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Domingo, 23 de mayo de 2004

ENTREVISTA CON LAURA RESTREPO

La Dama de las Letras

Recientemente designada directora del Instituto de Cultura y Turismo de la Ciudad de Bogotá, Laura Restrepo habló con Radarlibros sobre Delirio, novela con la que ganó la última entrega del Premio Alfaguara. Además, Restrepo habló sobre Colombia, el fantasma de Pablo Escobar y la percepción que de la violencia tenemos los latinoamericanos.

Por Jonathan Rovner

Cierto día, Laura Restrepo iba apurada e hizo algo que en muchas ciudades, dependiendo de la hora y el lugar, puede ser peligroso: paró un taxi en la calle y se subió. Cuando ya estaba a punto de bajarse, inquieta por la mirada persistente del conductor en el espejito, el hombre paró el auto y con absoluta galantería, le dijo: “No me diga que es usted nuestra Dama de las Letras”. Con esta anécdota, Restrepo nos describe Bogotá, la ciudad que la puso a cargo del Instituto de Cultura y Turismo, por decisión de Luis Lucho Garzón, el único alcalde de izquierda, en un país militarizado por las guerrillas y gobernado por la derecha. Laura enfrenta este nuevo desafío con mucho optimismo y un espíritu que intenta ponerse en las antípodas de la burocracia administrativa.
¿Hay más locura en Colombia que en otros países?
–Pienso que Colombia es uno de los países en los que la situación mundial se desquicia. Pero creo que la situación es común a todos los países de Occidente, con algunos escenarios en donde se muestra particularmente: Afganistán, Irak, Filipinas, Colombia y, hace un tiempo, Argentina. No creo que sea una locura particular, aunque tenga rasgos locales. Pienso que es la misma locura mundial que tiene escenarios particularmente críticos.
¿Y esta locura puede leerse como el revés de la trama del realismo mágico?
–Sí, es muy posible. Porque pienso que esta locura es un poco la explicación que el realismo mágico no da. Es tratar de buscar en ese desquiciamiento social y político, un telón de fondo para las actitudes y los motivos de los personajes.
¿Qué relación entabla con sus personajes?
–Tiene que ser de respeto, pero no siempre lo logro. El personaje en principio se te presenta un poco como un gusanito, una cosita amorfa, cruda, y tú lo inventas, lo manipulas, le pones un nombre, le das vuelta. Pero a medida que eso va cobrando estructura, pasa a ser vertebrado y te empieza a imponer una serie de pautas que si no las respetas te equivocas.
¿Intenta ser realista?
–Apunto a ser coherente. No me interesa mucho si lo que hago es o no un reflejo fiel de la realidad; me interesa la coherencia interna que pueda tener. En relación con Delirio, me interesa mucho más la vivencia, la convivencia de los seres normales con la perturbación mental. Pero, claro, también hice investigación en centros para perturbaciones mentales, hablé con personas que las padecen, con familiares de esas personas. Me interesaba mucho más ver la relación entre cordura y locura, la raya tenue que divide a las dos.
¿Existen en Colombia personajes como los de Delirio, son representativos de esa oligarquía en decadencia que la novela describe?
–En Colombia ciertas cosas son más evidentes que en otras parte. Esa oligarquía, en el libro, aparece vista de distintas maneras. Por ejemplo, el Midas McAllister, que es el trepador social, solo ve caricaturas de esa clase. Por eso es que siempre los ve con caballos de polo y con perros de raza. Para Agustina, en cambio, esa clase alta es mucho más una trama emocional que otra cosa. Y sí, claro, esa clase en sí es un actor en la novela, pero hay otro que es la clase media ilustrada, representada por Aguilar, que tiene su propia forma de perturbación, sus propias distorsiones en la manera de ver la realidad.
No obstante, es a través de McAllister que se percibe la Colombia de la que llegan noticias.
–Es que McAllister en el fondo es el único que entiende algo. Fíjate que Aguilar es el que investiga, el que está loco de amor, el que cree entender; Aguilar finalmente es muy poco lo que entiende. Agustina directamente no entiende sino de ella y de su propio proceso interior, además de otra época y de otro lugar. Agustina está muy desconectada.McAllister da en la clave. McAllister y Pablo, esa voz en off de Pablo Escobar, que suelta tremendas verdades desde allí atrás.
La novela presenta a Pablo Escobar como un ser fascinante. Y eso también tiene algo de aterrador, ¿no le parece?
–Claro, es que Pablo era un criminal como el mundo no ha conocido, con unos extremos de crueldad que yo creo que todavía no se han revelado. Un ser monstruoso, pero al mismo tiempo de una lucidez... No por nada esa persona sale de la nada y logra cumplir un papel en la historia. Pablo Escobar se salta por encima a los gringos, se salta por encima al capital financiero, se salta por encima los bancos suizos, se traga viva la clase dirigente colombiana, se traga vivo al ejército.
Ahora, después de tanto tiempo, la violencia, ¿no se ha naturalizado en la percepción de los colombianos?
–Claro, de allí el origen del libro. Yo estaba estudiando y en determinado momento me entró como una angustia. Pensé: debemos estar locos. No es posible, debemos estar loquísimos, además no nos lo decimos a nosotros mismos, tenemos una apariencia de normalidad miedosa, esto no puede ser. Yo pienso que sí, la novela muestra la idea de que la guerra está allí afuera, en la calle. Tú logras hacer el recorrido del día y ¡pum! te encierras en tu casa, cierras la puerta y tienes como la ilusión de que todo aquello se quedó afuera. Ese caos se quedó afuera. La novela es un intento de indagar puertas adentro. En esa casa tiene que estar presente también ese caos exterior.

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