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Domingo, 14 de noviembre de 2004

EL MISTERIO DE XUL SOLAR YA TIENE SU BIOGRAFíA.

La leyenda continúa

Xul Solar, pintor del misterio
Alvaro Abós
Sudamericana
283 páginas

 Por Rubén H. Ríos

El 9 de abril de 1963, en una pequeña isla del delta del Tigre, con un rosario entre sus manos, muere quizá la más extraña y original personalidad de la cultura argentina del siglo XX. Miembro de la generación martinfierrista, amigo de Borges y de Marechal, de Macedonio y de Girondo, ocultista y astrólogo, inventor del neocriollo y de la panlengua (entre otros inventos no menos sorprendentes, como el panajedrez), notable pintor, Oscar Agustín Alejandro Schulz Solari logró convertirse en una leyenda bajo el nombre de Xul Solar. A esto contribuyó sin duda el astrólogo Schultze del Adán Buenosayres (1948), inspirado en él, como las anécdotas borgeanas, pero también su obra pictórica cargada de atmósferas y símbolos misteriosos. La biografía de Alvaro Abós, la primera que se le dedica, ahonda un poco más en esa relación entre lo oculto (o lo invisible) y el arte que definen la vida y la estética de un artista al que, por muchos motivos, sería difícil reducir simplemente a epígono de Kandinsky o Klee.
Si bien la formación de Xul Solar se hace en la Europa de las vanguardias, junto a Emilio Pettoruti, es imposible separarla (y en esto Abós es implacable) de sus búsquedas espirituales y ocultistas, y sin embargo, cometeríamos un error al creer que el ocultismo determina el arte de Xul Solar; si éste se parece a algún pintor habría que nombrar –como sugiere Abós– a Hans Reichel, a quien conoció en Munich, el artista que Henry Miller elogia en El ojo cosmológico como un ejemplo del poder de la experiencia artística para expresar el misterio y las sombras del mundo. A esta estirpe pertenece el sutil acuarelista que en 1924, de regreso del viaje europeo, expone casi en secreto en Buenos Aires.
Hasta el fin de su vida, Xul Solar no deja de pintar (tampoco de inventar o de “reformar” como dice Borges) ni de internarse en los saberes esotéricos. En 1929 se integra como instructor en la Logia Keppler de la Orden Rosacruz de la Argentina y comienza su tarea de divulgador erudito sobre astrología, Cábala, la Biblia, los textos sagrados orientales, teosofía, antroposofía, budismo, tarot, I Ching. En su casa de Laprida 1214 (donde hoy funciona el Museo de Xul) recibe prácticamente a cualquier interesado en el ocultismo, así como a discípulos y a muchos notables que le solicitaban una carta astral. En 1946, en lo que sería la única participación en política, firma un manifiesto (junto a Marechal, Scalabrini, Carlos Astrada y otros) contra el Libro Azul difundido por el gobierno estadounidense contra Perón. En 1946, cuando la conjunción planetaria que le impedía el matrimonio se lo permite, se casa con una discípula. En 1954 se muda a la isla sobre el río Luján, donde lo sorprenderá la muerte.
“Xul, mago del color”, dice Abós, y tal vez (limitado por el propio género de la biografía) no extrae todas las consecuencias de su afirmación, de aquel diálogo entre arte y ocultismo que el libro enfatiza. Quien contempló la pintura de Xul Solar, aun la del período sombrío de 1939-1946, seguramente no ha podido sustraerse a esa magia de los colores y los símbolos, de las formas y las imágenes, como si la tensión de hacer visible lo invisible (o lo oculto) la suspendiera para siempre en una interrogación sin respuesta.

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