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Domingo, 21 de noviembre de 2004

SACCOMANNO REELABORó ROBERTO Y EVA A LA LUZ DE LA LENGUA DEL MALóN, MULTIPLICANDO LAS CARAS DE UNA METáFORA SOCIAL DONDE RESUENAN LA HISTORIA Y LA LITERATURA ARGENTINAS.

Carne trémula

El amor argentino
Guillermo Saccomanno
Planeta
232 páginas

POR ROGELIO DEMARCHI

Hay en Saccomanno un antes y un después de El buen dolor (1999), novela en la que trabajó casi diez años y por la que mereció el Premio Nacional de Literatura. Si hasta entonces su escritura resaltaba por ciertos juegos autoficcionales y por su interés en relacionar la historia de sus personajes con la historia social y política del país, El buen dolor exhibía maduración en la composición narrativa y en su posicionamiento frente al lenguaje.
Cerrado ese ciclo con un balance tan positivo, el actualmente en curso implica nuevas apuestas: entretejer la historia política con la historia literaria y dar cuenta del resultado a través de una trilogía que abarque el siglo XX, sin por ello hacer silencio sobre el XIX y el inicio del XXI. En este tríptico “muralista”, La lengua del malón (2003) fue la primera entrega y El amor argentino es la segunda. Saccomanno trabaja actualmente, según ha declarado, en la tercera novela, ambientada en los ‘70.
El hilo conductor es un tal Gómez, profesor de literatura, cabecita negra, simpatizante peronista y homosexual, nacido a finales de los años ‘20, sobreviviente del bombardeo de Plaza de Mayo en 1955 (La lengua...), que en El amor argentino investiga un supuesto romance entre Eva Duarte y Roberto Arlt, y sufre la represión de la toma del frigorífico Lisandro de la Torre en enero de 1959, donde su enamorado Aníbal es delegado obrero.
Habrá que advertir que el núcleo Arlt-Duarte implica la reescritura y reinserción de una obra anterior: Roberto y Eva. Historia de un amor argentino, novela de 1989 que obtuvo el premio Crisis. Por supuesto: no hay ley que sancione a un escritor por hacer algo semejante; la literatura está llena de casos parecidos, textos iniciales que son reelaborados años más tarde, cuentos que luego traman una novela, etcétera. En este caso, una novela “vieja” ingresa en el cuerpo de una novela “nueva” que supera los límites argumentales de aquélla. Perviven, claro, tanto los guiños a la obra y a la biografía de Arlt como a la vida de Evita. Entre ambos, queriendo hacerles entender lo que les deparará el destino, el Astrólogo, a quien también le toca asumir un futuro nefasto: “Me veo reencarnando en otro. En estas visiones me llaman el Brujo y detento un poder exterminador”, le dice a Roberto; y en una discusión con Eva, agrega: “Está escrito, si mi proyecto fracasa, en otra reencarnación vendrá un astrólogo más oscuro que yo y saciará su deseo en la bailarina de folklore que te habrá corporizado”.
Pero ahora, a través de Gómez, la novela se interna en Mataderos no sólo para ir al encuentro del cuento fundante de nuestra literatura, y de un momento clave de la resistencia peronista, sino del propio Saccomanno, que creció junto a un padre sastre, un tío peluquero y otro que trabajaba en el frigorífico, en medio de “las calles de tierra, el olor de las curtiembres, los vidrios empañados de la peluquería, el vaho de virilidad y de colonia del local, la discusión simplista de política”, prácticas sociales que definen un entorno y sostienen la construcción de una identidad. Autoficción mediante, allí está el niño de diez años –apodado “el Inglesito”– que lee revistas de historieta y todo libro que caiga entre sus manos, acaso “para sobrellevar una infancia acuciada por las estrecheces, los sopapos y los gritos conyugales, imaginando existencias más intrépidas”.
El amor argentino se convierte así en una metáfora donde el sentimiento que el título “nacionaliza” adopta la forma geométrica del dado: Roberto y Eva representan el lado imposible, utópico; Gómez y Aníbal, su flancoinconfesable, comprometedor; el Inglesito, su padre y sus tíos (o en otro sentido, el Astrólogo, su madre y su hermana), su cara filial y traumática; el Astrólogo y su logia revolucionaria, su faceta mística; Perón, Evita y las masas obreras, su costado melancólico; y el submundo varonil de la bohemia porteña o del periférico Mataderos, su parte amistosa, solidaria, socarrona, pudorosa y aguerrida. Integrantes de una misma estructura, remiten por igual, en un más allá del deseo y la carne, indefectiblemente a la violencia y la política, a una red donde las relaciones de poder determinan –de manera arbitraria y absurda– lo que se puede y lo que no se puede, los románticos arquetipos que aseguran el goce y los terribles castigos que discapacitarán al transgresor.
Si en el plano social la resistencia peronista se rebela contra el Estado que proscribe, en la intimidad, los personajes de Saccomanno aprenden que el amor también es una lucha contra el sistema.

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