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Domingo, 23 de mayo de 2004

RESEñA

Locas por la opera

LA CARRERA DEL LIBERTINO
Wystan Auden y Chester Kallman

Ed. Bilingüe
Trad. Mirta Rosemberg y Jaime Arrambide
Bajo la Luna
Buenos Aires, 2003
160 págs.

POR PABLO PÉREZ

Hacia finales de enero de 1939, Wystan Hugh Auden, considerado uno de los más grandes poetas de lengua inglesa, y su gran amigo, el novelista Cristopher Isherwood, llegan por barco a la ciudad de Nueva York. La “amistad gay” –tomo prestado el término del artículo de Raul Escari sobre el tema, aparecido recientemente en el primer número la revista Canecalón– entre ambos escritores es contada maravillosamente en la mejor novela de Isherwood, Cristopher y su gente, y podemos leer en su otra novela, My Guru an his Disciple, las predicciones que les hace una amiga a los recién llegados: Auden encontrará muy pronto una pareja, lo cual será un poco más difícil para Isherwood. Y así resulta: Isherwood, a quien todavía no le ha llegado su merecido reconocimiento, parte decepcionado a California en busca de “un empleo modesto y regular”, mientras que Auden, recibido como la celebridad que ya es a los treinta y un años, se queda en Nueva York donde, apenas instalado, comienza una tormentosa y apasionada relación con Chester Kallman, un joven de dieciocho años, fanático de la ópera, junto al que escribirá en colaboración varios libretos.
En 1945, Stravinsky le pide a Auden, por consejo de Aldous Huxley, que escriba un libreto, La carrera del libertino, basada en una serie de grabados (llamados así), realizados en 1730 por el artista inglés William Hogarth, cuyos itinerarios la trama recoge muy libremente.
Tom Rakewell (el libertino) no se casa con su novia provinciana Anne Trulove sino que, incitado por el perverso Nick Shadow, un Mefistófeles a la inglesa que se convertirá en su sirviente, parte a Londres en busca de dinero y placer. Después de recalar en tabernas y burdeles, Tom se casa, por interés, con Baba la Turca, una mujer barbuda: “–¿La deseas?/ –Tanto como a un ataque de gota o epilepsia/ –¿Te importaría deshonrarla?/ –En lo más mínimo/ –Entonces cásate con ella”. Los valores del cristianismo en conflicto con los vicios y tentaciones, y el tema del “hombre doble” que atraviesa esta obra escrita por encargo, son temas que también recorren la poesía de Auden, quien hace propias las palabras de Montaigne: “No se por qué, pero todos somos dobles, de modo tal que descreemos de lo que creemos, y no podemos librarnos de aquello que condenamos”.
También encontramos en La carrera del libertino reflexiones acerca del amor, el placer y lo bello: “Lo que a los ojos placer puede dar/ el joven lo tiene, el listo lo obtiene, el rico lo puede comprar,/ finge el envidioso no quererlo, mas lo quiere,/ y tiene un defecto fatal: que muere”.
El libreto de Auden y Kallman es, por su jerarquía poética, considerado como uno de los mejores en la historia del género, aunque algunos de los comentaristas que asistieron al estreno de La carrera del libertino en el teatro La Fenice de Venecia, el 11 de septiembre de 1951, la consideraron como el “certificado de defunción de la ópera”.
Benjamin Britten, compositor contemporáneo y archirrival de Stravinsky, que puso además música a varios textos de Auden –y, dicho sea de paso, trabajaba con su pareja de toda la vida, el tenor Peter Pears–, después del estreno le comentó a Stravinsky que de La carrera del libertino le había gustado todo, menos la música.

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