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Domingo, 31 de octubre de 2004

GUEBEL Y LA VIOLENCIA POLíTICA EN CLAVE DE FARSA.

No velas a tus muertos

La vida por Perón
Daniel Guebel
Emecé
Buenos Aires, 2004
191 páginas

POR MARTIN DE AMBROSIO

El comercio con muertos ilustres ha sido una de la variables más grotescas de la política argentina. Ahí está el derrotero de Evita embalsamada, la profanación de la tumba de Perón (¿alguien tendrá esas manos ilustres?), el regreso de Rosas entre cuatro maderas, la proyectada peregrinación con los restos de Perón desde Chacarita hasta San Vicente. Semejante realidad –que descolocaría a más de un surrealista– en la que se busca que los muertos sigan hablando, es más que propicia para la comedia. Si, además, se agregan al menú una juventud enfervorizada por la revolución –muchas veces anteponiendo la revolución a la inteligencia–, mezclada con las clases populares peronistas “realmente existentes” –a las que no les interesaba mayormente la revolución–, tenemos todos los ingredientes servidos para la farsa.
De eso se vale Guebel en esta novela para elaborar un cuadro del hipercostumbrismo argentino, contraponiendo con éxito las estéticas de los peronistas de barrio y de los peronistas revolucionarios. Cuando se lee La vida por Perón, el lector tiene la sensación de estar ante la versión politizada de Esperando la carroza (algo que no sorprende, ya que la novela se originó del guión que Guebel escribió con Luis Ziembrowski para la película homónima de Sergio Belloti a estrenarse próximamente). Si bien puede reprochársele al autor que los personajes son muchas veces arquetípicos o directamente caricaturas, no por eso el mejunje deja de ser efectivo. La trama es más o menos así: el mismo día de la muerte del General, un perejil (Alfredo) de un grupo revolucionario peronista descubre que también su padre murió. De pronto, mientras se acercan amigos del difunto y por televisión se ven las imágenes del otro velatorio (el de Perón), Alfredo advierte que sus recientes compañeros le van copando el duelo con siniestras (y, desde luego, también tanáticas) intenciones. Cuando descubre la operación, trata de detenerla pero los compañeros armados lo increpan con frases como “un revolucionario no puede anteponer sus preocupaciones personales al destino de la patria” y por el estilo, a la vez que se ve avanzado por la líder (“¿A vos te excita la muerte? A mí me calienta muchísimo. A mí me calienta la Revolución”).
En medio de esa velada, uno de los militantes relata un insólito encuentro con Perón en Puerta de Hierro, esa carta que un buen peronista de la resistencia debía mostrar como aval de verdadero peronismo. Y así hasta que el final se desata con una serie de revelaciones, que si bien pueden parecer exageradas, son bastante más razonables y contenidas en su euforia que otros pasajes delirantes de anteriores novelas del propio Guebel (como la fantasía pseudo científica de El perseguido, los excesos de El terrorista, o el hermetismo de Los elementales, la obra más celebrada del autor). Y que, como queda dicho, apenas si alcanzan a empatar con la “realidad” de entonces. De cualquier modo, queda claro que en la elección de un punto de vista Guebel prefiere al ingenuo Alfredo antes que a los militantes de los ‘70, quienes son tratados casi como imbéciles que no pueden ver más allá de sus propósitos.
En síntesis: una comedia que puede leerse con fruición pese a su inocultable maniqueísmo.

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