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Domingo, 22 de agosto de 2004

Parole, parole, parole

El artículo de Alejandro Katz, “Editar en Iberoamérica: obstáculos y perspectivas”, publicado el domingo 15 de agosto en Radarlibros, desencadenó una polémica a propósito de las imputaciones que allí se leían. En esta edición, Daniel Divinsky, editor de peso en el mundo de la edición independiente, le contesta a Katz.

por Daniel Divinsky

Leí con estupefacción el texto firmado por Alejandro Katz, “lúcido observador del mundo editorial”, según el enfático copete de la nota (es decir: actualmente no participante), publicado el domingo último en Radarlibros, y no puedo resistir el deseo de analizarlo.
Tras una introducción que el nunca bien ponderado gobernador Saadi calificaría de “pura cháchara”, pasa a las efectividades conducentes.
Y a partir de allí, cuestiono, en primer lugar, el uso de la primera persona del plural. A menos que se trate del plural mayestático que usa el Papa (no creo que Katz crea serlo, ni que esté habilitado para ello). No siento que me aludan las imputaciones denigrantes contenidas en buena parte del artículo. Su autor denota estar reconociendo las taras que menciona en nombre y representación de todos los editores latinoamericanos. Eso sí, dejando aparentemente a salvo a los españoles: el único Estado bobo es el latinoamericano cuando compra libros, y no el español, que paga millones de dólares por obtener una condecoración para su Presidente de Gobierno.
Nunca, en mi larga carrera como editor pagué una “compensación personal” a funcionario alguno para estimular la compra estatal de los libros que edito: en ningún caso en el que se compraron títulos del fondo editorial de Ediciones de la Flor en los años posteriores a la reinstauración de la democracia se nos solicitó, ni ofrecimos, ninguna dádiva (antes de la última dictadura militar, y durante ésta, no se nos compró libro alguno). Presumo que muchos colegas podrían dar testimonio de lo mismo. Esto no implica sostener ingenuamente la incorruptibilidad de todos los funcionarios, pero sí dejar a salvo al menos a algunos de ellos, y no caer en el estereotipo y el prejuicio.
También es un disparate su rotunda afirmación acerca de que las perspectivas de la industria editorial en el continente “no parecen ser prometedoras” al igual que “el futuro de Iberoamérica”, imputando ese apocalíptico destino a la voluntad de “la mayoría de quienes allí actuamos como editores”. A menos que se funde en la actitud de algún ignorado grupo de editores masoquistas o en alguna actividad editorial suya actual, que no me consta.
Siempre se dijo que la autodenigración era característica de ciertas etnias. Esta autodenigración de los editores latinoamericanos en la que incurre Katz, sin mandato alguno de aquellos a quienes incluye, parece responder a la voluntad de excluirse: el que “señala” sería diferente.
¿Tendrá su motivación que ver con el foro en el que leyó su ponencia? Porque si es así estaría intentando agregar una línea de concepto a su currículum: “Yo soy diferente, porque denuncio”. Sería explicable, sin duda, si se tratara de una necesidad de inserción laboral, pero ni siquiera eso legitima la generalización.
A la misma orientación parece responder su inexplicado “cambio de opinión”, que “es un problema” (naturalmente para Katz, que no aclara sus razones). Recordemos. Dice que en su opinión “a la hora de intentar comprender los obstáculos que enfrenta la edición en América latina, no debe ponerse en primera línea ni el problema de la concentración, ni el origen del capital” (aclara hidalgamente que “hace algunos años” no pensaba igual).
¿De qué estamos hablando, Alejandro? La ocupación del espacio librero, la absorción de buenos escritores latinoamericanos –que en teoría están en contra de la concentración editorial pero que firman agradecidos contratos que les brindan suculentos anticipos–, la promoción de ventas con inversiones publicitarias que carecen de toda relación con los méritos del título que se promueve, ¿no están relacionados con la concentración? Los contenidos y autores que se difunden más intensamente, ¿no están relacionados con el origen del capital? Por favor, que me devuelvan la plata de la entrada: como dice Fontanarrosa, el mundo ha vivido equivocado. Felizmente alguien viene a esclarecernos.
Pero intenta confundirnos con el concepto de “comoditización”, porque allí se olvida de la invasión del mercado argentino, por ejemplo, con saldos de libros españoles que se vendían casi por kilo en la época del peso falso, que a esos efectos valía un dólar. Y nos vuelve a confundir con la mala utilización del concepto de “anomia sectorial”. No vayamos a Durkheim porque se hizo tarde, pero el mundo editorial español hoy, ¿es un ejemplo de sistema de valores claro?
Un hermoso libro de Aldo Pellegrini (editor él mismo) se llama Para contribuir a la confusión general. Hubiera sido un buen título para el artículo que comento. Por suerte para Alejandro, esa contribución todavía no es delito.

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