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Domingo, 2 de mayo de 2004

Identidad y globalización

CUESTIONES DE IDENTIDAD CULTURAL
Stuart Hall y Paul du Gay (comps.)

Trad. Horacio Pons
Amorrortu
Buenos Aires, 2003
314 págs.

POR RUBÉN H. RIOS

De una u otra manera, estos estudios que componen una suerte de asedio inconcluso al tema de la identidad cultural traen una mala noticia: se ha derrumbado la noción de identidad. No sólo se ha caído como un artefacto moderno demasiado pesado para los tiempos que corren sino que, además, en la posmodernidad (o, si se prefiere, en el post-industrialismo), se desearía todo lo contrario. En este sentido, en la medida en que nos sentimos como sujetos perseguidos por las redes de poder, es una buena noticia. Ya nadie querría, en las sociedades liberales avanzadas, encontrarse atrapado en alguna identidad fácilmente localizable por las ingenierías sociales de control. Al deconstruirse eso que se llama “identidad” por medio de las distintas oleadas de teoría crítica, post-metafísica, estudios culturales o posmodernismo, estaríamos como ante un cadáver cultural que funciona por animación artificial.
Pero todo este prodigioso desorden discursivo y multidisciplinario, este rompedero de cabeza a veces un poco insustancial, sobre todo trae una mala noticia para el “yo” puesto a circular en los conglomerados sociales euro-norteamericanos o, incluso, en algunas zonas hiperurbanas del resto del planeta en conexión con los flujos financieros y tecnológicos de la globalización.
La mala noticia es que el “yo” de la modernidad, que se guardaba un resto para su intimidad, una dimensión de libertad interna y desapego ante las alienaciones del capitalismo, de la moral, de la sexualidad, finalmente, en la posmodernidad, se descubre como una ficción identitaria generada históricamente. Si la identidad de Occidente se ha construido a partir de establecer un “otro”, una diferencia irreductible, está claro que esta fundación mayor deja al sujeto isomorfo a ella en estado de desamparo y opacidad extremas con respecto a sí mismo y a su propia identidad cultural. Se diría, según esto, que un fantasma recorre el bloque euro-norteamericano: abrirse a las diferencias culturales hacia fuera y hacia dentro o encapsularse en los regímenes de homogeneización y sujeción. El problema encierra la paradoja de que los términos del dilema exigen renunciar por igual a la identidad como tal cuando en las sociedades liberales avanzadas ya nadie ambicionaría (por razones instrumentales o paranoicas) ninguna “identidad”.
El punto flojo de la compilación reside en el grado altamente especulativo de las intervenciones y en la combinatoria admirable y ociosa de aparatos críticos que, por regla general, no exceden el comentario de núcleos teóricos básicos del archivo filosófico de las últimas décadas (giro lingüístico, deconstrucción, biopoder, máquinas deseantes, desfallecimiento del sujeto, etcétera). Por esto mismo vale como muestra de la densidad y la complejidad, de la sofisticación y la suntuosidad, del embrollo enmarañado en que se debate el pensamiento contemporáneo. En estos artículos, ninguno (o casi ninguno) de los grandes héroes culturales de la modernidad tardía deja de nombrarse, citarse, recordarse, manipularse. Es como una gran batidora teórica donde se mezclan los más heterogéneos elementos, los problemas más arduos, sin que se obtenga –en la medida en que pertenecemos a esa estridente y vertiginosa cultura– mucho más que cierto raro cosquilleo.

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