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Domingo, 12 de septiembre de 2004

ENTREVISTAS - EL DIRECTOR DE LA BIBLIOTECA DE ALEJANDRíA DE PASO POR BUENOS AIRES

Donde hubo fuego

Era vicepresidente del Banco Mundial cuando lo llamaron para ocupar el cargo que hace siglos ocuparon Zenódoto y Eratóstenes: director de la Biblioteca de Alejandría. Sorprendentemente, aceptó. De paso por Buenos Aires para el 70º Congreso de Bibliotecas e Información, Ismail Serageldin habló con Radarlibros de cómo es llevar adelante un proyecto cultural de envergadura internacional y prestigio histórico en un país pobre, refuta la vieja leyenda que culpa a los árabes del incendio de la Biblioteca original, cuenta el proyecto de una biblioteca virtual y explica en qué se parece el arte al genoma humano.

Por Martín Paz

La realización en Buenos Aires del 70º Congreso de Bibliotecas e Información organizado por IFLA, la entidad internacional que reúne las bibliotecas del mundo, transformó por algunos días ciertos recorridos de la ciudad. En camino al Hotel Hilton, sede principal del evento, ya era posible cruzarse con pequeños grupos de visitantes japoneses cargando sus costosas filmadoras digitales camino a un safari turístico de final incierto. En los bancos y plazoletas de los alrededores, rozagantes bibliotecarias boreales yacían intentando capturar los escuálidos rayos del sol de agosto. Ya en el hotel, la condición de evento internacional provocaba un impacto inmediato. De los distintos aspectos que presentaba la avanzada cosmopolita, el salón de exhibiciones del segundo subsuelo era el más llamativo. Los stands de las bibliotecas nacionales se alternaban con los de lujosas librerías de antigüedades de Londres o Boston o de empresas de servicios bibliotecológicos de todo tipo, informáticos, de conservación, de seguridad, atendidos por cordiales salesmen. El clima de relajada prosperidad se alteraba ocasionalmente por la avidez de algunos visitantes locales que, en su voracidad recolectora, no discriminaban entre lapiceras de plástico, pins de quién sabe qué institución, estrellitas luminosas que no desentonarían en un cierre de campaña norteamericano y bolsas de la Biblioteca Nacional de Corea. El congreso, que por primera vez se llevó a cabo en Sudamérica, convocó a miles de participantes de todo el mundo, distribuidos en más de ciento cincuenta conferencias, paneles y mesas de debate. Una de las personalidades que asistió al encuentro fue Ismail Serageldin, actual director de la Biblioteca de Alejandría, quien estuvo a cargo de una de las sesiones plenarias. El egipcio cuenta con un curriculum levemente impresionante y al momento de ser convocado para ocupar el puesto de Zenódoto y Eratóstenes se desempeñaba como vicepresidente del Banco Mundial.

El pasado
La tradición occidental adjudicó la responsabilidad de la destrucción de la antigua Biblioteca de Alejandría a las tropas árabes que, al mando del general Amrú ibn-al-As, invadieron Egipto en el año 641. El militar no supo qué hacer ante la impresionante colección de rollos y acudió en busca de consejo al califa Omar. La respuesta que aconsejaba la hoguera aún ejerce la fascinación del hongo atómico: “Si los libros contradicen las enseñanzas del profeta, son perversos; si están de acuerdo con las enseñanzas del Corán, son innecesarios”. Serageldin desecha la versión folklórica e intenta una explicación para su larga difusión: “Esa versión aparece en la literatura recién a partir del siglo XII, pero la evidencia histórica está en contra de esto. En primer lugar, ningún cronista de la invasión de Egipto la menciona en quinientos años. En segundo lugar, tenemos testimonios de viajeros muy importantes del siglo V, como el de Paulo Orosio, el primer historiador cristiano que llegó en el 415 d. C., quien declaró que de las dos maravillas de Alejandría, el Faro y la Biblioteca, sólo quedaba el primero mientras que la segunda tristemente había sido quemada por “nosotros”. Estamos hablando de 126 años después de la destrucción del Serapeión por parte del obispo Teófilo. La del califa Omar es una linda historia, pero no sólo no hay ninguna evidencia de que haya ocurrido alguna vez sino que va en contra de lo que los árabes han hecho en todos los territorios que han conquistado: jamás quemaron libros. Por el contrario, los tradujeron al árabe y escribieron críticas y exégesis. La historia aparece en el siglo XII: éste fue el período en el que Saladino estaba luchando en la Tercera Cruzada con Ricardo Corazón de León y, para financiar la campaña militar, debió vender todos los tesoros a su alcance, incluida su biblioteca. Un grupo de personas que sostienen que el califa Omar habría ordenado quemar laBiblioteca piensan que esto sería menos importante que su venta para financiar una guerra, pero esto es una especulación de mi parte”.
La tradición relata que cada barco que llegaba al puerto de Alejandría era requisado en busca de libros de los que se hacía una copia y se devolvía el original. Serageldin se lamenta de no poder emplear el mismo método: “Ya quisiera yo tener los recursos que tenía Ptolomeo, quien pagó enormes sumas por la biblioteca de Aristóteles o para conseguir todos los manuscritos en el mundo. Es cierto que también usó la fuerza. De todas maneras, me parece algo bastante benévolo eso de buscar libros, copiarlos y devolver los originales, aunque en este último punto tenga mis dudas. Está documentado que había cientos de escribas para hacer las copias y me parece fantástico que existiera un líder que usara su poder para copiar libros.” Los tiempos han cambiado mucho y el director de la Biblioteca recurre a la solidaridad mundial: “Actualmente somos un pequeño país que necesitamos que nuestros amigos nos regalen libros. Me tengo que arreglar con regalos, ya que tengo un presupuesto de poco menos de un millón de dólares para compras y suscripciones”.

El libro de silicio
Los alejandrinos estaban orgullosos de poseer una copia de cada una de las obras existentes del conocimiento universal. Una idea muy romántica que intenta reencarnarse en el proyecto de biblioteca electrónica, donde todo el material alguna vez impreso esté disponible con sólo apretar una tecla: “La idea es construir consorcios ya que no hay ninguna biblioteca que lo pueda hacer sola, ni siquiera la Biblioteca del Congreso de Washington. El sueño romántico podría ser concebible para el 2030. Es un proyecto ambicioso, pero pensemos que, si en 1980 se les hubiera preguntado a los economistas de dónde provendría la fortuna del hombre más rico del mundo hacia el final del milenio, nadie hubiera imaginado que de la fabricación de programas de computación. En el futuro, el obstáculo será en qué medida las diferentes culturas participarán de este esfuerzo colectivo”. Románticos y democráticos, los medios electrónicos parecen ser los nuevos benefactores de los sectores de menos recursos. Sin embargo, el bibliotecario explica cómo será el funcionamiento de esta idea: “Sin duda va a facilitar en gran medida el acceso a la información, cuando se una a los nuevos modelos de negocios. Se podrá buscar en una pantalla el libro y la forma de pago. Luego la máquina imprimirá el libroy lo entregará armado. El dinero se repartirá entre el autor, la editorial, el diseñador de la máquina, en una fórmula que se acuerde de antemano. Este sistema va a ser general, pero probablemente todavía tarde diez o quince años. Sin embargo, veo algunas complicaciones: el acceso a las computadoras entre países pobres y ricos es muy desigual: en el 2001 la cantidad de computadoras por habitante era de 1800 cada 10.000 habitantes en Estados Unidos contra 1 cada la misma cantidad de habitantes en Africa. En Egipto, si yo quiero ampliar el ancho de banda, las compañías norteamericanas me cobran diez veces más de lo que cobran por el mismo servicio en su país. El costo de esa conexión es equivalente al salario de 400 a 500 graduados universitarios”.
Las tensiones sociales y religiosas de un país como Egipto no son irrelevantes al momento de pensar y realizar un proyecto internacional y de la envergadura del de la Biblioteca. Una vez más la mirada occidental choca con las previsiones de Seragendín: “La Biblioteca corría el riesgo de ser vista como un lujo, algo para el resto del mundo pero no para nosotros. Diseñé un perfil de biblioteca que incluya a la mayoría de los intelectuales de Egipto y los organicé en comités que trabajan en forma regular como consultores. De este modo, ellos sienten que son dueños del proyecto. La misma idea de inclusión la apliqué a la universidad, que está separada del frente vidriado de la Biblioteca tan sólo por una calle. Como resultado hemos tenido manifestaciones masivas por parte de la universidadcontra la guerra de Irak, por la situación en Palestina, contra la suba de los precios, y a nadie se le ocurrió tirar una sola piedra”.
La disquisición falaz entre si debemos atender a la cultura en países con necesidades básicas insatisfechas tiene para el director de la Biblioteca de Alejandría una explicación genética: “Si comparamos el ADN de un ser humano con el de un chimpancé, hay una diferencia de menos del 2 por ciento. Ese porcentaje es el que hizo nuestra historia, nuestro arte, nuestra poesía, ciencia y tecnología. Y creo que los centros de excelencia que funcionan en el sistema de educación de un país son los que hacen la diferencia tal como ese 2 por ciento del genoma humano. Es el lugar donde se desarrollan los talentos de un país. Que no necesitan emigrar para ser reconocidos o para progresar. Vale el ejemplo de la India, un país más pobre que Egipto, que aplicando este principio ha mantenido instituciones de nivel mundial en informática y tecnología”.

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