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Domingo, 5 de septiembre de 2004

Epocalipsis

Pensar entre épocas. Memoria, sujetos y crítica intelectual.
Nicolás Casullo

Norma
Buenos Aires.
295 páginas

Por Gabriel D. Lerman

Ensayista y novelista, investigador afincado en la teoría cultural, la filosofía, el saber estético y la historia de las ideas políticas, Nicolás Casullo ha resurgido en el magro y, una vez más, faccionalizado y roto debate intelectual con su obra Pensar entre épocas. Compuesto por siete capítulos-ensayos autónomos, amplios y luminosos, Casullo reorganiza una gran biografía cultural y política del último tercio del siglo XX. El libro pone en escena, como a un doble, al intelectual que lee, explora, recorre el propio recorrido, que es a la vez personal y de una generación. Haz de miradas, de trajines, de riesgos y rupturas acaecidas: un trabajo de largo aliento que se abre con la crítica de las vanguardias revolucionarias, la primera de las dos épocas aludidas –ahora mareas extinguidas, fondo de la encrucijada nacional–, y de a poco se interna en la brutalidad de un presente complejo que prolonga y expande interrogantes, una suerte de otra época para volver a pensar.
Pensamiento que se tuerce y pervive en lo que hay de latinoamericano y de europeo en lo argentino, la escritura de Casullo expone, explicita conceptos, y no pontifica. Imagina ficcionalmente en lo que el ensayo ofrece, ahora y más que nunca, para decir sobre la cultura y la política. Opera como un estiletazo en el fragor duro y cotidiano de una barbarie que desenlaza y fulmina ya no instituciones sino el primordial entendimiento acerca del sentido de la existencia misma de las instituciones.
Reflexión sobre la crítica, repaso histórico sobre la paradójica productividad del exilio, Pensar entre épocas es a la vez debate y proposición sobre las formas mismas que el debate exige. Por fortuna, el término intelectual reclama para Casullo una amplitud de registros que va de la prosa dramática a la crónica urbana, del espacio académico al pensamiento filosófico. Se trata de un pensamiento que no reclama la invitación a espacios mediáticos en el rubro “expertos” u “opinadores”, sino que, ante todo, pide ser leído contra quienes ahora vociferan en la cubierta del barco, escena tormentosa a la carta, acerca de tal piquete o tal secuestro.
De este modo, los apartados “Catástrofes, mitos y figuras argentinas” y “La pregunta por el peronismo”, se convierten en documentos insoslayables para pensar lo que todavía pretende llamarse política en nuestro país. A diferencia de muchos intelectuales de su generación, Casullo rejuvenece en el repertorio, en las resonancias bibliográficas, en las narrativas y los horizontes que plantea. Se renueva pero no para reciclar ni para liquidar arteramente aquel pasado, no para expurgar ni ventilar los tufos de la derrota, no para postmodernizarse en el sentido ligero que alguna izquierda troglodita señalaría, no para academizarse en lo mullido del paper, sino para meter la cabeza y el cuerpo en las versiones y los dolores de estas playas. Casullo despabila, gana en lucidez. “Hay escenas cuyo sentido todavía escapa a las leyes simples de los discursos más afiatados, a los campos de las prácticas analíticas, a las rutinizaciones teóricas: como si escondiesen no su vigencia o su muerte, no su regreso problemático o su olvido, sino más bien una iluminación que no llega aún a los desvelos del campo intelectual”, escribe.
Pensar entre épocas avanza en una profunda comprensión cultural del colapso político argentino. El presente irrumpe perturbador, y el libro se impone una tarea titánica en el marco de la provisoriedad argentina, de la endeblez. La pregunta por el peronismo es la comprobación casi remanida deuna catástrofe, la del grotesco final de su historia política pero también es la vuelta del peronismo después de la peor pesadilla, y es un sueño que se repite, una agonía, un fantasma que agita las aguas del río y hasta parece lo único que el río contiene. “Después de Luder `candidato de lujo’ –escribe Casullo–, del herminismo, la renovación modernizante de Menem, Cafiero, Manzano y Grosso, el menemismo con Dromi, María Julia y Cavallo, el fracaso frepasista, un alumno de esos que se sientan al fondo del curso de historia política a punto de concluir el cuatrimestre, levantó la mano y dijo: `Perdón, yo soy peronista de los setenta. ¿Se acuerdan?’”
El peronismo abre otra línea, examina un filón sepultado de su propia historia, y arroja una nueva versión en medio del marasmo. Bien como comienzo, parece leer Casullo, como rescate de deseos colectivos refrenados, incluso masacrados. Y en este plano, el peronismo tal vez sea uno más de los relatos, no el único. Y su mejor sombra se proyectará en la medida en que se lo considere “memoria nacional ya sin dueño partidario”. Pero no menos cierto es –podemos concluir con Casullo– que nos embarga otra época que nos intima a volver a empezar: volver a pensar y a hacer la historia.

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