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Lunes, 20 de mayo de 2002

RESEÑAS

Parte de la religión

Del Edipo a la sexuación
AA.VV
Paidós-ICBA
Buenos Aires, 2001
320 págs. $ 18

por Jorge Pinedo

Al abrir las páginas del volumen Del Edipo a la sexuación cae una tarjetita. Es una fe de erratas donde consta que en el prefacio se metió la cola del diablo al decir que en la recopilación se publicaban textos de Jaques Lacan (siendo que, en verdad, no hay ninguno). Viniendo precisamente de lacanianos, y de los más “puros”, lo que para el común de los mortales podría ser un simple traspié, acaso un papelón, se torna sospecha o aporía: una paradoja, un oximoron de los que suelen valerse los psicoanalistas. Sin embargo, el lapsus allí está, en negro sobre blanco, indicando vaya a saber qué cosa, no siempre sujeta a la interpretación. Lo mismo puede ocurrir con la tapa, que luce una roja llave de terrajas en cuyo centro luce un damasco, un culito, una cigota... quién sabe.
Desde las imaginarias trampas de lo visual no queda más remedio que remitirse estrictamente al variopinto contenido. Jaques-Alain Miller, pope de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL), yerno y albacea del fundador de la corriente, es el encargado de encuadrar el canon dentro del cual se reproducen las plegarias: “el seminario de Lacan fue la formación de la parroquia que él necesitaba para hablar; y la creó, la formó hablando, esto es, creó al Otro de esa parroquia. Se dirigió entonces a los analistas, los formó, y el discurso que les dirigía se transformó en el Otro”. Son ahora esos parroquianos, entre locales y franceses, quienes se afanan –al decir de Éric Laurent, su lugarteniente– en “mostrar la consistencia y no el régimen de opiniones”. Entre uno y otro, los autores cumplen a rajatablas la operación de sistematizar en ese lenguaje tan particular como propio de una ciencia en permanente sínodo.
Libro “colectivo”, Del Edipo a la sexuación arranca con una sección augural (“La orientación Lacaniana”) a cargo del mismo J-A. Miller, que da pie a los estudios propiamente dichos en los que nueve profesionales despliegan ese “más allá del complejo de Edipo” que articula las vicisitudes de la sexualidad. A excepción del introito donde Miller recorre el Manon Lescaut del abate Prevaut, y de la construcción que efectúa Germán L. García en torno al barroco y la exaltación de las pasiones, los sucesivos ensayos se encargan de glosar la palabra fundadora. Prolija tarea que -.a tono con lo que en psicoanálisis ya constituye una tradición folklórica– encaran con abundancia de frases subordinadas y extensos párrafos dotados de una puntuación que pide a gritos un editing.
En el capítulo dedicado a la “Clínica”, una vocación pedagógica hace de la lección un método y de la descripción del “caso” una teoría explicativa donde se verifican las jerarquías entre “analistas” y “practicantes”. Sin aclaraciones sobre la distinción entre “Confines” y “Lecturas” (los dos ítems subsiguientes), la extensión de la ciencia de lo inconsciente hacia las producciones históricas comprende rigurosas reseñas, capaces de inspirar relecturas de clásicos griegos, estudios antropológicos, letras freudianas y ensayos culturales.
La última parte, dedicada a la “Enseñanza”, reproduce sendas conferencias de Jaques-Alain Miller y Éric Laurent, en las que se avanza en la tarea política que cabe a la parroquia. Finalmente, los “Documentos” que clausuran el volumen exhuman la clase inaugural de Miller a propósito del lanzamiento de la Sección Clínica del lacanismo parisino, allá por 1984. Referencia esta última que borgeanamente cierra el estatuto con el que se emplaza el Instituto Clínico de Buenos Aires (a la sazón responsable de la colección, junto a la editorial Paidós), émulo rioplatense de aquél.
Acostumbrados a su retórica, los psicoanalistas lacaniano–millerianos han de aceptar gustosos ese ejercicio en el que se le adjudica a J.-A. Miller cuestiones dichas por Jaques Lacan y a éste afirmaciones de Sigmund Freud. Incluso este libro promete convertirse en una referencia ineludible, tanto como la que los autores religiosamente cumplen respecto al “más–uno” máximo, en todos y cada uno de sus escritos. Otro habla, más allá de quién escribe.

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