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Domingo, 29 de agosto de 2004

La vulgata griega

El camino de los griegos
Edith Hamilton

Trad. Juan José Utrilla
Fondo de Cultura Económica
Madrid, 2003
328 págs.

Por Martín Paz

La publicación de El camino de los griegos de Edith Hamilton en 1930 no pasó inadvertida. Al formidable éxito de público que lo convirtió en un best-seller inmediato se le opuso una no menos formidable resistencia de la crítica erudita. Es cierto que Hamilton desestimó los requisitos del género académico: las notas de la obra son escasas, algunas hipótesis inconsistentes y sus afirmaciones demasiado audaces. Sin embargo, el estilo impecable y la claridad de la exposición le dieron un lugar privilegiado en ese género que los anglosajones desarrollan como nadie: la divulgación culta.
Hamilton aprendió griego y latín con su padre, cuando todavía era una niña. Al término de sus estudios secundarios en 1899 se trasladó a Alemania, donde se convirtió en la primera mujer en ser admitida en las universidades de Munich y Leipzig. Después de tres décadas como profesora de lenguas clásicas, comenzó a escribir para llenar las horas de ocio con las que contaba luego de jubilarse y publicó El camino de los griegos, la primera de una larga lista de obras, a los 63 años.
Las radicales diferencias entre el espíritu y el pensamiento de Oriente y Occidente aparecen ya en los capítulos iniciales como una de las antítesis en las que se apoya la obra. Occidente es el territorio de la razón, del pensamiento lógico y de la libertad. Oriente es el lugar de lo irracional, la superstición y la esclavitud. La desvalorización de la civilización oriental era por aquellos tiempos una especie de moda intelectual. Dentro de este esquema simplificador la religión desempeña un rol decisivo y los aparatos de la institución religiosa asfixian cualquier posibilidad de creación individual y busca del conocimiento. Por lo tanto, en la hipótesis de Hamilton se entreve que la aparición de la civilización griega fue un milagro en medio de un desierto de religiosidad embrutecedora.
Si bien Hamilton se cuida de rescatar el sentimiento religioso como positivo, el texto tiene un tono anticlerical ecuménico que, sin dudas, influyó en la recepción hostil de parte de la crítica. Su formación temprana y su oficio para contar la historia se manifiestan en las dos virtudes principales del texto: el eximio manejo del corpus literario griego y la fluidez de la narración. En este sentido, los autores de la historia literaria griega son presentados por medio de citas, de gran belleza y eficacia que, a su vez, forman una especie de mapa de la obra. Temas como la democracia, la religión, la aristocracia o la esclavitud son tratados siguiendo el modelo didáctico secular que alterna el ejemplo particular o la confrontación de episodios con los conceptos generales. La inclusión de anécdotas apócrifas pertenecientes a la tradición oral le da a la narración un tono de dulce anacronismo que jerarquiza el estilo ágil por sobre el rigor de los textos especializados. La proyección de los autores griegos, especialmente en la literatura inglesa, es otra de las formas de acercamiento al lector contemporáneo. Los ecos aristocráticos de Píndaro en Kipling, las vulgaridades exquisitas de Aristófanes en las comedias victorianas de William S. Gilbert y la omnipresencia de la tragedia griega en Shakespeare son sólo algunas de las influencias señaladas. También se destacan los capítulos destinados a Heródoto y Jenofonte que completan el escenario de la literatura griega. Hamilton pudo pisar efectivamente el camino de los griegos por primera vez en 1957, a los 90 años, cuando visitó Atenas invitada por el alcalde de la ciudad. En esa ocasión se representó en el Teatro de Herodes Atico su versión al inglés del Prometeo encadenado de Esquilo y se la designó ciudadana honoraria de la ciudad. Ese momento fue para la escritora el más importante de su vida y no es para menos. A setenta años de la edición original, El camino de los griegos probablemente siga sin conformar las exigencias de los especialistas. Sin embargo, el placer de su lectura y su validez como clásico del género se mantienen vigentes.

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