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Domingo, 7 de noviembre de 2004

LA NOCHE DEL ORáCULO
PAUL AUSTER
EDITORIAL ANAGRAMA
258 PáGINAS

Sobre la austeridad

Con las fórmulas consabidas (muchos escritores refinados, Nueva York como escenario y mujeres sensibles) pero sin
sorpresas, Paul Auster entrega una novela eficaz pero repetitiva.

Por Sergio S. Olguín
Existe un universo Paul Auster fácilmente reconocible: personajes intelectuales como protagonistas, una aplicación técnica muy personal de la novela negra, una gran atracción por las paradojas, el azar visto borgeanamente como un universo de leyes secretas, reflexiones que recuerdan a escritores centroeuropeos, el mundo pesadillesco de Kafka convertido en obsesiones menos intrigantes y una prosa límpida, muy agradable.
Si de algo no se lo puede acusar a Paul Auster es de que se haya alejado de ese universo en su última novela, La noche del oráculo. Un resumen del argumento puede dar cuenta de esto: el protagonista es Sid Orr, un escritor joven no muy conocido que se recupera de un accidente que casi lo mata. Su esposa, Grace, como el nombre lo indica, es todo gracia: bella, sensible, inteligente, levemente misteriosa, una diseñadora gráfica con un gran sentido del arte. Su mejor amigo es otro escritor, aunque éste es cincuentón y consagrado. Sid comienza a escribir una historia sobre un editor que se cruza con una mujer bella, sensible, culta y levemente misteriosa que le trae un original de su abuela, una escritora célebre de otros tiempos. Auster salta de la historia de Sid a la historia escrita por Sid y así seguimos al editor escapándose de la rutina neoyorquina yendo a Texas. Ahí se cruza con el único taxista que no escucha Radio Diez (o su equivalente texano) y que, en cambio, tiene como proyecto salvar la memoria de los pueblos catalogando guías telefónicas.
Sid, a su vez, se cruza con un chino misterioso, también muy culto pero algo pirado, que le vende un cuaderno portugués (“tierra de Pessoa”, nos recordará más adelante el personaje), de color azul. A Sid el azul le parece un color relacionado con la tristeza. Tal vez por eso la historias que escribirá en ese cuaderno (que parece tener poderes mágicos) son algo tristes. Su amigo escritor vivió en Portugal y también usa los mismos cuadernos. Más adelante, Sid descubrirá que no es lo único que tienen en común.
La novela incluye referencias al pintor favorito de Beckett, a Hammett y a Wells (le encargan un guión basado en La máquina del tiempo, obra muy menor según Sid). Hay reflexiones sobre el amor, el deseo, el destino. Las ideas de Auster no son originales, pero las dice de manera muy conveniente. Jamás quita los pies del plato. Habla mal del aborto, del sexo con prostitutas y bien del Manual de Drogadictos Anónimos y de la comida de Balducci’s.
La estructura de La noche del oráculo intenta poseer cierta complejidad que no es tal: historias dentro de historias que cuentan otras historias y que se relacionan como espejos enfrentados, por un lado; y por otro, notas al pie que no establecen una tensión con el texto principal sino que simplemente lo complementan, algo que lleva a preguntarse por qué no incluyó estos párrafos dentro de la historia principal.
Los fanáticos de Auster se van a encontrar cómodos nadando en este universo reconocible. Pero aquellos que buscan que una novela entregue algo más que un recorrido agradable por Nueva York, algo más que protagonistas bien intencionados y personajes secundarios malignos, algo más que una prosa correcta, van a sentir que La noche del oráculo está lejos de satisfacerlos.
Auster ha conseguido convencer a todos de sus bondades literarias. Obviamente, las tiene. Basta leer La trilogía de Nueva York o El país de las últimas cosas para confirmarlo. Pero Auster hace lo mismo que autoresde best-seller como John Grisham o Tom Clancy: congelan la prosa y el pensamiento para dar a sus lectores lo que esperan de ellos. Nada de sorpresas. Acá no hay abogados como en Grisham, ni descripciones de misiles como en Clancy. Pero hay cultura, mucha cultura, reflexiones atinadas, mujeres bellas (pero inteligentes), un mundo difícil al que se sobrevive evitando la vulgaridad. Y escritores. Escritores como Auster, no autores mercantiles. Es una fórmula con la que Auster vende, se vende y críticos y lectores compran como quien consume productos de free-shop.
Los últimos libros de Paul Auster se parecen cada vez más a los menúes Premium de McDonald’s: se disfrazan de alta cocina europea, pero siguen siendo la típica comida chatarra norteamericana. Aunque para hacerle justicia habría que decir que La noche del oráculo se asemeja más bien a los combos que uno elige cuando está con ataque de hígado o con culpa por la postergada dieta: ensaladas del Chef y agua mineral sin gas. Comida insípida, sabores artificiales y ni una sola burbujita de alegría.

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