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Domingo, 16 de mayo de 2004

RESEñA

El palestino errante

El legado de Edward W. Said
Saad Chedid (ed.)

Canaán
Buenos Aires, 2003
212 págs.

 Por Santiago Rial Ungaro

Para el Estado de Israel, el pueblo palestino, esté en el Líbano como refugiado, esté de un lado o el otro de la muralla, en Cisjordania o en Gaza es un “problema”, real o en potencia, pero un problema a erradicar de cualquier forma. Como sea. Difícil no encontrar entonces una conexión entre la política expansiva del Estado de Israel y el antiguo proyecto sionista de la Gran Israel (Eretz Yisrael) que, basado en la visión bíblica veterotestamentaria del Estado de Israel prevé la anexión del sur del Líbano, Siria, Occidente de Jordania y este de Egipto. La idea de realizar una “limpieza étnica” (y es por lo menos curioso que sean justamente los judíos los responsables de esta gesta, en la que ellos mismos usan terminologías propias de los nazis, como “solución”, “dispersión” y “concentración”) comenzaba a delinearse ya en ese entonces con Palestina, algo que, teniendo en cuenta el poderío de la milicia israelita y el descomunal apoyo que ésta recibe de Washington, parecería algo lamentablemente inevitable.
No para Edward Said. Nacido en Jerusalén el 1º de noviembre de 1935 y fallecido el 25 de septiembre del año pasado, este palestino errante nació en el seno de una familia anglicana que en 1948, al constituirse el Estado de Israel, debió emigrar por una resolución de las Naciones Unidas. Así anduvo con su familia por el Líbano y por Egipto, hasta que finalmente se instaló en América, donde realizó sus estudios universitarios como profesor de literatura comparada en la Universidad de Columbia. Ciudadano norteamericano, Said nunca negó su condición de palestino y de árabe, lo que le valió acusaciones de traición de todas partes. Miembro activo del CNP (Congreso Nacional Palestino), fue acusado por la Liga de Defensa Judía de nazis y, al igual que a su amigo Noam Chomsky, la extrema derecha norteamericana lo acusó de antioccidental y lo tildó de “profesor de terrorismo”. Mientras tanto, luego de renunciar al CNP criticando los acuerdos de Oslo, sus libros fueron prohibidos por Yasser Arafat en su propia patria nativa. Su cubículo universitario fue incendiado y las amenazas lo acompañaron, de un lado y del otro.
Editado por Saad Chedid, El legado de Edward Said consta de tres partes: un principio en el que, bordeando el panegírico, se refieren a él y a su legado Mahmud Darwish, el reverendo Dr. Michael Prior, Noam Chomsky, Nasser Aruri, Pedro de la Hoz, Luis Hernández Navarro, su hija Najla Said y el editor Saad Chedid. La segunda es una antología de textos de Said. La tercera, titulada “Palestina”, es otra antología ligada justamente a la causa que desveló a Said y cuenta con textos de Mahatma Gandhi (Said fue acercándose en sus últimos años s sus estrategias políticas), Hanna Arendt, Arnold Toynbee, Ibrahim Abu-Lughod, Heinz Dieterich, Gabriel García Márquez y otros que aportan distintos puntos de vista que a la vez confirman las tesis de Said. En ellas el crítico supo poner en evidencia el interjuego de la política, la cultura, la psicología y el arte. El raro equilibro que supo conseguir Said le permitió denunciar la pervivencia de prejuicios que justificaban (y siguen pretendiendo justificar) la opresión colonial, pero sin renunciar nunca a los logros de la cultura europea que el mismo Said, académico y erudito ilustre pero también dandy, melómano y músico diletante, supo encarnar.
Aunque los testimonios le den al libro ese valor “contrapuntístico” que Said tanto valoraba, es su propia voz la que mejor ha enunciado el hechode que la justificación para la empresa imperial estuvo siempre embebida en la imaginación de la cultura occidental durante la época del imperio. Durante su vida, en la que el activismo político jugó un rol ineludible, Said buscó desarrollar un programa desde la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) que emprendiera una educación política que preveía cierta clase de existencia comunitaria y multiétnica entre judíos, palestinos y cristianos. Said supo comprender y nos ayuda aún hoy a entender que la encrucijada palestina es un desafío para los propios judíos, para la desperdigada y bélica comunidad árabe en su totalidad, y para Occidente mismo. En estos días, en los que la Hoja de Ruta sobre la cuestión palestina (texto que en 2003 Said consideraba como un “documento fuera de contexto, aislado en su tiempo y su situación geográfica”) se ve nuevamente alterada con la decisión de Estados Unidos de avalar los asentamientos de colonos judíos en Gaza y Cisjordania (en violación de las resoluciones de la ONU 194, 242 y 338), el legado de Said, su obra crítica, no es sólo una utopía, sino que sigue siendo una alternativa a la vez que una evidencia de que si la verdadera comunidad humana es global, todas las culturas son interdependientes. Las murallas terminan cayendo, pero la Tierra sigue siendo redonda. Y negándoles sus derechos humanos a los palestinos, los estadounidenses y los judíos responsables de estos errores y horrores históricos están negándose a ellos mismos como personas. Y a sus hijos y sus nietos. El legado de Said no es sólo para el pueblo palestino, sino también para ellos.

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