Se hace noche en la pista/ y sin querer las sombras se arrinconan/ evocando a Griseta, a Malena, a María Esther”. Y luego: “Como tú era pálida y lejana,/ negro el pelo, los ojos verde gris,/ y eran suaves sus manos/ y eran sus versos tristes/ como el canto de ese violín./ Un día no llegó. Quedé esperando...”. A este Manzi de 1943 y de “Tal vez será su voz” se suele llegar a través de Libertad Lamarque, con Mario Maurano, o de Marino con Troilo. Quizá se piense que sólo los letristas más célebres –Manzi, Le Pera, Discepolo, Contursi padre e hijo, García Jiménez, Cadícamo, Expósito, Celedonio Flores– se encaramaban hasta las cimas literarias. Pero no es así. “No esperaba verte más”, de Dorita Zárate, puede servir como un ejemplo entre tantos: “Solo, luz y espejo,/ surgió tu imagen de un lamento/ y en el borroso pensamiento/ confundí como si el viento/ lejos, lejos.../ Solo, noche y pena,/ perdí tu sombra en el camino/ y en el recodo mortecino,/ triste, ciego y sin destino/ te busqué...”. Más adelante: “Tu nombre floreció sobre la herida./ Fue un duelo entre el olvido y la ansiedad./ Fue tu voz perdida. Fue mi soledad”. “Mañana no estarás”, de Horacio Sanguinetti, es otro: “Mañana no estarás, y yo seré un espectro,/ fantasma del camino,/ nocturno peregrino,/ fantoche del amor”. Ambos tangos son manifestaciones del arte de un temprano Jorge Durán (1946) cantando para Carlos Di Sarli. De Mario Battistella entona Angel Vargas: “Vos que fuiste de todos el más púa,/ batí con qué ganzúa/ piantaron tus hazañas...”. Y luego: “Maula el tiempo te basureó de asalto/ al revocar de asfalto/ las calles de tu barrio” (“No aflojés”, otro réquiem a esa estirpe de hombres que volcaba la esquina final, y que por lo común permanecían en las orillas –por eso eran “orilleros”– del sistema, resistiéndose a la inclusión en la economía de explotación y en la moral establecida. Un lumpenaje que huía de la proletarización, y algunos guapos del cual integraban “la secta del coraje y del cuchillo”, en vez de dejarse arrear a la fábrica. Otros eran simplemente bohemios “ebrios de luna”, o depredadores inofensivos, como los muchachos de “La podrida”). Todos son hoy literatura, mejor o peor, gotán mediante.

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Homero Manzi, Eladia Blázquez, Enrique Cadícamo, Alfredo Le Pera, Enrique Santos Discépolo.
 
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