libros

Domingo, 2 de mayo de 2004

Aquí me pongo a cantar

Errante en la sombra
Federico Andahazi

Buenos Aires
Alfaguara, 2004
246 págs.

Por Jonathan Rovner

Si Federico Andahazi está tratando de fundar un nuevo género literario, como parece ser, el género debería llamarse “tragedia musical”. Su última novela, Errante en la sombra, tiene el aspecto de haber sido escrita para su posterior musicalización y puesta en escena. O, directamente, para la pantalla grande.
Igual que en las comedias musicales, los personajes de Errante en la sombra detienen la acción en los momentos cruciales y cantan canciones; esta vez, tangos alusivos cuya letra se incorpora a la superficie del texto. Así, los personajes parecen desarrollar la acción en medio de una gran payada. El narrador, por su parte, se autopresenta y describe como el speaker que relata los acontecimientos fuera de escena. “Antes de que a mis espaldas se abra el telón y desde la fosa comience a sonar la orquesta, permítanme que evoque junto a ustedes a Juan Molina. En un momento habré de abandonar este viejo proscenio y cederé mi lugar a los personajes para que hablen o, mejor dicho, canten por sí solos; pero primero, déjenme que les presente a quien fuera, al decir de muchos, el más grande cantor de tangos de todos los tiempos.”
La mitología tanguera sirve de marco histórico para este relato cuyo protagonista, Juan Molina, llega a ser el cantante estrella de la cárcel de Caseros, el Gardel de los presos. Voz excepcional y antihéroe proletario, el camionero Molina, luego de hacerse luchador de catch sin quererlo, llega a ser el chofer y la sombra de un Gardel oscuro y misterioso que, sin saberlo, le roba el amor de su amiga y confidente, la prostituta Ivonne. El libro narra la prolija serie de infortunios que constituye la vida de un pibe de 20 años, pobre, talentoso, enamorado de la música y embaucado en las argucias de los dueños del cabaret, hasta que, sobre el final, la tragedia musical da lugar a un policial negro. Juan Molina, enceguecido de pasión, se encuentra con el cadáver de Ivonne, salvajemente apuñalada.
El proceso, la reconstrucción de los hechos y la presencia de los rastros del Zorzal en el lugar de los hechos dejan entender por un momento que fue el mismo Gardel quien cometió el latrocinio. Pero la verdad llega al lector al mismo tiempo que a la mente de Juan Molina: al final. Fue el mismo Molina quien mató a Ivonne, arrebatado por el rencor y el despecho. Y todo lo que Molina no supo conseguir en el mundo real, por culpa de una mujer, va a conseguirlo en la cárcel, es decir: en el mundo sin mujeres.
Quizás por el efecto payada, quizás por la moral que emanan el personaje y su historia, Errante en la sombra debería ser incluida en el corpus de la literatura gauchesca. El malevo y el cafishio; el niño bien y la cocotte; París, Gardel, la trata de blancas y los cabarets de la avenida Corrientes; el conventillo en la Boca y el bulín de la calle Ayacucho; el padre golpeador y el representante chantún: ningún tópico se escapa a este relato que, por momentos, podría ser leído como una parodia de sí mismo.

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