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Domingo, 30 de mayo de 2004

RESEñA

La revolución métrica

El metro del mundo
Denis Guedj

Trad. Consuelo Serra
Anagrama
Barcelona, 2004
330 págs.

POR LEONARDO MOLEDO

Cuentan que Napoleón decía que el Imperio podría pasar y ser olvidado, pero el sistema métrico decimal permanecería para siempre, como uno de los logros más concretos y perdurables de la Revolución Francesa. Quizás haya sido un poco exagerado, pero algo de eso hay: aunque el Imperio se esfumó en Waterloo, ninguno de los gobiernos abiertamente reaccionarios que conformaron la Santa Alianza y que gobernaron Europa con mano de hierro se atrevieron a derogarlo.
Lo cierto es que el sistema métrico no solamente tiene un contenido práctico esencial, sino que es básicamente ideológico. La Revolución se propuso terminar con la proliferación de medidas que parcelaban la nación francesa, y que eran un indudable resabio localista de siglos de fragmentación feudal y que se originaban, dicho sea de paso, en la propia institución real que los revolucionarios repudiaban y consideraban como la fuente de todos los males: la nación francesa, una e indivisible, no podía tener más que un solo sistema de pesos y medidas y, en cierto modo, era inevitable que la Revolución se metiera con la metrología, aunque los avatares del sistema métrico no fueron por cierto sencillos, especialmente durante una revolución que, además de enseñar al mundo cómo se hace historia, se debatía en conflictos permanentes (justamente en un momento en que cada tanto se le cortaba la cabeza a quienes ejecutaban los proyectos votados el día anterior).
El metro del mundo relata, precisamente, esas peripecias desde la discusión sobre qué se iba a tomar como base para inventar la nueva medida universal, hasta las dificultades para efectuar la medición del meridiano Dunkerke-Barcelona. Tomar como base la cien millonésima parte de un grado de meridiano basaba el no nacido metro en algo que tuviera autoridad, como la medición científica de las dimensiones de la Tierra, y lo dotaba de la universalidad que la Revolución pretendía para todas sus realizaciones. Al fin y al cabo, la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano se proclamó “para todos los hombres, para todas las naciones y para todos los tiempos”, aunque, notablemente, no incluía a las mujeres.
La idea de igualdad en las medidas era una vieja aspiración que acompaña a la de igualdad política y social, que aparece en los cuadernos de reclamos previos a los Estados Generales de 1789 (la fiebre igualitaria incluyó a la muerte: el 1º de diciembre de 1789 son abolidos los suplicios asociados a la pena de muerte, y la decapitación, hasta entonces sólo reservada a la nobleza, se instituyó como pena general; la horca, pena infamante, desaparece, y la guillotina hace su entrada triunfal). El autor lo dice bien claro: “Un día, en la extensión de los países y los siglos, a la filosofía le gustará contemplar al genio de las ciencias y de la humanidad, dar a las naciones la uniformidad de medidas, emblema de la igualdad y prenda de la fraternidad que debe unir a los hombres”.
En el libro, Guedj relata con lujo de detalles esta verdadera epopeya metrológica y sus dificultades (en 1788 había en Francia casi dos mil tipos diferentes de medidas de longitud), epopeya que se inicia casi desde los primeros días de la Revolución, con la formación de una comisión de la Academia de ciencias que debe preparar y proponer soluciones sobre la uniformidad de pesos y medidas, donde figuran nombres ilustres de la historia de la ciencia, como Coulomb, Laplace, Lavoisier, Méchain,Delambre, Condorcet. El 22 de agosto de 1790, Luis XVI promulga una ley votada antes por la Asamblea Nacional que instaura la reforma metrológica, que abarcará los pesos y medidas; el 11 de julio de 1792, al mismo tiempo que se proclama “la patria en peligro” –Francia está siendo invadida por los ejércitos coaligados contra ella– se propone también el nombre que habrá de tener la nueva unidad de medida: “metro”, derivado de meson, medida. El 1º de agosto, un mes después de arresto y ejecución de los girondinos y el comienzo de la dictadura de la Montaña (Danton, Hébert, Robespierre), se crea un “metro provisional”, una unidad de peso provisional, y un franco, que responderán al sistema decimal hasta que, finalmente, el 7 de abril de 1795, se vota la ley que instaura los nuevos pesos y medidas.
“No habrá más que un único patrón de pesos y medidas para toda Francia; éste será una regla de platino sobre la que trazará el metro que se ha adoptado como unidad fundamental de todo el sistema de medidas”.
Y Guedj da buena cuenta de todos estos avatares. El metro del mundo, publicado con la ayuda del Ministerio francés de Cultura y el Centro Nacional del libro (francés) no es la historia novelada del metro, sino un libro documental que mezcla con habilidad las vicisitudes de la creación del sistema métrico mezcladas con las vicisitudes de la Revolución Francesa; es aquí donde reside el truco que estructura el libro y que permite leerlo con placer.
Aunque no de un tirón, por cierto. Muchas veces el detalle, aunque necesario, resulta un tanto cansador y en ocasiones Guedj se pone un tanto rimbombante y pomposo; El metro del mundo es para que lean de a poco y guarden como libro de consulta aquellos a quienes les interesa la historia de la ciencia y la historia de humanidad. Acompañar con una picada que se pueda guardar.

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