libros

Domingo, 5 de mayo de 2002

ENTREVISTA

Detrás de todo gran hombre

Estuvo en Buenos Aires Siri Hustvedt, esposa de Paul Auster y escritora ella misma. En conversación con Radarlibros cuenta cómo es vivir con una estrella de la
literatura y cuál es su método de trabajo.

 Por Mariana Enriquez

Siri Hustvedt es alta, rubia y está casada con Paul Auster, de modo que suma varios puntos para que el resto de los mortales le profese una malsana envidia, que se desvanece al conocerla, porque es una mujer encantadora, amable y aparentemente inconsciente de su celebridad por carácter transitivo. Paul Auster y Siri Hustvedt forman una pareja como la de Jessica Lange y Sam Shepard, una unión de personas bellas, talentosas y exitosas. Pero ella prefiere minimizar a quienes hablan de una relación simbiótica o aseguran que Auster se convirtió en un gran escritor después de conocerla. “Paul siempre me da demasiado crédito, pero en realidad nuestra relación es muy sencilla. Por ejemplo, para su último libro Creía que mi padre era Dios le di la idea, pero fue tan sólo un comentario durante una cena; él hizo todo el trabajo. Es su forma de ser amable conmigo.”
Para explicar dónde nació, Hustvedt pone como ejemplo Fargo. Su pueblo natal de Minnesota, Northfield, un pueblo que inspiró su segunda y última novela, The Enchantment of Lily Dahl (traducido como Hechizo de una mujer), dice, es igual al de la película de los hermanos Coen. Hija de inmigrantes noruegos, estudió en la Universidad de Columbia y después de conocer a Auster en 1981 se mudó para siempre a Nueva York, con poco dinero y una valija llena de libros. Como toda neoyorquina, aún está conmocionada por el ataque a las Torres Gemelas. “Pasamos por un período de duelo, pero ahora estamos mejor. Pero sobre todo porque no hubo otro atentado, por ahora no vivimos en estado de guerra. La ciudad pudo entrar en un período de recuperación. Muchos creen que el ataque a las Torres Gemelas es uno de esos hechos que cambia el trabajo futuro de los escritores, pero para mí personalmente no es así. Es raro, pero desde muy joven fui consciente del horror, de los crímenes que se cometen contra la gente en nombre de varias ideologías. No sentí que el ataque haya cambiado mis sentimientos acerca del mundo.”
En sus libros es recurrente la aparición de lo siniestro.
–Es cierto. Siempre fue así para mí, desde chica. A diferencia de otros jóvenes, nunca sentí que viviría para siempre o que todo estaba bien. No sé por qué algunas personalidades son viejas. A Paul y a nuestra hija Sophie les pasa lo mismo: somos viejos desde chicos. No se relaciona con ningún evento traumático: de chica nunca vi algo espantoso, pero el legado de la Segunda Guerra Mundial fue siempre parte de mi familia; mi madre estuvo en Noruega durante la ocupación nazi y mi padre peleó en Asia, en las Filipinas, Nueva Guinea y Japón. En mi infancia soñaba que los nazis invadían mi casa atravesando el río. Integré esas sensaciones a mi alma muy temprano.
Su primera novela, La venda sobre los ojos, se publicó en 1990 y desde entonces no escribió más poesía, aunque hasta ese momento se la conocía como poeta. ¿En qué momento se decidió por la prosa?
–Cuando estaba en la universidad empecé a escribir una novela y después de dos páginas no sabía qué hacer: me parecía imposible sostener una narración tanto tiempo. Había estado escribiendo poesía espantosa desde la secundaria. Me parecía más manejable como forma literaria cuando era joven. Publiqué mi primer poema en el Paris Review a los 23 años. Después produje un montón de cosas que no me gustaron, y en un punto me trabé. No podía escribir ni una página. Tenía un profesor que también era poeta, David Shapiro, y él me aconsejó su propio método para estos casos: hacer escritura automática, con la mente en blanco, sin importar lo que saliera. Lo hice: escribí tres páginas que se transformaron en el poema en prosa central del libro Reading to you, “Squares”. Ese fue un click, nunca volví a escribir de esa forma ni volví dedicarme seriamente a la poesía. Pero lo terrible para mí de escribir una novela es que realmente no sé lo que estoy haciendo. Sé la historia perfectamente, de qué se va a tratar, los detalles, personajes, todo. Pero encontrar el modo de contarla es casi demasiado complicado para mí. El libro que acabo de terminar lo escribí entero, pero entero de verdad, desde una página en blanco, seis veces. Termino escribiendo el libro completo, el que va a ser editado, en los últimos ocho meses. Siempre igual: quinientas páginas de cero las veces que sean necesarias.
¿Es difícil estar casada con un escritor prolífico y famoso? ¿Existe competencia?
–No, soy una mujer de suerte. Gracias a Paul tengo el tiempo para dedicarme a escribir. Sin él sería profesora. Conocí a Paul cuando empezaba su carrera como prosista, él acababa de terminar La invención de la soledad. Me dio para leer algunos poemas y el libro. Quedé impresionada, pensé que era fenomenal. Y después pasamos por un período muy difícil porque diecisiete editores rechazaron Ciudad de cristal (de La Trilogía de Nueva York). No fue todo fácil: sufrimos mucho y vivimos mucho juntos. Soy una admiradora de su obra, y sobre todo de su capacidad de trabajo. ¡Escribe tanto! Y yo escribo tan poco. Nunca sentí competencia porque no puedo competir con él. Además, aunque nos comparan, creo que nuestra narrativa no es parecida: a mí me interesa mucho más que a él la feminidad, el erotismo, la minuciosidad en las relaciones sociales. Alguna vez dije que literariamente quizá vivimos en la misma ciudad, pero en distintas casas. Seguramente sería distinto si todo el mundo me ignorara y sólo se interesaran en él. Entonces sí me sentiría muy mal, como “la esposa de”. Pero no es así, me siento respetada. Tengo mi parte, que es justa: mis libros se publican, se traducen, se leen. Paul es también un gran lector y podemos compartir nuestro trabajo. El me muestra su trabajo mucho más de lo que yo le muestro el mío, porque soy muy desordenada. Hasta que tengo algo que se parece remotamente a un libro pueden pasar años. La novela que estoy a punto de publicar me llevó casi cinco. Cuando él me hace comentarios los tomo en cuenta, y Paul también respeta mi criterio. Nos tenemos confianza.

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